Un año después del referéndum que dio carta de naturaleza al Brexit, las posiciones de la UE y de los negociadores británicos están tan alejadas que pensar en un acuerdo parece, por el momento, imposible. Mientras tanto, una interrogante parece abrirse paso con bastante nitidez: ¿habrá algún ganador en este divorcio?
No todos los divorcios tienen un vencedor y una víctima. Al contrario, en la mayoría de las ocasiones tales rupturas dejan hondas cicatrices en ambas partes y, a menudo, suponen una operación ruinosa para los dos. Y esta es la perspectiva que cada vez se baraja con más certeza una vez que ha llegado el momento de ponerse a negociar en serio la «separación» de Gran Bretaña de la UE.
El pasado 19 de junio se producía el primer encuentro entre el negociador europeo, el comisario francés Michel Barnier, y el ministro británico para la salida de la UE, David Davis, representante de un gobierno conservador notablemente debilitado tras el «fiasco» sufrido por Teresa May en las recientes elecciones generales. Recordemos que, aupada en la ola de «entusiasmo» provocada por el Brexit, Teresa May convocó elecciones para ampliar su mayoría absoluta y fortalecer su posición de cara a la negociación para la salida de la UE, propuganado lo que se llamó un «Brexit duro»; pero la «dama de latón» británica se topó con las urnas, bajando de escaños y dejando su situación mucho más débil. Su propio partido llegó a cuestionarla como primera ministra.«El fiasco electoral de Teresa May ha debilitado la posición británica y aleja la posibilidad de un «Brexit duro»
Con estos precedentes, el primer encuentro, que abría la cuenta atrás para la negociación (que tiene fijado un plazo legal de 21 meses), apenas sirvió para constatar el profundo desacuerdo que enfrenta las posiciones de ambas partes.Por la parte europea, el ejecutivo comunitario ha fijado tres ejes claves que considera básicos para lograr un acuerdo satisfactorio. En primer lugar, salvaguardar la posición y los derechos de los ciudadanos europeos que viven y trabajan en Gran Bretaña (y viceversa). Esta cuestión, que afecta a más de tres millones y medio de ciudadanos comunitarios, no tiene por el momento una respuesta clara por parte británica, que busca ante todo adquirir un control absoluto sobre el asunto migratorio, sin ninguna imposición de Bruselas. De hecho, el tema migratorio bien pudo ser el argumento principal que movilizó el Brexit. Bruselas pretende que los ciudadanos europeos conserven de alguna manera todos los derechos que tenían antes del Brexit, lo que los equiparaba en cierto modo a los propios británicos, pero parece poco probable que esta opción prevalezca sin más.
Los conservadores británicos, siguiendo el hilo de Trump, quieren imponer la lógica de «los británicos primero», lo que resulta contradictorio con reconocer a los europeos los mismos derechos que a los británicos. Pero, ¿qué derechos recortar? ¿Los europeos van a tener la condición de «extranjeros» a todos los efectos en Gran Bretaña? ¿Cómo va a afectar eso a sus contratos de trabajo, a sus condiciones laborales, a las entradas y salidas en el país, a la libre circulación de personas? Y si Gran Bretaña decide poner cualquier restricción, ¿cómo va a afectar eso al mercado laboral británico? Gran Bretaña no importa solo «mano de obra», también importa «talento». Cualquier medida discriminatoria o restrictiva puede acabar pasándole una factura bastante notable a la economía británica, sobre todo en un mundo tan competitivo como el actual, donde la lucha por el «talento» (los trabajadores más cualificados) se ha hecho despiadada. Gran Bretaña podría acabar perdiendo el atractivo que durante años ha llevado a su país a cientos de miles de profesionales muy cualificados, lo que a medio plazo representaría un duro golpe para su economía.«Bruselas le ha presentado a Londres una «factura de salida» de 60.000 millones de euros»
Otro tema en el que Europa ha querido fijar el foco de las negociaciones es la espinosa «cuestión irlandesa». Bruselas quiere encontrar una fórmula que permita, respetando los acuerdos del Viernes Santo, establecer controles en la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, que quedará fuera de la UE y del mercado único, con el resto de Reino Unido. El tema irlandés es, en realidad, el más peliagudo de una larga lista de problemas «fronterizos» que el Brexit ha dejado al aire, entre los que está incluido el de Gibraltar, y que podría ampliarse en el futuro a otros asuntos territoriales de más enjundia, sobre todo si Escocia y Gales (donde, recordemos, ganó por una amplia mayoría seguir en la UE) llegaran a replanteares su permanencia en un Reino Unido fuera de Europa. Gran Bretaña esgrime su soberanía para no ceder ni un ápice en estos asuntos, lo que hará muy difícil acuerdo alguno.
