SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Botí­n y el periodismo adulador

«Deberíamos añadir algo interesante. Lo único sustancioso de este reportaje es que Charles Foster Kane ha muerto. Y eso ya lo sabía: leo los periódicos». Esa célebre advertencia, la chispa que activaba la trama en la genial película de Orson Welles, podría espetarse hoy al periodismo que, con excepciones, eleva la figura de Emilio Botín a los altares, construyendo una dudosa hagiografía. Botín fue un ejecutivo hábil, dotado de una enorme inteligencia práctica, que llevó al Santander a la primera posición de la banca española. Un directivo que consolidó su internacionalización, asentando la entidad en regiones clave del globo. De acuerdo, pero, ¿es esto todo lo sustancial? ¿De verdad se trataba de un empresario al estilo Bill Gates o Steve Jobs? No exactamente: existen otros elementos tanto o más importantes para explicar su trayectoria.

La muerte de una figura destacada deja traslucir la ausencia casi absoluta de una prensa que tome la objetividad por bandera. Que recalque los logros del finado, sus puntos fuertes pero, al mismo tiempo, exponga sus errores, sus malas prácticas, pues todos estos aspectos trascienden la vida privada, constituyen parte integrante de la historia económica y política de España. La línea de actuación de los altos directivos arroja un torrente de luz sobre ciertas facetas de la esfera política que los gobernantes pretenden mantener en tinieblas.

Las generaciones venideras no sólo recordarán a Botín por presidir un gran banco. Siguiendo la estela de esos senadores norteamericanos que quedaron inmortalizados por alguna ley bautizada en su nombre, don Emilio pasará a los anales de la jurisprudencia por la doctrina jurídica que lleva su apellido, un invento de última hora para retorcer la ley evitando la condena al ilustre banquero. Un favor comparable al obtenido por los «Albertos» cuando el Tribunal Constitucional recibió la consigna de cambiar toda la doctrina sobre prescripción de delitos para librar de la cárcel a unos que eran bastante menos primos de lo que aparentaban. Con suficiente influencia y dinero, banqueros y otros personajes pudientes consiguen no solo decisiones administrativas favorables, leyes a medida o fiscales domesticados, sino también malabarismos judiciales en posiciones extremas.

Una vomitiva sumisión al poder

La prensa de papel, y buena parte de la digital, parece olvidar que los grandes empresarios españoles raramente actúan en mercados de libre competencia. Que sus éxitos dependen crucialmente de su cercanía a los gobernantes. Que su relación con el poder político y, por extensión, con la prensa no es en absoluto neutral: responde a una lógica clientelar de intercambio de favores. Buena parte de los resultados empresariales provienen de una fatídica influencia sobre el proceso legislativo, esa costumbre de hacerse leyes a medida previo pago al sastre. Y de un nefasto hábito de manipular la prensa, modelar su voluntad, tapar información perjudicial para sus intereses o reducir al olvido noticias incómodas. Botín compartía con el otro gran personaje recientemente fallecido, Isidoro Álvarez, algo crucial que pocos se han atrevido a destacar: eran dos de los mayores compradores de publicidad en los medios. Con esas credenciales, las noticias sobre sus empresas eran invariablemente laudatorias. Valiente es aquél que se atreve a publicar las verdades de los grandes anunciantes.

Resulta especialmente empalagosa y vomitiva esa sumisión y pleitesía que en España se rinde al poder, sea político o económico. Entre la multitud de aduladores, pelotas y tiralevitas, algunos son receptores de las dádivas pero otros aprovechan la ocasión para hacerse acreedores a un futuro favor, para colocarse en la mejor posición de recoger ese maná que pudiera caer. Incluso algunos periodistas que osan censurar a Emilio Botín, inmediatamente se cuidan de alabar y ensalzan a su sucesora, Ana Botín, como quintaesencia del saber, árbitro de la elegancia o fénix de los ingenios. Un poco de paciencia, señores. Aguarden a que la soprano concluya el aria para prorrumpir en vítores y aplausos. Vivimos en un país que agradece mucho menos los favores pasados que los que espera recibir en el futuro. Si algún día hablaran, Juan Carlos y Felipe darían buena fe de ello.

Halagos por prebendas

Una auténtica democracia requiere medios de comunicación que proporcionen a los votantes información fidedigna. Una prensa imbuida de un sentido de ética y responsabilidad, que se deba a sus lectores, no al poder político o a los anunciantes, y actúe como vigilante del poder. Que se esfuerce día a día por ganar objetividad, huyendo de prejuicios, miedos e intereses y se muestre dispuesta a destapar esas poco confesables relaciones entre gobernantes y grandes empresas. El público debe sentir que lee periódicos fiables, que no necesita gastar su precioso tiempo en comprobar si alguien ha manipulado la información u ocultado datos relevantes. Una distancia sideral nos separa de estas metas.

Muchos informadores, articulistas e «intelectuales» se autocensuran, o directamente se deshacen en halagos al rico y poderoso, para obtener prebendas o conservar las que poseen. Pero los políticos tienen un motivo más profundo para ocultar el auténtico relato de los hechos: impedir que salgan a la luz esos promiscuos vínculos que mantienen con ciertos empresarios. La gente podría llegar a conclusiones incómodas, al convencimiento de que los pudientes no sólo compran al poder ejecutivo: también al legislativo y al judicial. Los ciudadanos descubrirían que muy pocos gobernantes mantienen su virginidad, su inocencia, pues tan responsable es quien compra como aquél que se vende. El poder político se resistirá con uñas y dientes a que se levante la alfombra quedando al descubierto la podredumbre que esconde. Porque la verdadera historia de Emilio Botín no resultaría especialmente embarazosa para la memoria del finado… sino para la imagen de algunos que todavía van por ahí dando lecciones de ejemplaridad.

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