El Observatorio

Bicentenario de Poe

Escritor, poeta, crí­tico y periodista norteamericano, Poe realizó el tránsito desde el romanticismo – en el que se formó – al nuevo «autor maldito», que encarnarí­a más tarde Baudelaire: su traductor al francés, introductor en Europa y devoto discí­pulo. Aficionado al alcohol, el juego y las drogas, Poe ayudó a convertir el relato gótico en cuento de terror, inventó el género «negro» e impulsó la literatura de ciencia-ficción. Su obra fue reivindicada por Dostoievski, Kafka, Lovecraft, Maupassant, Mann o Borges.

El rimero que se ocupó en el mundo hispano, con cierta profundidad, de la obra de Poe fue Rubén Darío, que le dedicó un ensayo en su libro “Los raros”, de 1902. Luego serían, sobre todo, Borges y Cortázar –dos escritores cuya obra alcanza sus mejores registros en el ámbito del cuento – los que promoverían incansablemente en el mundo hispano las excelencias de Poe. Borges incluyó sus “Cuentos” como uno de los volúmenes integrantes de su célebre (aunque inacabada) “Biblioteca personal”. En el “prólogo” del libro, con la concisión, finura y “malignidad” que le caracteriza, Borges resume insuperablemente la figura de Poe y recomienda sus relatos favoritos. Tras afirmar rotundamente que “La literatura actual es inconcebible sin Whitman y Poe”, Borges escribe: “Edgar Poe nació en 1809 en Boston, ciudad de la que abominaría después. Huérfano a los dos años, fue adoptado por un comerciante, el señor Allan, cuyo apellido fue su segundo nombre. Se crió en Virginia y se supo siempre del Sur. Se educó en Inglaterra. Un monumento de su larga estadía en aquel país es la descripción de un colegio de tan curiosa arquitectura que uno no sabe nunca en qué piso está. En 1830 ingresó en la Academia Militar de West Point, de la que fue expulsado por su afición al juego y a la bebida. De índole agresiva y neurótica, fue sin embargo un firme trabajador y nos ha legado cinco generosos volúmenes de prosa y verso. En 1835 se casó con Virginia Clemm, que contaba trece años. Como poeta, es menos apreciado en su patria que en otras partes del mundo. Su célebre poema “El cuervo” hizo que Emerson lo apodara “the jingle man”, el hombre del retintín. Se enemistó con todos sus colegas; absurdamente acusó de plagio a Longfellow. Cuando lo llamaron discípulo de los románticos alemanes, contestó: “El horror no llega de Alemania; llega del alma”. Siempre abundó en “sonora autolástima” y su estilo es interjectivo. Borracho, murió en la sala común de un hospital de Baltimore. En el delirio repitió las palabras que había puesto en boca de un marinero que murió, en uno de sus primeros relatos, en el confín del Polo Sur. En 1849 el marinero y él murieron al mismo tiempo. Charles Baudelaire tradujo toda su obra al francés y le rezaba cada noche. Mallarmé le consagró un famoso soneto. De un solo cuento suyo (“Los crímenes de la calle Morgue”) procede todo el género policial: Stevenson, Wilkie Collins, Conan Doyle, Chesterton y tantos otros. De su literatura fantástica recordemos “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, “Un descenso al Maelström”, “El pozo y el péndulo”, “Manuscrito hallado en una botella” y “El hombre de la multitud”, todos de inaudita invención”.

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