Si a Bernard Madoff le han caído 150 años de cárcel por estafar unos pocos miles de millones de dólares a unos cuantos ricachones incautos, ¿cuántos años les corresponderían, aplicando el mismo baremo, a los propietarios y gestores de las grandes entidades financieras norteamericanas cuyo volumen de fraude puede llegar a multiplicar por 100 o por 200 el de Madoff? ¿15.000, quizás 30.000 años de condena? Entrar a responder a esta pregunta es empezar a desentrañar los mecanismos de expolio y extorsión financiera, de especulación, fraude y estafa inherentes al mismo desarrollo del sistema capitalista.
Según la visión más extendida del asunto, Madoff habría sido utilizado como “cabeza de turco”, como ejemlo y modelo de los excesos de un “capitalismo de casino” al que por fin ha llegado la hora de ajustarle las cuentas. La realidad, sin embargo es bastante menos amable. Madoff no ha sido el cabeza de turco, sino la cortina de humo tras la que se ha querido esconder los verdaderos “excesos” que están en el origen de la crisis financiera estallada en Wall Street.Y cuyos protagonistas no son un pequeño grupo de estafadores y especuladores, sino la oligarquía financiera más poderosa del planeta.El fraude piramidal del capitalismo financieroUno de los argumentos más recurrentes que se utilizan hoy en día para poner de manifiesto los excesos de este supuesto capitalismo de casino es la existencia de un mercado de derivados financieros cuyo valor nominal pasó de 5,7 billones de dólares en 1990 a 637 billones a finales del 2007. Es decir, un valor que multiplica por más de 10 veces el Producto Mundial Bruto.¿No es esta la demostración más palmaria, dicen, de la fiebre especulativa, generadora de una burbuja financiera insostenible, que ha poseído al capitalismo en la última década? ¿No es la evidencia incontrovertible de cómo la desregulación neoconservadora ha creado una burbuja financiera completamente despegada y al margen de la economía real?Para desgracia de estos nuevos-viejos teóricos de un capital al margen de la explotación de la fuerza de trabajo asalariada, la burguesía es demasiado fría y calculadora como para no dejar constancia minuciosa de sus registros contables a lo largo de la historia contemporánea.Así, podemos encontrar unos deliciosos pasajes de El Capital, donde Marx, a fin de dar sustento en la realidad económica de su tiempo a las leyes objetivas que conducen de forma inevitable y periódica al capitalismo a caer en abruptas crisis, reproduce pasajes enteros tomados textualmente de las actas del parlamento británico donde banqueros, industriales y grandes comerciantes estaban obligados a acudir a responder tras el estallido de cada gran crisis.En ellas podemos leer, por ejemplo, como uno de los mayores banqueros de la City londinense –centro financiero por excelencia del mundo en esa época– contesta, a la pregunta de un diputado, cómo el valor de libras-oro circulante o existente en los depósitos del Banco de Inglaterra sumaba una cantidad cercana a los 9 millones.Mientras por el contrario, la cantidad de billetes que el mismo Banco de Inglaterra había autorizado emitir a los bancos ingleses, y que teóricamente estaban respaldados por el oro, ascendía a 153 millones.¿Y que pasaría entonces, pregunta el diputado, si todos los ingleses decidieran al mismo tiempo acudir al Banco de Inglaterra a reclamar el oro correspondiente a sus billetes? “Nadie piensa que eso vaya a ocurrir nunca” es la respuesta del banquero.“Pero, ¿y si pese a todo ocurriera?”, insiste el parlamentario. “Bueno, entonces no habría con qué responder y el país tendría que declararse en quiebra” es el resumen final del banquero.La relación que aquí aparece entre el valor del oro y el valor nominal de los billetes de libra emitidos es aproximadamente la misma que la existente entre el PIB Mundial y el valor de los derivados financieros en 2007. En el primer caso, la proporción es de 1 a 17, en el segundo de 1 a 10,6. En ambos casos, lo que aparece ante nuestros ojos es la existencia de un enorme volumen de capital ficticio, que opera y circula diariamente en el mercado, pese a no estar respaldado aparentemente por ningún valor real. Y ese es un fenómeno que se reproduce exactamente de la misma forma en fechas tan distantes como 1850 y 2007 ¿Por qué ocurre esto?Capital ficticioEn el mismo capítulo de El Capital, unas líneas más abajo, encontramos la explicación que otro afamado banquero londinense da a la comisión parlamentaria sobre la creación de las burbujas financieras que anteceden siempre al estallido de cualquier crisis capitalista. Basta simplemente con hacer el pequeño esfuerzo de sustituir el medio utilizado entonces, las letras de cambio, por el usado en nuestros días, los derivados financieros, para creer que nos encontramos, no en 1850, sino en 2009 y que quien contesta no es un difunto banquero inglés, sino, por ejemplo, el director ejecutivo de Lehman Brothers.