Cortina Rasgada

Azúcar y mentiras

Detrás de «Los miserables» hay un mensaje tramposo, que edulcora hasta la mentira los antagonismos más violentos de un capitalismo en crisis.

Lo que no puede ser, no puede ser, y es además imposible

Sin duda, “Los miserables” va a convertirse –junto a “El Hobbit”, nuevo capítulo de la exitosa saga de “El señor de los anillos”- en el estreno de estas navidades.

Catapultada por una apabullante campaña mediática, con el cartel de un oscarizado director y un selecto puñado de estrellas, acumula todos los números para ser una de las películas del año.

¿Pero por qué Hollywood dirige, precisamente ahora, su mirada hacia “Los miserables”?

Hay razones de oportunidad, trasladando al celuloide el filón de uno de los musicales más vistos de la historia.

Pero es imposible separar la elección de Hollywood –una de las principales plataformas propagandísticas de la burguesía norteamericana- de una realidad dominada por los recortes y ajustes.

Cuando la rebelión se extiende y radicaliza en los países de capitalismo desarrollado, Hollywood nos ofrece una visión del clásico de Víctor Hugo repleta de tramas y engaños, presentadas con el brillante envoltorio de un musical de impecable factura.

Y, para sortear este particular campo de minas, nada mejor que volver la mirada al original.

Víctor Hugo publica “Los miserables” en 1.862, desde su exilio en la isla de Guernsey, donde le ha conducido su oposición al régimen de Luis Napoleón.

Escritor aclamado por el público, político consagrado, Víctor Hugo es el paradigma del “idealista burgués”.

Los sueños revolucionarios de “libertad, igualdad y fraternidad” han sido ya pulverizados por la cruda realidad del dominio burgués. La explotación y opresión sobre la mayoría por parte de una ínfima élite financiera es quizá más insoportable que antes. Caducos reyes y depravados dictadores se suceden como emblema de los nuevos tiempos, los mismos que antes prometían liberar a la humanidad de cualquier tiranía.

La rebelión está en marcha. Cuando sale a la luz “Los miserables” hace casi quince años que se había publicado el Manifiesto Comunista. La revolución de 1.848 contempló la irrupción del proletariado, que hasta entonces aparecía supeditado al ala izquierda de los republicanos burgueses, como un actor político independiente.«Víctor Hugo buscaba una “república justa” dentro del orden radicalmente injusto del capitalismo. Un imposible que solo conduce al desastre «

El choque de trenes, que marcará el futuro de la humanidad, es inevitable. Los antagonismos propios del capitalismo, entre burguesía y proletariado, estallan de forma cada vez más virulenta.

La respuesta de la burguesía francesa será entregar todo el poder a Luis Napoleón, un vulgar aventurero de apellido ilustre transformado por las circunstancias en emperador y “salvador de la patria”, que transformó la “inmaculada” república en un despótico régimen.

Pero Víctor Hugo todavía creía en el imposible sueño burgués prometido en 1.789. Sigue persiguiendo la quimera de una “república ideal”, que solo pudo existir mientras la burguesía no ostentaba el poder. Una vez obtenido el “bastón de mando”, las palabras sustituyeron a los hechos, y la realidad del nuevo modo de explotación, en beneficio de una nueva élite, se impuso a las promesas de salvación para todos.

Víctor Hugo se identifica de forma sincera con los explotados y oprimidos, a los que convierte en héroes de sus novelas, frente a los personajes ilustres que son detestados. Pero su solidaridad es, incluso en 1.862, absolutamente anacrónica.

Para él, detrás de las barricadas no está el paraíso –como gritarán sus contemporáneos parisinos un siglo después, el mayo del 68- sino un tumulto que sólo conduce a una tragedia sin sentido.

¿Cómo rebelarse, entonces, ante la injusticia flagrante que condena a la inmensa mayoría a la miseria?

