SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Camino tortuoso

Pasados tres meses largos «y estériles» desde las elecciones del 27-S, las negociaciones entre Junts pel Sí­ (JxS) y la CUP dieron ayer un vuelco de última hora. Su consecuencia más visible es el relevo de Artur Mas como presidente de la Generalitat, que cede el paso a Carles Puigdemont.

Pasados tres meses largos –y estériles– desde las elecciones del 27-S, las negociaciones entre Junts pel Sí (JxS) y la CUP dieron ayer un vuelco de última hora. Su consecuencia más visible es el relevo de Artur Mas como presidente de la Generalitat, que cede el paso a Carles Puigdemont.

De este modo, el alcalde de Girona y presidente de la Associació de Municipis per la Independència (AMI) asume el primer cargo político de Catalunya. La otra consecuencia, esta de fondo, es una supuesta revitalización del procés soberanista, debilitado y con expectativas no particularmente halagüeñas ante los comicios, ahora eludidos, que se perfilaban para el mes de marzo.

Artur Mas compareció ayer en el Palau de la Generalitat para dar cuenta del acuerdo alcanzado por JxSí y la CUP. El todavía president en funciones desgranó las decisiones tomadas, empezando por la de dar un paso al lado –quizás debiera haber dicho “atrás”– y no presentarse como candidato de JxSí para la reelección. Hizo hincapié en que dejaba el cargo pero no la política, abriendo la puerta a un posible retorno, al término de la legislatura. A tal fin, vino a afirmar que se autoliberaba de su compromiso, formalmente formulado, de no volver a optar a la presidencia de la Generalitat. Y añadió a continuación que dedicaría sus esfuerzos, en los meses venideros, a refundar Convergència Democràtica de Catalunya, su partido, antaño hegemónico, pero progresivamente debilitado desde que él lo dirige.

Mas quiso subrayar que el acuerdo garantizaba a Catalunya un gobierno estable y fuerte. El modo para conseguir tal cosa es el compromiso adquirido por la CUP de incorporar de manera estable a dos de sus diputados a la dinámica del grupo parlamentario de JxSí, bajo la premisa de no votar jamás en el mismo sentido que los grupos parlamentarios contrarios al procés. Mediante este proceder, a los 62 diputados de JxSí se sumarán dos de la CUP, con lo que aquella formación obtiene una mayoría parlamentaria suficiente.

El president quiso resaltar otro punto del acuerdo: la asunción de culpas por parte de JxSí y, en particular, de la CUP. Vino a admitir que ambos habían cometido errores, algo que ya sabía buena parte de la sociedad.

Aunque dijo y reiteró que el acuerdo permitiría “anar per feina i tirar endavant el país”, sin dar más detalles, un primer análisis de él podría arrojar otras conclusiones. Y no son precisamente felices, ni para JxSí ni para la CUP. Es pertinente recordar que Artur Mas ha defendido hasta hace pocos días –el jueves, en TV3, fue quizás el último– que no estaba dispuesto a entregar la presidencia y que era muy difícil entenderse con formaciones que, como la CUP, querían imponer el derecho de veto, en este caso sobre su persona. También recordaremos que la CUP ha dicho por activa y por pasiva que en ningún caso facilitaría la investidura de Mas, cosa que no ha hecho. Ahora bien, a cambio de esto, ha cedido a dos de sus diputados, en un movimiento que quizás no encaje exactamente en el concepto del transfuguismo, pero que viene a tener efectos prácticos similares. Otra pirueta. Podríamos pues decir que la confianza que inspiran las palabras de estos agentes políticos no se ha visto reforzada con su comportamiento. Como se afirmaba ayer en determinados círculos políticos, da la sensación de que el president Mas ha sembrado el desconcierto en el seno de su partido, al conceder su cabeza a la CUP, del mismo modo que la CUP ha hecho lo propio en el suyo, como lo demuestra el anuncio de relevos entre sus diputados menos favorables a investir al president por otros sensibles al independentismo. Dicho en otras palabras, que en este trance ambos han muerto matando. En parte, al rival, pero en parte hiriéndose también a sí mismos. En el caso de la CUP –una agrupación anticapitalista que con los 337.000 votos logrados el 27-S ejerce un poder desmesurado–, esto tiene unas consecuencias determinadas. En el de CDC, organización que dice aspirar a la centralidad, tiene otras. El mensaje que envía a la sociedad cuando sacrifica a su líder a petición de la CUP no es de los que despiertan adhesiones incondicionales.

Los partidarios del proceso soberanista afirman que el de ayer fue un gran día. Pero está por ver que así sea. La CUP manifestaba en un comunicado que el acuerdo con JxSí prevé seguir con la hoja de ruta rupturista hacia la independencia. Es decir, en la línea de la resolución proclamada en el Parlament el 9-N, ajena al marco legal. Ese camino será tortuoso e incierto. No está asegurado, ni mucho menos, que se llegue a buen puerto. El Gobierno español emitió, poco después de la comparecencia de Mas, un comunicado recordando que no se puede justificar actos ilegales y, menos aún, romper la soberanía nacional reconocida por la Constitución, añadiendo que el Tribunal Constitucional declaró nula la mencionada resolución del Parlament.

Apuntado todo esto, y ya más allá del contenido del acuerdo, querríamos subrayar, con preocupación, algunas de las expresiones utilizadas por Artur Mas al presentarlo. Expresiones que denotan un giro, tanto en términos de sensibilidad democrática como en términos de concepción mesiánica de su papel. Mas dijo que ha habido que “corregir” mediante el mencionado acuerdo “aquello que las urnas no nos dieron”, y se refirió a las elecciones anticipadas de marzo como “una posibilidad de caos en nuestro país”: dos visiones negativas del valor y el sentido de toda contienda electoral. E insistió, por otra parte, en que actuaba con la conciencia muy tranquila, toda vez que estaba “haciendo el bien” y que quien hace tal cosa obra adecuadamente en todo caso. Podía dar la impresión de que así, de paso, asociaba a los discrepantes con los partidarios del mal.

Hace ya muchos años que sabemos que la política, en democracia, no enfrenta a malos y buenos, sino a personas o partidos con criterios dispares respecto a cuales son las prioridades del conjunto de la sociedad. Tras el acuerdo de ayer, por mucha retórica que lo revista, no hay sino el empecinamiento de una serie de dirigentes apoyados por el 47,8% de los catalanes –los que votaron por el soberanismo el 27-S–, que han unido su suerte a la del procés. Sobre la base de este porcentaje, y en un a todas luces erróneo cálculo matemático, insisten en que tienen un “mandato democrático” que cumplir y desconsideran que para el resto de los catalanes –cuyo mandato democrático no es menor, ni en términos cualitativos ni cuantitativos–, la prioridad es distinta. Para estos últimos, “anar per feina i tirar endavant aquest país” significa algo más preciso: atender a las necesidades del conjunto de la población, cohesionarla más que dividirla y pertrecharla para afrontar el futuro con instrumentos de progreso y no con ilusiones.

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