“Las letras de cambio no pueden ponerse bajo control, a menos que se impida el excedente monetario [ … ] y el bajo tipo deinterés o de descuento que provoca una parte de ella y estimula esta grande y peligrosa expansión. Es imposible decir qué parte de ella procede de negocios reales. por ejemplo, de compras y ventas efectivas, y qué parte responde a causas ficticias ( fictitious) y a letras sin base, que se descuentan simplemente para recoger otras que se hallan en circulación antes de su vencimiento, creando así capital ficticio con la emisión de simples medios de circulación imaginarios. En las épocas en que el dinero es abundante y barato. sabemos que estas operaciones adquieren un volumen enorme”.La necesidad de expandir permanentemente la producción capitalista conduce también a la creación, sobre la base de la expansión del crédito, de un capital ficticio. Constituido por títulos financieros (acciones, obligaciones emitidas por empresas, títulos de deuda…), que son una forma de capitalización para quien los vende, y que otorgan al propietario derechos de propiedad sobre una parte de la plusvalía futura, en forma de dividendos o interés.Por tanto, ese capital ficticio no está en absoluto desligado de la “economía productiva real”, sino que forma parte del ciclo general de producción y distribución de la plusvalía.¿ Por qué es entonces un capital ficticio?En primer lugar porque, desde el punto de vista del régimen capitalista global, ese capital aparece por duplicado, triplicado o quintuplicado. La capitalización bursátil de una empresa es capital para la empresa que las emite, pero también es contado como capital por el propietario de las acciones, puesto que le van a proporcionar un dividendo.Cuanto más “derivado” sea el producto financiero, más multiplicado de forma ficticia aparece el capital original.En la medida que la acumulación de estos títulos (acciones, títulos de deuda, derivados financieros, bonos corporativos, etc) representa la acumulación de nueva riqueza creada (ferrocarriles, minas, automóviles, maquinaria etc) sí está expresando la ampliación del proceso real de reproducción y revalorización del capital. Pero en tanto que duplicados susceptibles de ser negociados por sí mismos como mercancías y de circular, por consiguiente, por sí mismos como valores-capitales, son algo ilusorio, ficticio, y por eso la cuantía de su valor nominal puede disminuir o aumentar con absoluta independencia del movimiento real en el valor del capital efectivo, del que ellos no son más que títulos.Y en segundo lugar porque ese capital ficticio se compra y se vende en un determinado mercado financiero (las bolsas, los mercados de opciones de futuro, el mercado financiero hipotecario…), donde puede subir y bajar de acuerdo con las lees de la oferta y la demanda, adquiriendo así su valor un movimiento relativamente autónomo.Especulación y glotoneríaA medida que se expande la producción capitalista, aumenta la necesidad de acumular y revalorizar el capital con mayor celeridad, incrementándose con mayor rapidez ese capital ficticio, por encima del mismo valor del capital productivo. La expansión del capitalismo genera pues, no como una “aberración” sino como algo consustancial, una especulación cada vez más aguda.Frente a considerar la especulación como una “aberración” del capitalismo, Marx ya dejaba claro que “la misión de los bancos es facilitar los negocios. Todo lo que facilita los negocios, facilita también la especulación. Los negocios y la especulación van, en muchos casos, tan íntimamente unidos, que resulta difícil decir dónde acaban los negocios y dónde empieza la especulación. Donde quiera que existen bancos puede obtenerse capital más fácilmente y más barato.La baratura del capital da alas a la especulación, exactamente lo mismo que la baratura de la carne y la cerveza da alas a la glotonería y a la embriaguez”.