Especial Cambio Climático

Biodiversidad: ¡SOS!

Lo que se ha presentado en París, los resultados del Informe de Evaluación Mundial de 2019 sobre la Diversidad Biológica y los Servicios de los Ecosistemas, realizado por Naciones Unidas, no es un informe alarmista más. 

Lo que ha emitido el IPBES, (la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas, un organismo independiente impulsado por la ONU) son 1.500 páginas de un impecable rigor científico, firmadas por un panel de 145 expertos de 50 países -con la colaboración de 310 especialistas más- todos ellos punteros en diferentes campos. Sus advertencias se sostienen sobre un sólido cimiento de miles de datos, referencias e informes. 

Cada punto y coma del informe está avalado por la Unesco, y sus conclusiones no son nada halagüeñas. Como ha destacado Audrey Azoulay, Directora General de la Unesco, muestran una “decadencia sin precedentes en la historia de la humanidad”: De los ocho millones de especies animales y vegetales que se conocen sobre la faz de la tierra, un millón se encuentra en peligro de extinción, y podrían desaparecer en apenas décadas. 

Tras la presentación de este texto -que complementa a los exhaustivos y detallados informes que sobre el cambio climático elabora el IPCC, el panel internacional de expertos sobre Cambio Climático- «ya nadie podrá decir que no sabemos que estamos dilapidando nuestro patrimonio mundial común», ha advertido  Azoulay.

“Los ecosistemas, las especies, la población salvaje, las variedades locales y las razas de plantas y animales domésticos se están reduciendo, deteriorando o desapareciendo. La esencial e interconectada red de vida en la Tierra se retrae y cada vez está más desgastada. Esa pérdida es  consecuencia directa de la actividad humana y constituye una amenaza directa para el bienestar humano en todas las regiones del mundo”, dice con preocupación el biólogo alemán Josef Settele, uno de los autores principales del informe del IPBES.

¿Qué dice el informe?

Como mínimo, un millón de especies -tanto animales como vegetales- están amenazados de extinción por diversos efectos ligados a la actividad humana. 

Es un proceso que viene de largo -desde  el siglo XVI, al menos 690 especies vertebradas han sido llevadas a la extinción y más del 9% de todos los mamíferos domesticados usados para alimentación y agricultura se habían extinguido en 2016- pero viene acelerándose drásticamente en los últimos 40 años. “La velocidad de extinción es centenares de veces mayor que la natural”, asegura Paul Leadley, uno de los autores del informe.

El peligro de extinción amenaza al 40% de las especies de anfibios, o a un tercio de organismos oceánicos como corales, tiburones o mamíferos marinos. Aunque los expertos tienen dificultades para hacer estimaciones con respecto a los insectos -cuya gigantesca variedad es la que más engrosa la biodiversidad- hay consenso y pruebas sólidas de que al menos el 10% de sus especies están amenazadas. Entre ellas destacan, por su enorme importancia ecológica, los polinizadores como las abejas.

Las consecuencias de un proceso de extinción de esta magnitud (hablamos del 13% de las especies animales y vegetales) no son sólo para la naturaleza, sino que amenazan gravemente a toda la humanidad. “Dependemos de la biodiversidad y por tanto esa pérdida tiene consecuencias para nosotros”, subraya Paul Leadley, y pone un ejemplo contundente: “El declive constatado de los polinizadores tiene efectos potencialmente muy negativos sobre la polinización de frutas y legumbres, o para el chocolate o el café. Son consecuencias directas. Sin polinizadores, podría no haber cosechas”.

El texto advierte que este desastre medioambiental en desarrollo es una bomba para las metas de desarrollo de los países y pueblos del Tercer Mundo. «La actual tendencia negativa en biodiversidad y ecosistemas minará los avances en el 80% de las metas estimadas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU fijados para 2030, especialmente en materia de fin de la pobreza, hambre, salud, agua, ciudades sostenibles, clima, vida submarina y ecosistemas terrestres».

Las causas de esta amenaza

El informe del IPBES, basándose en un análisis exhaustivo de los datos disponibles, clasifica y ordena los cinco grandes factores que están conduciendo a la extinción a este millón de especies. La jeraquía de causas es, en orden de importancia descendente: (1) los cambios en el uso de la tierra y el mar; (2) la explotación directa y creciente de organismos; (3) el cambio climático; (4) la contaminación y (5) las especies exóticas invasoras. 

