Brasil

Brasilia arde contra Temer

Temer usa al ejército para reprimir las manifestaciones de protesta. Pero el hedor del gobierno Temer ya no sólo tiene matices de impeachment y golpe blando, sino que ya porta el inequívoco y repulsivo aroma de gorila militar. Más leña para la hoguera de lucha popular que se avecina en Brasil.

Un año después del impeachment que llevó al Palacio de Planalto al presidente no-electo Michel Temer, la crisis política en Brasil sigue ahondándose. Después de la Huelga General y de que se conociera que Temer cometió obstrucción a la Justicia, una enorme movilización social se echó a las calles de Brasilia para exigir elecciones presidenciales inmediatas. Ante la radicalidad de las protestas, el gobierno ha llamado a las Fuerzas Armadas para que disuelvan a los manifestantes.

El ilegítimo y antipopular presidente brasileño Michel Temer autorizó el martes 23 de mayo a un destacamento de 1.500 hombres de la Policía Militar a que ocuparan la capital, Brasilia, y que reprimieran con extrema violencia las protestas que exigían su dimisión y la convocatoria de elecciones presidenciales, previstas para 2018. La excusa fue el incendio de una barricada que acabó afectando a la planta baja del Ministerio de Agricultura.

La marcha, inicialmente pacífica, estaba convocada por los principales sindicatos del país, como la Central Única de los Trabajadores (CUT) y Força Sindical, además de movimientos sociales de izquierda independientes, no sólo exigía el fin de las políticas antipopulares del gobierno interino del PMDB -principalmente la reforma laboral y la de las pensiones que han motivado hace un mes una masiva huelga general- sino que había tomado como principales consignas «Fora, Temer» y «Diretas já». El movimiento popular en Brasil no para de ganar en fuerza, presencia y radicalidad, y mucho más tras el estallido de la actual crisis de Gobierno, la más profunda que vive Brasil desde el impeachment. Todos los brasileños han escuchado la grabación filtrada a los medios en las que Michel Temer comete un delito flagrante de obstrucción a la Justicia: en una conversación privada con el empresario Joesley Batista, Michel Temer autoriza sobornos para comprar el silencio de la otra cabeza del PMDB -el hasta hace poco presidente de la Cámara de Diputados y principal impulsor del impeachment contra Rousseff- Eduardo Cunha, preso en la cárcel desde hace meses por corrupción.

Temer se aferra al sillón presidencial y ha declarado desafiante: «Que me echen, yo no renunciaré», pero no está nada claro que no vaya a caer. La oligarquía brasileña prepara su eventual recambio, ya que la Constitución establece que sería sustituido por el actual presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, un conservador aliado del presidente, algo que enciende las iras del movimiento popular, que -tras haber sufrido un golpe de Estado institucional como fué el impeachment- no está dispuesto a una nueva burla a la democracia.

Por eso -y por los padecimientos que han causado durante un año las políticas antipopulares de Temer- los ánimos de los 150.000 manifestantes estaban crispados en Brasilia. Cuando la marcha estaba a dos kilómetros del Congreso Nacional, la policía empezó a lanzar bombas de humo para disgregar a los manifestantes, que comenzaron a dirigirse a los ministerios. La policía empezó entonces a cargar con la caballería, y fue entonces cuando una minoría empezó a quemar mobiliario urbano a modo de barricada, unos actos que derivaron en el incendio de la planta baja del Ministerio de Agricultura.

El gobierno de Temer tomó entonces la determinación de llamar a la Policía Militar, unos 1.500 efectivos que cargaron contra la multitud con inusitada violencia. En medio del enfrentamiento los militares incluso dispararon munición real, según reveló un video del diario O Globo, dejando un herido grave.

Finalmente, ante la fuerte alarma social que ha desatado la reacción represiva, Temer revocó la decisión y retiró al Ejército de las calles de Brasilia. Pero el hedor del gobierno Temer ya no sólo tiene matices de impeachment y golpe blando, sino que ya porta el inequívoco y repulsivo aroma de gorila militar. Más leña para la hoguera de lucha popular que se avecina en Brasil.

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