SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Catalunya y el principio de realidad

En dos semanas, la política catalana ha pasado de la solemnidad de la galería gótica del Palau de la Generalitat a jugar al ratón y al gato con los periodistas por las calles de Barcelona, en una extraña secuencia de reuniones secretas o semisecretas que concluyeron anoche con un confuso anuncio de retirada. El Govern de la Generalitat renuncia a la celebración de la consulta suspendida por el Tribunal Cosntitucional y el presidente Artur Mas anunciará hoy una propuesta alternativa. Muy probablemente, un acto de protesta para dejar clara la imposibilidad de votar. Una foto de portada para The New York Times, el principal diario del mundo, muy atento a la cuestión catalana estos últimos meses.

Sin ninguna solemnidad gótica, el anuncio de retirada lo adelantó anoche Joan Herrera, de Iniciativa per Catalunya, grupo en buena medida heredero del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), una formación comunista -de un comunismo algo bajo en calorías-, que tuvo bastantes tratos con el realismo político a lo largo de sus setenta y tantos años de existencia.

El Tribunal Constitucional no es una broma

Una resolución suspensiva del Tribunal Constitucional no es una broma. Por mucho que disguste el papel que el alto tribunal ha acabado jugando en la política española, convertido de manera manifiesta en una “cuarta cámara” reiteradamente favorable a los postulados del centro derecha -como ya pudo comprobarse en el tortuoso proceso del Estatut-, el TC no es una entelequia, ni una ficción. Forma parte de la realidad política. Es piedra angular de la realidad política.

La situación es compleja –anoche en Barcelona, un tanto confusa y gritona, sobre todo en las redes sociales-, pero no necesariamente abocada al callejón sin salida. En las democracias abiertas raramente se urbanizan callejones sin ninguna salida. En Catalunya hay una amplia mayoría parlamentaria favorable a la ley de consultas (108 diputados sobre 135). Existía hasta ayer una mayoría parlamentaria fuerte a favor de la consulta del 9-N (86 diputados sobre 135). Pero no existe una mayoría parlamentaria dispuesta a llevar a cabo la citada consulta de cualquier manera. Anoche así quedó certificado. Tampoco existe una mayoría parlamentaria claramente favorable a la declaración de Catalunya como estado independiente. A fecha de hoy, esa mayoría no existe.

Primera realidad, el orden constitucional de un estado miembro de la Unión Europea. Segunda realidad, la existencia de distintas mayorías en el Parlament de Catalunya según como se enfoque la cuestión de la soberanía. Tercera realidad, la opinión pública, móvil, variable y mutable, como ocurre en todas las sociedades abiertas, con un trasfondo hoy claramente favorable a la consulta, como símbolo de protesta social y de reivindicación democrática. Este es el cuadro. Y en el interior de este cuadro discurren, con un lapso de apenas quince días, los actos solemnes en la galería gótica del Palau de la Generalitat y la renuncia de anoche. La consulta no va a tener lugar en los términos planteados y ahora el gobierno de Catalunya tendrá que explicárselo a los ciudadanos. No le será fácil.

Una situación algo italiana

Quienes hemos escrito varias veces estos últimos meses que la consulta no iba a celebrarse, dada la primacía objetiva del orden constitucional, asistimos al trance con bastante tranquilidad. Nada mejor que la verdad para salir de los aparentes callejones sin salida, Recomiendo, sin embargo, no caer en el sarcasmo, ni en la ridiculización, ni en el desdén, ni en esa agresiva y barroca prosa quevediana de algunos comentaristas madrileños. La consulta del 9 de noviembre no va a tener lugar, pero el soberanismo catalán no se va a evaporar de la noche a la mañana. El momento político en España es tremendamente complejo y a la hora de reír –de reír políticamente- hay que asegurarse de que se es el último en soltar la carcajada. No está el país para muchas risas estos últimos días.

Josep Pla decía que Catalunya es la región más occidental de Italia. Nadie como ellos para evitar los callejones sin salida, en el último minuto, en el último segundo. Los italianos, como los gatos, siempre tienden a caer de pie. Observen el actual momento político italiano, obsérvenlo con atención: hace año y medio, el país parecía estar a punto de ser devorado por el movimiento populista de Beppe Grillo, que obtuvo un 25% en las últimas elecciones legislativas –¡un 25%!-. Veinte meses después, con muchas dificultades, el primer ministro Matteo Renzi, un católico reformista que no llega a socialista, camisa blanca y Twitter, le está dando la vuelta a la situación.

