«Ustedes no serán olvidados, no serán dejados en el desamparo». Así hablaba Obama en su primera comparecencia tras el terremoto en Haití. Y la hiperactividad de EEUU, convertido en el único poder real en la devastada república caribeña, parecen confirmar las simpatías del primer presidente norteamericano negro hacia el primer país que abolió la esclavitud. Los grandes medios han difundido la imagen de Obama como el gran benefactor de Haití. Sin embargo, hay demasiados puntos negro, demasiadas preguntas sin respuesta.
¿Por qué la “ayuda humanitaria” norteamericana ha comenzado con el desliegue de 10.000 soldados? ¿Cómo es posible que Washington haya tomado el control del aeropuerto, frenando la distribución de comida o medicamentos hasta que no se completara su ocupación militar? El despliegue norteamericano en Haití no es tan desinteresado como difunden televisiones y periódicos. Obama espera sacar partido de su “ayuda”, mientras el pueblo haitiano sufre las terribles consecuencias de la tragedia. Primero los marines, luego la “ayuda humanitaria” “Estoy furioso. Hemos estado aquí durante cuatro días y no hemos visto nada: ni comida ni agua ni carpas. ¿Por qué nada llega? No hemos recibido nada de Estados Unidos, nada de la comunidad internacional. Nos sentimos enojados y abandonados.” Así se expresaba, con una rabia difícilmente contenida, una de las víctimas del terremoto. ¿Pero no nos están informando los medios de una “avalancha sin precedentes de ayuda internacional”? ¿Entonces cómo es posible que “nada llegue” a las víctimas? La explicación está en Washington, como en todo lo que ocurre en Haití desde hace casi un siglo. Jarry Emmanuel, de la ONG World Food, nos ofrece una contundente explicación: “Hay un tráfico diario de 200 vuelos, lo que supone una cantidad increíble para un país como Haití, pero la mayoría de esos vuelos son del ejército estadounidense. Su prioridad es controlar el país, la nuestra alimentarlo”. Quien dirige el despliegue de la “ayuda humanitaria” norteamericana no son agencias civiles como FEMA o USAID, sino… ¡el Pentágono! La ejecución de la “ayuda humanitaria” de Washington ha recaído en el Comando Sur, el mismo que ha instalado las bases militares en Colombia, y cuyos objetivos declarados son “conducir operaciones militares y promocionar la cooperación en seguridad para lograr los objetivos estratégicos de los EEUU”. Los primeros ciudadanos norteamericanos en llegar a Haití tras el terremoto no fueron médicos o bomberos, sino 2.000 marines, los mismos que invadieron el país en 1915. Y junto a ellos desembarcaron otros 8.000 soldados, junto a un portaviones nuclear. La ayuda humanitaria de China, un país situado en la otra punta del globo, llegó a Haití antes que la norteamericana, a pesar de la vecindad geográfica. Sin embargo, en tan solo 48 horas, se multiplicó por diez la presencia militar estadounidense en la zona. Tan descarada ha sido su intervención, que el portavoz del Departamento de Estado norteamericano se ha visto obligado a declarar que “no estamos adueñándonos de Haiti”. Recordando a los clásicos, “excusatio non petita, acusatio manifesta”. Pero Washington es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. EEUU ocupó el aeropuerto de Puerto Príncipe, imprescindible nudo para la llegada y distribución de la ayuda humanitaria. Hasta el punto de que un diplomático europeo ha confesado que “ya no es un aeropuerto para la comuidad internacional, sino un anexo de Washington”. Y, una vez tomado el control de las comunicaciones, el Pentágono ha priorizado su despliegue militar, frenando deliberadamente la distribución de la ayuda humanitaria. Vuelos de la Cruz Roja han sido sistemáticamente desviados por las autoridades norteamericanas, que ha prohibido el aterrizaje de la misión humanitaria de Caricom, la comunidad de naciones caribeña. Ante la imposibilidad de acceder al país por el aeropuerto, la vía