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‘Che nessun dorma a Pekí­n’

Último repaso al bloc de notas de Edimburgo, antes de regresar a una semana políticamente intensa, con mucha ‘puesta en escena’, en Barcelona y en Madrid. Y quizás en Pekín, ciudad a la que viaja el presidente del Gobierno.

En Barcelona, CDC, con 27 años de experiencia de gobierno a cuestas, última una envolvente magistral sobre Esquerra Republicana, a la que le da miedo verse en la tesitura de tener que gobernar ahora. Ahora no quieren tener que negociar el pago de las nóminas de la Generalitat con Cristóbal Montoro. Cuando un partido no quiere gobernar, cede la iniciativa. CDC no la va a desaprovechar. Inquietud en Madrid ante la hipótesis de una doble convocatoria: elecciones y consulta el 9 de noviembre. Como en el juego de la esgrima (disciplina sable), Mas tiene estos días la iniciativa, con Mariano Rajoy en China.

Un mensaje en vídeo desde Pekín a propósito de la consulta catalana acabaría de subrayar el carácter posmoderno de la actual crisis política española. “Che nessun dorma a Pechino…”, dice una de las arias, más famosas la ópera ‘Turandot’, invocando una inminente victoria. ¿Quién vencerá?

Últimas notas de Edimburgo. El desenlace del referéndum escocés , hay que reconocerlo, ha pillado un poco por sorpresa a todo el mundo. El ‘establishment’ británico estaba demasiado preocupado para poder preveer una victoria del no por más de diez puntos. Y los promotores de la independencia estaban demasiado entusiasmados como para imaginar una derrota tan nítica.

Subrayo tres ideas: el no ha vencido gracias a una inteligente combinación de generosidad, reconocimiento y apelación al temor y al miedo. Sin esos tres ingredientes, los tres juntos y hábilmente combinados, hoy quizás estaríamos hablando del desguace del Reino Unido.

Generosidad: oferta de más autonomía soberana. Reconocimiento: admisión de los razonamientos y de los sentimientos de la parte contraria. Apelación al miedo: énfasis en los aspectos más problemáticos y dudosos de la secesión –comunicados con credibilidad por el ex primer ministro laborista Gordon Brown-, con el consiguiente impacto en los sectores de la población menos dispuestos a la incertidumbre: una parte del público femenino y los mayores de 65 años. No votaba una tribu. Votaba una sociedad abierta, en la que la tradiciones comunitaristas y colectivistas, fuertes en Escocia, conviven y se entrecruzan con el individualismo posmoderno.

Generosidad, reconocimiento y apelación al miedo. En el otro lado, en el campo de del sí, destacaría el deseo de asustar al poder. Había un brillo especial en la mirada de los activistas del ‘yes’. Estaban alegres. Emanaban dinamismo. Eran conscientes de la envergadura de su apuesta y de la preocupación que su avance en las encuestas desataba en el Gobierno de Londres y en la poderosa City. Estaban orgullos de haber provocado una declaración del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, deseando la integridad del Reino Unido.

Habían logrado asustar al poder, desde la más estricta legalidad democrática, sin necesidad de recurrir a la violencia, a la sublevación o a la acción desesperada. Tenían en sus manos la posibilidad de ‘fabricar’ política y lo habían logrado. Creo que hay que retener este aspecto de la cuestión, porque lo vamos a ver reproducido en España en los próximos meses. Hay ganas de asustar al poder. No sólo en Catalunya –Catalunya puede que sea la avanzadilla, pero no tiene la exclusiva de la contestación social con acento de las clases medias-, hay ganas de asustar al poder en toda España. De formas muy diversas y con orientaciones ideológicas distintas, esta pulsión recorre en estos momentos casi todos los países europeos. Deseos de asustar al poder. Ganas de gritar: “¡Estamos aquí y también contamos!”. Ganas de participar en la ‘fábrica’ de la política, cuando todo parece decidirse desde arriba. Ganas de seguir siendo ciudadano, cuando el contrato social está estallando. Ganas de no sentirse excluido. Esa es la gran corriente de fondo.