El primer factor en importancia de impacto son los cambios en los usos de los mares y la tierra. Hasta tres cuartas partes del medioambiente terrestre y alrededor del 66% del marino se han visto “significativamente alterados” por la acción humana. Ejemplos de ello es que más de un tercio de la superficie terrestre del mundo y casi el 75% de los recursos de agua dulce se dedican ahora a la producción agrícola o ganadera. O que el valor de la producción agrícola haya aumentado en aproximadamente un 300% desde 1970, que la extracción de madera en bruto haya aumentado en un 45%, o que cada año se extraigan en todo el mundo aproximadamente 60.000 millones de toneladas de recursos renovables y no renovables -casi el doble desde 1980- con el impacto ecológico que eso conlleva.

Producto de ello, la degradación de la tierra ha reducido la productividad del 23% de la superficie terrestre global, que hasta 77.000 millones de dólares en cultivos anuales están en riesgo por la pérdida de polinizadores, y que entre 100 y 300 millones de personas tienen un mayor riesgo de inundaciones y huracanes debido a la pérdida de hábitats costeros y protección.

Le sigue en jerarquía la cada vez mayor explotación de organismos vivos, instigada a su vez por la voracidad de los mercados monopolistas. Por ejemplo, en 2015, el 33% de las poblaciones de peces marinos se estaban capturando a niveles insostenibles; el 60% se pesca de forma máxima sostenible, y solo el 7% se captura en niveles inferiores a los que se pueden capturar de forma sostenible.

En tercer lugar -aunque el informe advierte que este factor tiene cada vez mayor impacto y que puede convertirse en el primer factor de extinción- están los efectos derivados del cambio climático y el calentamiento global. Las emisiones de gas de efecto invernadero se han duplicado desde 1980 y han provocado el aumento global de la temperatura en al menos 0,7 grados centígrados. Este cambio climático global, advierte el IPBES, es crecientemente devastador y a está afectando a la naturaleza desde el nivel de los ecosistemas hasta el de la genética. 

En cuarto lugar, están las distintas formas de polución derivadas de un modelo económico, energético y de consumo al servicio del máximo beneficio monopolista. El informe alerta con especial énfasis sobre la polución plástica en ríos y océanos, un tipo de contaminación que se multiplicado por diez desde 1980. Pero además informa de que al menos 300 millones de toneladas de metales pesados, disolventes, lodos tóxicos y otros desechos de instalaciones industriales se descargan anualmente en las aguas del mundo, y que los fertilizantes que ingresan a los ecosistemas costeros han producido más de 400 «zonas muertas» en los océanos, sumando en total más de 245,000 km2, un área combinada mayor que la del Reino Unido.

En el último puesto, pero con una tasa de impacto muy alarmante, está la invasión de los ecosistemas por parte de especies foráneas, que ha aumentado un 70% desde 1970 en al menos 21 países. Diversos expertos apuntan a que la gravedad de este factor podría ser aún mayor: de las 1.260 especies exóticas registradas en el GRIIS (Global Register of Introduced and Invasive Species), solo 76 han sido cuantificadas en el estudio para analizar sus consecuencias en el medio ambiente, lo que significa que los efectos de la mayoría de las especies exóticas, en torno a un 94%, no han sido cuantificados rigurosamente. 

Todos estos factores son fruto de la actividad humana. Pero el informe del IPBES hace distinciones: no todas las comunidades ejercen la misma presión sobre el medio ambiente. Las áreas explotadas, mantenidas o administradas por pueblos indígenas o pequeñas comunidades locales han sufrido impactos ecológicos mucho más leves y sostenibles. Aunque el informe no lo indica explícitamente, apunta entre líneas a la actividad productiva monopolista determinada por la voracidad del máximo beneficio -y no indiscriminadamente a la «actividad de la humanidad»- como la causa fundamental.

El informe también emite numerosas recomendaciones, y huyendo del fatalismo, quiere arrojar una última conclusión: son necesarias medidas urgentes y drásticas, pero todavía se puede evitar la muerte de un millón de especies.  “Aún estamos a tiempo de evitar el desastre, pero ¡reaccionen!”.

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