más rápida, Médicos sin Fronteras se ha visto obligado a entrar con camiones desde la República Dominicana. Estas son las “preocupaciones humanitarias” del despliegue norteamericano en Haití. Primero se han asegurado de ostentar en exclusiva el mando de las operaciones, utilizando para ello la coartada de la “colaboración con el gobierno haitiano”, absolutamente inexistente. En una entrevista al New York Times, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, se atrevió desvergonzadamente a afirmar que “un decreto del parlamento haitiano daría al gobierno local una autoridad enorme, lo que en la práctica se delegaría en nosotros”. Y luego, ha desplegado una auténtica ocupación militar del país, que se ha cobrado su saldo en sangre al paralizar la distribución de la ayuda humanitaria durante los primeros días, los momentos donde más vidas pueden salvarse. ¿Qué busca Obama en Haití? Despejadas las “fantasías humanitarias”, incompatibles con la actuación de una superpotencia, comienzan a aparecer los motivos reales de la preocupación de Obama por Haití. En primer lugar, evitar que Haití se convierta en un segundo Katrina. La pasividad de la Casa Blanca ante la tragedia de Nueva Orleans levantó una oleada de indignación hacia Bush. Para el primer presidente negro de EEUU, Haití, el país donde por triunfo por vez primera una rebelión esclavista, tiene un alto contenido simbólico. Enfrentado a una oposición interna cada vez mayor a la forma en que está gestionando el mantenimiento de la hegemonía norteamericana, Obama no puede permitirse pagar el precio político que Bush entregó en Nueva Orleans. Por eso se ha esmerado en publicitar a todo color la “ayuda norteamericana”. Pero ésta esconde motivos más oscuros. Monopolizando el poder en Haití, Washington elimina el margen de maniobra de potenciar emergentes locales, como Brasil, que todavía ostenta el mando de la misión de la Onu en el país caribeño. Y, al convertir Haití en un protectorado yanqui, conquista una especie de “Kosovo” en el corazón de un mundo hispano que, desde la Venezuela de Chávez a la Bolivia de Evo Morales, se enfrenta los proyectos de Washington en la región. Como plantea la Fundación Heritage, uno de los más reputados think thanks de la burguesía norteamericana, “para EEUU, el terremoto tiene implicaciones tanto humantiarias como de seguridad nacional”. A la Casa Blanca le preocupan bien poco los primeros, y demasiado los segundos. Los Duvalier, la dinastía del terror de Washington en Haití La maldición de la perla negra Aunque los grandes medios nos lo presenten como una especie de agujero negro donde la miseria es poco menos que una tara congénita, Haití era en el siglo XVIII uno de los territorios coloniales más prósperos, y los franceses le conocían bajo el sobrenombre de “la perla del Caribe”. Tres siglos después, el expolio sin límites practicado por París y Washington, ha devastado Haití, transformando la “perla negra” en el país más pobre de todo el hemisferio occidental. Y los Duvalier, esa especie de dinastía del terror donde el cetro dictatorial se traspasaba de padres a hijos, es quizá el ejemplo más sangrante de los mecanismos de dominación imperial que constituyen la auténtica “maldición de la perla negra”. Los antecedentes: tres siglos de ocupación imperial En 1957 llegá al poder en Haití François Duvalier, que muy pronto se transformará en un sanguinario dictador… y en lucrativo negocio para los intereses norteamericanos. En esa época, EEUU sembrará el mundo hispano de dinastías de dictadores -los Batista en Cuba o los Somoza en Nicaragua-, auténticos “muñecos diabólicos” de Washington a través de los cuales el imperio reforzará su ignominioso dominio. La burguesía norteamericana tuvo a Haití en el punto de mira desde su mismo nacimiento. El cultivo intensivo de la caña de azucar, y un ignominioso sistema donde el 85% de la población eran esclavos, había transformado