SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Cánovas, Silvela y Maura

José Maria Aznar es un hombre importante de la vida española. Es temible y es temido. Tensa y polariza –se está con él, o se está contra él–, cualidades que hasta hace cuatro días, antes de que la economía se viniese abajo, eran glosadas como primordiales por los tecnólogos de la política norteamericana. Es tenaz. Frío. Hermético. Posee un sentido innato de la autoridad y tiene, al menos, un defecto conocido por todos: un orgullo descomunal que probablemente esconde un circuito interno de inseguridades.

La novedad es que Aznar hoy tiene miedo. Miedo por el futuro de España –es un nacionalista muy consciente del grave atolladero–, miedo por la integridad de su legado, y miedo de verse atrapado por las hélices de una vorágine que no controla, puesto que son otros los que están en el cuarto de máquinas.

Tener miedo no es ningún deshonor. Casi todos tenemos miedo. Hay motivo. La mejor manera de dominar el miedo es aceptarlo y dialogar con él. Escuela Zen. Escuela Maquiavelo, también. A los nacionalistas –españoles, catalanes y de todas las latitudes– el miedo tiende a irritarles. Les lacera y les dispara. Y puesto que en España, también en un grado u otro, todo el mundo es nacionalista, incluidos los federales, los del talante, los de Carmen que fue Carme, los críticos de las élites extractivas, la monja Teresa Forcades y los chicos del 15-M que pedían circunscripción única, así está el patio. Hay un miedo muy nervioso en España.

Aznar no puede echarse atrás y no lo hará. Ayer frenó –porque si no frenaba, ponía al PP en irreparable ruta de colisión– y compensó la desaceleración con un quiebro historicista. Lanzó a Cánovas, Silvela y Maura contra Rajoy y dijo que él no está contra nadie. Aznar frenó y se afirmó como Médium con el electorado de la derecha. Hay combate. Habrá combate.

Jesús Posada, un hombre que tiene menos miedo –la edad, seguramente–, dio una réplica desarmante. Dijo el presidente del Congreso: los conservadores de la Primera Restauración eran un partido de notables; los Cánovas, Silvela y Maura se devoraron entre ellos; la virtud histórica del PP está en su cohesión. Posada dejó flotando en el aire una frase de Cánovas: “Yo defiendo la política de las circunstancias y de las transacciones”. Fue un interesante esgrima entre dos escuelas castellanas. En la platea, muchos aplausos y grandes nostalgias.

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