Víctor Hugo nos ofrece una “rebelión pasiva”, trufada de “sueños republicanos”, de idealismo burgués y cristianismo primitivo. Una extraña mezcolanza que ofrece como alternativa la redención a través del perdón y el amor. Con la esperanza de que, al final, el Bien –en mayúsculas, elevado a la categoría de ideal despegado de la realidad- triunfará contra el Mal.

Pocos años después de publicarse “Los miserables”, la realidad se encargará de colocar las cosas en su sitio.

En 1871, el París de Víctor Hugo contempla la Comuna, la primera vez que los explotados se atreven a tomar el poder. La salvaje represión posterior –donde la burguesía alemana y francesa aparcan su guerra para dirigir sus cañones contra el pueblo- no podrá empañar la histórica gesta del proletariado parisino. Ellos enseñarán al mundo el auténtico camino de la “salvación”, que pocas décadas después, en 1.917, convertirá el sueño de los “parias de la tierra” en una poderosa realidad.

El “sueño” de Víctor Hugo –la implantación de una “república ideal” donde los antagonismos de clase encuentren un cauce de resolución- nos conduce a una “pesadilla”, la aceptación de un dominio burgués que a lo largo del siglo XX mostró al mundo los mayores horrores conocidos.

Esperar justicia de un orden injusto en su médula, como es el capitalismo, conduce a una peligrosa evasión de la realidad. Mientras otros, los que de verdad mandan, las burguesías más poderosas, dictan las facturas que nosotros, la inmensa mayoría, estamos obligados a pagar.

¿”La redención de los miserables”…. o “los nada de hoy todo han de ser”?

“Los miserables” no está falta de virtudes. A pesar de su duración, que supera con generosidad las dos horas, el ritmo nunca decae. Aunque es un musical “literal” –el 90% de su metraje son canciones-, mantiene enganchados a los espectadores.

Se apoya en unos excelentes actores, cuyo papel es especialmente destacable, consiguen mantener la sensación de realidad en un espectáculo tremendamente “irreal” como un musical.«Rebélate contra las injusticias. Nosotros te comprendemos. Pero, eso sí, “dentro de un orden” que no cuestione nuestro poder. Eso no lo vamos a consentir»

Y la dirección, aunque ha sido especialmente criticada, acierta al combinar las escenas corales y de grandes angulares, con los números intimistas, a través de primeros planos sostenidos, que multiplican la emoción.

Pero detrás del “envase”, aunque éste sea de primera calidad, siempre hay un contenido.

¿Quiénes son “los miserables” del siglo XXI? ¿Los millones de personas víctimas de los recortes, a los que se condena a la miseria? ¿O quienes dictan, desde lujosos despachos, medidas para recortar la pensión de un jubilado mientras se multiplica el dinero público regalado a los bancos?

El clímax de la película conduce a un final de doble lectura. Por un lado, las barricadas, la rebelión popular encabezada “muy visiblemente” por banderas rojas, terminan en una masacre sin ningún resultado. Pero, al mismo tiempo, los que conquistan, entre tanta convulsión, la “”salvación” son quienes se refugian en el “amor” –al prójimo y a Dios- cuya capacidad de “redención” les ampara.

Ellos saben que las protestas contra sus desmanes son inevitables. No aspiran a que no sucedan, sino a que se desarrollen “dentro de un orden” que no cuestione su dominio.

Por eso se estigmatiza a los jóvenes idealistas que desfilan detrás de la bandera roja. No por la vía de presentarlos como “malvados”. Al contrario, son definidos como “desinteresados”… pero acaban todos muertos. La rebelión frontal sólo conduce al desastre.

Mientras que los “individuos virtuosos”, que “silenciosa” y “pasivamente” se entregan al amor… podrán salvarse.

Todo un mensaje ideológico, especialmente rancio y caduco, reaccionario en su misma sustancia, cuando la actualidad está repleta de oportunidades para rebelarse de forma activa y consciente.

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