Dentro de unas semanas, cuando el referéndum escocés nos parezca ya muy lejano, puesto que esa es la imprimación de los tiempos acelerados, quedarán dos miradas sobre lo ocurrido estos días.

La mirada que considera Gran Bretaña, un sistema político anecdótico y propenso a la rareza, con tal de tomar distancias con el continente. La mirada de quienes quieren creer que hemos asistido a un episodio más de la singularidad británica, rayana en la temeridad y la extravagancia, como la conducción por la izquierda.

La mirada que sigue concediendo a Gran Bretaña la virtud de ser una fiel servidora del método democrático. La mirada de quienes siguen viendo en la experiencia de estos días la señal de ‘algo nuevo’ en el panorama europeo, más allá de la densa singularidad británica. . Adelanto que me siento mucho más próximo al segundo grupo que al primero. No creo que el episodio de Ecocia haya sido una extravagancia en la que David Cameron, el chico repeinado de Eton, ha paseado durante dos años por la línea casi invisible que separa el acierto político y el ridículo.

Hay algo más que anécdota, ‘accidente’ y carambola. Quisiera citar a continuación un breve texto del ensayista escocés Michael Keating, profesor de Ciencia Política en Aberdeen y en el Insituto Universitario Europeo de Florencia. Keating es autor de un libro titulado “La independencia de Escocia”, un texto de referencia para comprender el cuadro político del 18 de septiembre. Dice Keating: “La nación ya no puede ser el único principio de autoridad política en una sociedad moderna, liberal y multicultural, en la que la identidad se experimenta de formas múltiples, e incluso las identidades nacionales pueden ser diversas y sobreponerse. La independencia nacional ya no significa lo mismo que significó en el pasado, en un mundo que experimenta la integración trasnacional y la interdependencia. (…) El carácter desordenado de la constitución británica podría adaptarse muy bien a estas nuevas condiciones, porque, al no definir claramente la nación y el Estado, puede adaptarse al asentamiento constitucional plurinacional y asimétrico sin preocuparse demasiado por la consistencia doctrinal. Es como si el Reino Unido hubiera logrado transformase desde un Estado premoderno a una constitución posmoderna, sin haber pasado por la etapa intermedia de la modernidad decimonónica en la que otros países siguen atascados. Los Estados-nación tradicionales, como Francia o España, que se basan en la identidad entre el Estado y la Nación y el principio de soberanía que emana del pueblo unitario, tienen muchas dificultades para adaptarse a esta concepción. Ello explica la dificultad de la acomodación de las nacionalidades históricas en España, donde existen grandes conflictos en torno a los símbolos y la terminología de nación y nacionalidad y el concepto de soberanía”. (‘La independencia de Escocia’, Universitat de València, 2012, págs. 181-182).

Habrá que prestar mucha atención a los próximos pasos en el nuevo laboratorio británico, pasos que hará crujir las cuadernas del Partido Conservador. La posible evolución hacia un modelo federal-asimétrico, con nuevos sujetos territoriales (por ejemplo, el norte de Inlaterra) va a estar sobre la mesa en los próximos meses. En pocas palabras, la posible formulación de un pacto político y económico entre el Gran Londres –potencia financiera planetaria- y el rico sureste inglés y el resto del país, sobre la base de un nuevo reparto del poder que evite desgarros.

Es una hipótesis. Es una posibilidad. Todo ello en el contexto de una renovada pugna electoral entre conservadores y laboristas y una tensión creciente entre la fronda radicalmente antieuropeísta (UKIP) y las distintas expresiones de un europeísmo distante que jamás someterá Gran Bretaña al dominio alemán.

En tensión con la Europa germanizada, Gran Bretaña experimenta y nos habla del futuro. Recomiendo no perder de vista el hilo argumental británico en los próximos meses, por muy laberínticos que sean algunos de sus capítulos. En Gran Bretaña se van a experimentar soberanías de nuevo tipo.

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