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Chantajes y estado de implosión

No están sincronizados, pero los distintos chantajes que pesan sobre políticos e instituciones amenazan con la oclusión del sistema político y con una implosión, producida desde dentro de las instituciones, que puede llegar terminar con el actual modelo de democracia.

Desde el Rey para abajo, es difícil encontrar personalidades del Estado que no estén amenazadas por uno u otro chantaje. Por si faltaba algo, el escándalo del espionaje político en Cataluña podría afectar, incluso, al proceso soberanista puesto en marcha por el president Mas. No hay partido político de peso, que de una u otra manera, esté inmerso en este estado de amenazas.

El socio del yerno del Rey, Diego Torres, da más vueltas a la manivela del chantaje contra su socio, Iñaki Urdangarín, que se extiende a su esposa, la Infanta Cristina, cada vez con más fuerza, y alcanza a la Casa del Rey. En su última comparecencia, Torres fue más allá al especular con intervenciones directas del Rey de una amiga muy cercana del monarca e incluso del príncipe Felipe.

En el Gobierno las cosas no están mejor. Mariano Rajoy, en su doble condición de presidente del PP y del Gobierno, no facilita explicación alguna de que Luis Bárcenas haya sido trabajador del partido, hasta más de dos años después de dimitir como senador y ser imputado en la trama Gürtel. Nadie sabe ni responde por qué ese trato de privilegio a quien se llevó por lo menos 22 millones de euros a Suiza y ha sido responsable de las finanzas del PP durante más de veinte años.

Como en una novela por entregas del siglo XIX, los españoles acuden cada día al kiosco o a Internet para conocer la evolución de los malvados que han hecho de España en una inmensa cloaca de corrupción. El asunto es conversación obligada de despachos, fábricas y bares. Y ha calado de tal forma en la ciudadanía que la indignación se desbordad sin control. Son un conjunto de asuntos que no se van a olvidar.

En Cataluña, la estabilidad política está amenazada por el conocimiento de agencias de detectives que realizaban investigaciones sobre los negocios y la vida personal de connotados políticos. Parece evidente que el chantaje era el móvil de esos encargos de los que se busca responsables. Alguno de los políticos más involucrados en el proceso soberanista podrían alcanzar la condición de imputados por corrupción en las próximas semanas.

Es difícil encontrar una constelación que ponga en conjunción tantos astros de las sentinas del Estado. La indignación va en aumento, hierven las redes sociales y los movimientos de ciudadanos indignados comienzan a tener sus primeras victorias sobre el Parlamento y las decisiones de los partidos mayoritarios.

Si la conjunción se mantiene, si la infanta Cristina es llamada a declarar en las causas de corrupción del duque de Palma y si altos dirigentes del PP, incluido el propio presidente del Gobierno, son citados en sede judicial, la estabilidad de gobierno en España y, también en Cataluña, puede hacerse insostenible.

Mientras tanto no hay reacción ante los sucesivos chantajes. Luis Bárcenas maneja sus agendas y sus documentos con eficacia. Hasta ahora, ha conseguido, ni más ni menos, que Mariano Rajoy, lejos de poner en marcha acciones judiciales contra él, ni siquiera se atreva a pronunciar su nombre.

Aceptar un chantaje promueve tanta o más debilidad que el que se conozca su contenido. Si las demandas del chantajista son inasumibles, lo aconsejable es la eutanasia para no alargar el sufrimiento del enfermo.

Y, a propósito de enfermedad, los continuos achaques del Rey de España, su edad y las obligaciones imprescindibles de su agenda, son un factor añadido para una institución hereditaria que no está tan consolidada como para que la primera sucesión no sea compleja y delicada.

Todas las cargas están puestas en la estructura del Estado. Si implosionan desde su interior, será muy difícil mantener en pie las cimientos que lo soportan. Pero el riesgo de desestabilización no puede ni debe impedir que se conozca la verdad. Esta vez los ciudadanos ni están dispuestos a perdonar ni a olvidar.

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