Y, en tercer lugar, está el tema económico: la llamada «factura de la salida», es decir el dinero que Gran Bretaña debería seguir ingresando en la caja de la UE por los compromisos adquiridos con antelación al Brexit, factura que Bruselas estima en unos 60.000 millones de euros, pero que algunos mandatarios europeos ya han bajado hasta los 40.000. Los negociadores británicos no han dudado en calificar esta cifra como un auténtico «robo». E incluso como una «extorsión», ya que Europa (por acuerdo unánime de su Comisión) decidió en su día que la UE no firmaría ningún nuevo acuerdo con Gran Bretaña a menos que quedara liquidada esta deuda.«Para la UE es clave salvaguardar los derechos de los 3.500.000 europeos que viven y trabajan en Gran Bretaña»
La firmeza y unanimidad europea en este tema está «justificada», no solo porque le asista la razón (los británicos firmaron compromisos y programas que alcanzan hasta el año 2020), sino porque también le asiste la «necesidad». Reino Unido es la segunda economía de Europa, detrás de Alemania y por delante de Francia, y uno de los mayores contribuyentes netos de la UE: unos 10.000 millones al año. El Brexit va a significar que la UE deje de disponer de esos 10.000 millones de euros anuales. Si Gran Bretaña se aviene a pagar su «deuda», la UE gozará de algunos años antes de tener que empezar a «apretarse el cinturón». Si no lo consigue, tendrá que empezar a recortar ya en 2018, lo que augura un nuevo periodo de tensiones internas entre los estados miembros que se consideren «más» perjudicados por los recortes y los que no sufran tanto la tijera. De hecho, la Comisión ya ha hecho saber, con la boca pequeña, que algunos países (entre ellos España) tendrán que realizar nuevos ajustes, a consecuencia del Brexit.
Este hecho debilita y socava el discurso de firmeza que la UE ha tratado de transmitir en los últimos tiempos, destinado a evitar que cunda entre los socios el ejemplo británico. Con Alemania a la cabeza, la UE pretende demostrar que el Brexit no le va a salir gratis al Reino Unido, que es mucho más lo que va a perder que lo que va a ganar, y para ello -al menos retóricamente- propone una firmeza inamovible en la negociación. Pero tal firmeza, destinada a mantener «prietas las filas» en la UE, tropieza con los propios intereses económicos de las grandes potencias europeas, que tienen enormes intereses en Gran Bretaña. Solo entre Francia y Alemania, hay más de 500.000 millones de euros invertidos en la economía de la isla. ¿Están realmente estos países interesados en llevar la lucha contra el Reino Unido hasta el final, es decir, a que no haya un acuerdo final que garantice las inversiones, las finanzas, el comercio, etc., entre ambas partes?«»No firmar un nuevo acuerdo sería un desastre para Gran Bretaña», reconoció hace unos días el negociador inglés»Evidentemente, no. De la misma forma, que Gran Bretaña no puede acabar las negociaciones del Brexit sin tener un acuerdo comercial con Europa. Hace unas semanas, los británicos esgrimían con enorme satisfacción un amplísimo acuerdo comercial firmado entre el gobierno de May y los EEUU de Trump. Sin duda, pensaban que tener en sus manos ya esa baza, era algo que ponía en evidencia que Gran Bretaña no se había quedado sola en el mundo, que no es un país aislado, que cuenta con el apoyo y el favor de la mayor economía mundial, de la superpotencia americana. Lo que el gobierno inglés no ha puesto de relieve, es que tales acuerdos comerciales han sido hasta ahora lesivos, o muy lesivos, de los intereses de cualquier país que los ha firmado. Tener un acuerdo comercial con EEUU lo único que garantiza es que se van a apropiar de una parte sustancial de tu mercado y, tarde o temprano, una parte de tu economía se va ir al garete. Además, los gigantes americanos no pagan impuestos, como sabe todo el mundo. ¿Es ese acuerdo comercial la garantía que necesita la economía británica para mantener su solvencia?
Para Gran Bretaña es vital mantener su relación comercial con Europa, que representa la parte del león de sus exportaciones. Aunque Gran Bretaña aún tenga el soporte de la Commonwealth, o su relación «privilegiada» con EEUU, o negocie un tratado muy beneficioso con China, Europa sigue siendo el principal mercado de sus productos, ya sean financieros, bienes de consumo o apostantes de su casas de apuestas.
Alcanzar ese acuerdo, y definir los términos del mismo de manera favorable para sus intereses, es el objetivo prioritario de la delegación británica. «No firmar un nuevo acuerdo sería un desastre para Gran Bretaña», reconoció hace unos días el negociador del gobierno inglés. El término elegido, «desastre», no es gratuito, y pone en evidencia los «límites» que tiene Gran Bretaña a la hora de abordar la negociación. Un no-acuerdo o un mal acuerdo, pueden acabar siendo letales para Gran Bretaña.
Bruselas no ignora ese hecho y por ello mantiene, por ahora, un tono firme en la defensa de los tres puntos que considera necesario acordar para llegar, en principio, a un «divorcio amistoso». Luego llegará el momento de negociar los términos de la nueva relación. Acerca de esto, aún no se sabe casi nada, sobre todo porque la posición británica cambia cada día: un día anuncian que se saldrán de todo y, al siguiente, que quieren permanecer en el mercado único. Lo que demuestra que la pugna en el interior de la clase dominante británica está lejos de haberse resuelto. Nadie sabe aún cuál será la propuesta negociadora de los británicos, puede que ni ellos mismos la sepan todavía.
Mientras tanto el tiempo corre. Nadie duda que al final habrá un acuerdo. Lo que no está tan claro es que ese acuerdo sea amistoso y que se sea beneficioso para los dos (si es que eso fuera posible). O si estaremos ante otro caso, tan frecuente hoy, de «divorcio ruinoso».