De acuerdo, los catalanes no somos italianos. No lo somos. Las citas de Pla hay que cogerlas con el mismo papel de fumar con el que él liaba sus cigarrillos. Los catalanes podríamos decir que somos unos italianos muy imperfectos, nos falta plasticidad, imaginación, rapidez de reflejos y un poco más de descreimiento. Somos más españoles de lo que creemos, puesto que con el resto de los españoles llevamos muchos años compartiendo un espacio común que hoy es motivo de crítica y desaliento para la mayoría, desde Gijón a Algeciras. El malestar catalán es el malestar español, con una variable que ha adquirido importancia: la posibilidad de imaginar, como vía de salida, una realidad colectiva independiente y separada. El acto de imaginar, en sí mismo, ya constituye una creación política. La imaginación es libre. La realización de lo imaginado, algo más complicada.

La política catalana, por consiguiente, se encuentra hoy en una hora espesa, pero no necesariamente dramática. Los dramas pertenecen a los años treinta. Mi primer director en el diario ‘Tele/eXprés’ a finales de los años setenta, Miguel Ángel Bastenier, un crac de la información internacional, solía hablar del “susbsistema catalán’. Ningún sistema, ni que sea subsistema, tiende voluntariamente al colapso.

Lo diré con una frase, nada italiana, del filósofo Leo Strauss. El hermético pensador alemán que tanto inspiró a los ‘neocons’ norteamericanos en los albores del siglo XXI, dejó escrito lo siguiente: “Una sociedad acostumbrada a comprenderse en una finalidad no puede perder su fe en esta finalidad sin devenir completamente desamparada”.

Ningún partido catalán está hoy en condiciones de gestionar -ni solo, ni acompañado-, el fracaso o la pérdida de la finalidad durante más de un siglo imaginada y deseada por la corriente principal de la sociedad catalana: ser.

En el fondo, miedo a las elecciones

Ninguna de las dos formaciones principales –CiU y ERC- desea hoy, de manera ferviente e irrenunciable, la convocatoria inmediata de elecciones, puesto que nos hallamos, ahora mismo, en el momento estelar de Podemos y nadie sabe qué saldría de las urnas, en enero o febrero. El vector ascendente en toda España es en estos momentos el de la izquierda alternativa y rupturista. Este es el signo de la actual coyuntura, insisto, en toda España.

Por mucha que sea la excitación en los próximos días, CiU y ERC no tienen hoy plenamente garantizados los 68 diputados que conforman la mayoría del Parlament. Lo saben en el Palau de la Generalitat y lo saben en Esquerra, por muy airadas que sean las proclamas de las últimas horas. ERC cargó anoche las tintas para alejarse de CiU, para impedirle la maniobra envolvente de la candidatura soberanista unitaria, para enfatizar su perfil rupturista, para congregar a su público y para empezar a preparar el camino de unas elecciones municipales bajo el signo de la protesta, su verdadero objetivo desde hace meses.

Veremos cuál es hoy la propuesta de Mas. El aterrizaje en la realidad va a ser duro, por mucho que estuviera previsto. El cuadro quedó anoche desencajado y CiU, después del tremendo caso Pujol, ya no domina la escena como antes. CiU vive desde anoche sin vivir en sí.

¿Quien manda en Catalunya?

El presidente del Gobierno español, político profesional de probada resistencia, gélido y muy confiado en las artes del tiempo, lanzó el domingo un dardo certero y envenenado: “No sé quien manda allí” (en Catalunya). Un dardo previsor. Anoche no se sabía muy bien quién mandaba en Catalunya.

Si yo fuese quevedista o quevediano, le respondería: ¡diantre, quién manda allí es el Gobierno de España!. Puesto que la observación de Rajoy incluye un explícito reconocimiento del autogobierno catalán, la respuesta pertinente quizá sea la siguiente: ¿Quién quiere usted que mande en Catalunya, primera en la lista del PIB, mientras la credibilidad de España vuelve a tambalearse?

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