La cacerí­a de Bermejo y el sastre de Camps

Cazadores sin licencia y bomberos incendiarios

Medio paí­s anda perplejo mientras el otro medio se revuelve indignado. ¿Qué está pasando aquí­? Unos acusan al PSOE de instigar una rabiosa persecución polí­tica y judicial contra el PP. Y están en lo cierto. Otros se espantan ante el nido de corrupción incrustado en las cúpulas dirigentes nacionales y regionales del PP. Y les sobran razones para alarmarse. Y hay finalmente unos terceros que se asombran de que la clase polí­tica española se dedique a estas cosas en medio de la mayor crisis económica de los últimos 70 años. Estos últimos son los que andan más errados. Precisamente porque ha estallado una crisis así­, las clases dirigentes se comportan como lo están haciendo.

Cualquier bombero sabe que la forma más eficaz de detener un gran incendio es render fuego, controladamente y a contraviento, una adecuada franja de bosque, de modo que actúe de cortafuegos e impida al incendio seguir avanzando. Algo similar es lo que está ocurriendo en los centros nodulares del sistema capitalista estos meses. Las llamas de una crisis crecientemente descontrolada amenazan con llegar al corazón de las principales oligarquías financieras del mundo, devorando todo cuanto encuentran a su paso. Y es la misma dimensión del incendio la que está obligando a utilizar medios expeditivos para crear los cortafuegos. Durante más de 20 años, Bernard Madoff fue un hombre imprescindible en los exclusivos círculos de las altas esferas de Wall Street. No había puerta que se le resistiera ni celebración que no contara con su presencia. Sin embargo, en apenas unas semanas ha quedado pulverizado, reducido a cenizas, como si hubiera sido rociado por una lluvia de fósforo blanco. Estos días, otro magnate norteamericano, Allen Stanford, que hace sólo unos meses descendía en helicóptero sobre uno de los más aristocráticos clubs de Londres lanzando dólares desde el aire, lleva su mismo camino. Ya el gran Balzac, en la primera mitad del siglo XIX, en pleno apogeo de la revolución industrial, supo llegar a la conclusión de que “detrás de cada gran fortuna hay un crimen”. Y esto antes incluso de que entrara en escena la pandilla de bandidos aventureros, corruptos y arribistas de Luis Napoleón Bonaparte y el IIº Imperio. Abrasar a Madoff o a Stanford sacando a la luz sus crímenes son los primeros grandes cortafuegos con los que se trata de evitar que el avance del incendio deje al descubierto los crímenes que se ocultan detrás de las fortunas verdaderamente grandes, aquellas que poseen los que, como dijo Botín, “ricos, ricos de verdad, sólo somos unos pocos”. Cortafuegos que en su misma dimensión incendiaria revelan la virulencia de las contradicciones desatadas y el alcance y la naturaleza de los crímenes que tienen que evitar a toda costa que salgan a la luz pública. Los “crímenes” de Madoff o Stanford no son, en este sentido, más que la hoja de parra con que los plutócratas de Wall Street tratan de ocultar los suyos propios. ¿Y qué relación guarda esto con los episodios de La escopeta nacional que estamos viviendo estos días? Una relación intrínseca, casi de consanguinidad podríamos decir. En los países occidentales de capitalismo desarrollado, las clases políticas no son sino una extensión orgánica de las clases dominantes, los gestores encargados de atender sus asuntos públicos. De la misma forma que precisan de altos ejecutivos eficaces para dirigir sus negocios privados, necesitan consumados gestores políticos encargados de administrar sus intereses públicos. Y ambos, altos ejecutivos y gestores políticos, son parte consustancial de las oligarquías financieras dominantes. Hasta tal punto que, incluso sus hábitos y modos de vida –como se ha visto estos días con un ministro de “extrema izquierda” como Bermejo abatiendo venados, invitado gratis total y sin licencia, en los cotos más exclusivos de media España– no dejan de ser más que un reflejo de los hábitos y modos de vida de las elites dirigentes. Y el antagonismo y la virulencia con que son tratadas en el seno de la clase dominante las contradicciones que ha hecho emerger la crisis, tienden a reflejarse con esa misma saña en el terreno político. La crispación desatada por esta batalla en el terreno político no es, como en las cacerías del ministro, sino un pálido reflejo de las tensiones, conflictos y hostilidades que taladran los círculos de poder de la clase dominante a medida que el sistema se enfrenta a nuevas y mayores turbulencias. Por eso, como en los casos de Madoff o Stanford, la intensidad de las llamas que iluminan el cortafuegos no deben llamarnos a engaño. El verdadero incendio está en otro sitio. “Cherchez la femme” vuelve a ser la consigna del momento. La cuestión es qué crímenes se están tratando de ocultar al poner todos los focos sobre los “crímenes” del PP. El asunto de fondo es qué naturaleza y qué alcance no tendrán esos crímenes ocultos para que esté siendo necesario abrasar al principal partido de la oposición con tal de que el incendio no llegue a la escena del crimen y desentierre los cadáveres, mostrándolos a los ojos de todo el mundo. Todavía no conocemos la respuesta. Pero si la crisis sistémica que sufre el sistema capitalista sigue acelerándose y profundizándose con la misma intensidad que hasta ahora, no tardaremos en conocer algunas de ellas. Sobre todo si continúan provocando cortafuegos de tal intensidad que pueden acabar uniéndose al incendio principal, haciendo su destructiva potencia de fuego todavía más devastadora.

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