La nueva izquierda española, o izquierda emergente, no muestra afinidad, sino encono en su relación con el Partido Socialista. Prefiere el ‘sorpasso’ a la coalición. Sin embargo, a mí no me extrañaría que en vísperas del Primero de Mayo, después de un mensaje al pueblo trabajador, Podemos se abstuviese en una votación inesperada, mientras los nacionalistas se ausentaran del Hemiciclo.
La nueva izquierda española, o izquierda emergente, no muestra afinidad, sino encono en su relación con el Partido Socialista. Prefiere el ‘sorpasso’ a la coalición. Sin embargo, a mí no me extrañaría que en vísperas del Primero de Mayo, después de un mensaje al pueblo trabajador, Podemos se abstuviese en una votación inesperada, mientras los nacionalistas se ausentaran del Hemiciclo.
Los de la izquierda radical, o izquierda del siglo XXI, tienen modos y códigos que desconciertan a los otros partidos, quizás porque ignoran que en la posmodernidad ha cambiado radicalmente la liturgia de la lucha. En este tiempo, la clase obrera ha sido sustituida por la multitud, el pueblo, la gente corriente, la gente normal, los de abajo. El viejo topo -la metáfora sacada por Marx del texto de ‘Hamlet’- es la serpiente ondulante del populismo; el modelo de activista es el ‘poverello’ San Francisco de Asís, según la metáfora de Toni Negri.
Pablo Iglesias, al que acusan de chamán y narcisista, piensa que la gente ya no milita en los partidos, sino en los medios de comunicación y que los platós son tan importantes como el Parlamento. Han sabido aprovechar la televisión. Han mostrado sentido del humor, apelando a aquel hedonismo de Mayo del 68: «Cuánto más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor» o «Desabróchate el cerebro tan a menudo como la bragueta». Los quisieron las cámaras antes que los electores. Nacieron en un plató, escribe Mayte Alcaraz, engendrados entre cables y micrófonos. La televisión necesitaba carne joven y ellos se dejaron querer por las cámaras con desenvoltura.
Hay quien se pregunta -como Cristina Losada- si son la izquierda posmoderna o la izquierda de siempre. Cristina, que acaba de publicar un libro fantástico de viajes, Un sombrero cargado de nieve, dice que el discurso de Podemos es del Pleistoceno y mal contado: «Fatalmente contado». Siempre me fascinó Cristina. No he visto ni oído a ninguna activista con su pico y empaque. La conocí cuando era una de las dirigentes de la Liga trotskista. Me acuerdo de ella cuando veo a Alexandra Fernández, también viguesa, de la Marea Galega, o a Irene Montero, de Podemos. Cristina ha escrito un artículo en libertaddigital.com -La nueva izquierda del 36- en el que se pregunta: «¿Dónde estaban los millones de personas que lucharon contra el franquismo? Sencillamente, no estaban -dice-. Los que lucharon contra el franquismo tuvieron, algunos tuvimos, ocasión de comprobarlo. Y de asombrarme ante el número colosal de antifranquistas que aparecían décadas después. Un colosal engaño y un vergonzoso autoengaño».
Desde que vio Cristina a los fundadores de Podemos cantando ‘La Estac’ de Llach, cogiditos de la mano, incluso emocionados, los ubicó en los años 70 y en el ‘kitsch’. No en el principio de la nueva izquierda, sino en el epílogo de una izquierda que ya era anacrónica cuando se fue. «Quieren seguir en la pesadilla [de los bandos del 36] y lo que son, sobre todo, es insoportablemente pesados».