Polí­tica

Champán en Wall Street y en el Pentágono

Trump quiere que el complejo militar-industrial sea el pilar sobre el que América vuelva a ser grande de nuevo.

El nuevo presidente va a bajar a la mitad el impuesto de sociedades a los grandes monopolios norteamericanos, va a pulverizar distintas regulaciones -financieras, medioambientales, sanitarias- impuestas por Obama, y va a regalarles una amplia amnistía para que puedan repatriar sin trabas sus capitales desde los paraísos fiscales.

Además Trump ha anunciado un ambicioso plan de inversiones públicas valorado en un billón de dólares para impulsar la economía norteamericana, unido a un vigoroso aumento del gasto militar. Miel para las orejas de los monopolios -los principales beneficiarios de esta política expansiva- y sobretodo de un complejo militar-industrial que obtiene sus principales ingresos de los contratos con el Pentágono.

Con Trump se dibuja en el horizonte una apuesta por el fortalecimiento del brazo militar principalmente invirtiendo en alta tecnología bélica, ampliando la sideral distancia que les separa de cualquier otro rival. El presupuesto conjunto del aparato militar y de seguridad consume en torno al billón de dólares anual, y supone más que la suma de los 15 países que van a su zaga, multiplicando por 8 los de China, la segunda en el ranking. Se anuncia un aumento del gasto militar, derogando los techos impuestos para contener el déficit. Aumento del coste del aparato de agresión que inevitablemente será recaudado en todo el planeta, especialmente subiendo el “impuesto de guerra” a los países bajo la órbita norteamericana.

Reeditando elementos de la política de otro Donald, Trump recupera la fórmula de Reagan “paz impuesta por la fuerza”, donde la amenaza de la superioridad militar norteamericana impone que nadie se atreva a desafiarla, y busca imponer la intransigente primacía de los intereses norteamericanos en todos los acuerdos internacionales, alejándose de la “hegemonía consensuada”, que con diferencias, han defendido los Clinton o también Obama. Trump quiere que, como tantas otras veces, el complejo militar-industrial sea el pilar sobre el que América vuelva a ser grande de nuevo.

Otra cosa muy distinta es que pueda conseguirlo. Trump no tiene ninguna posiblidad de reeditar el “estado de guerra permamente” con el que Bush intentó amedrentar al mundo hace ahora 15 años. Sus antecesores -con recetas bien distintas- han intentado contener la decadencia estadounidense y que el águila remontara el vuelo, y han cosechado estrepitosos fracasos. La superpotencia norteamericana está sumida en un profundo, acelerado e irreversible declive, y la lucha de los pueblos del mundo golpea sin cesar sus bases de dominación, socavando su hegemonía.

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