a Haití en la colonia francesa más productiva. La rebelión de los esclavos fue recibida con terror en Washington. Las autoridades norteamericanas respaldaron las expediciones napoleónicas que intentaban evitar la independencia a través de un régimen de terror que asesinó a más de 100.000 haitianos. Más tarde impuso un bloqueo total a la naciente república, y sólo en 1862 se dignó a reconocer a Haití como una nación independiente. Para entonces, la mano yanqui ya se había apoderado de la perla. Entre 1857 y 1900, EEUU realizó hasta diecinueve intervenciones militares en Haití para imponer los intereses de sus bancos y monopolios. En 1910, bajo la presión de los cañones, la Casa Blanca le impuso al presidente haitiano dos créditos y el llamado “Contrato Mac Donald”, que supusieron la pérdida de la soberanía financiera del país y la puerta abierta a la penetración de los monopolios yanquis. Cinco años después, la presión militar se transformó en abierta invasión, con el objetivo de cobrar las deudas del Citibank y cambiar la constitución para permitir la venta de plantaciones a los extranjeros. La ocupación de los marines se perpetuó durante treinta años. Sólo abandonaron Haití en 1934, tras asegurarse -con la firma de un tratado secreto impuesto al gobierno local- los mecanismos de intervención que van a permitir seguir dirigiendo los destinos del país desde Washington. ¿Tiranos locales o delegados del imperio? Tras treinta años de ocupación, los EEUU dejaron en Haití una Guardia Nacional creada y dirigida por ellos mismos, una fuerza armada interna capaz de asegurar su dominio y sus intereses en la isla sin necesidad de su presencia militar. Y perpetuaron su domino a través de los siniestros “delegados locales” del imperio. El más aventajado de ellos fue, sin duda, François Duvalier, más conocido como “Papa Doc”. Duvalier escala posiciones políticas gracias al padrinazgo norteamericano. Primero como director del Servicio Sanitario Nacional, y más tarde convertido en ministro de Sanidad y Trabajo. En 1957, un simulacro de elecciones teledirigido desde Washington y controlado férreamente desde Washington otorgan la presidencia a Duvalier. En muy poco tiempo, el reino de los Duvalier se transformará en una de las más sangrientas dictaduras. Sólo un año después de acceder al poder, Duvalier decreta la ley marcial. En 1961 se disuelve el parlamento, y dos años después se instituye un surrealista imperio, autonombrándose presidente vitalicio, y designando heredero a su hijo, que entonces contaba con sólo nueve años de edad. Los “tonton macoute”, milicia paramilitar inspirada en las camisas negras del fascismo italiano, instauran el terror, convirtiéndose en la auténtica columna vertebral de la dictadura. Casi 100.000 haitiano fueron asesinados a manos de los sanguinarios “tonton macoutes”. Los empréstitos norteamericanos y el respaldo político y militar de Washington mantenían la delirante tiranía de los Duvalier. A cambio, los tiranos locales impartían el terror suficiente para que el capital norteamericano pudiera esquilmar el país hasta extraerle la última gota de beneficio. Durante la dictadura de los Duvalier, la deuda externa, en propiedad fundamentalmente de los bancos norteamericanos, se multiplicó por 17,5. Esa deuda ha sido un instrumento criminal de extorsión financiera que ha enriquecido a la plutocracia norteamericana al mismo tiempo que ha sumido Haití en un agujero negro de miseria. Esgrimiendo la ejecución de la deuda, el FMI impuso a Haití un draconiano programa de ajuste que devastó la agricultura local -que pasó a estar controlada por los grandes monopolios norteamericanos agroexportadores-, extendiendo el hambre como una plaga. Los “tiranos locales” también se enriquecían del genocidio financiero. Cuando fueron expulsados del país, la fortuna de los Duvalier era superior al conjunto de la deuda externa de Haití. Jean Claude Duvalier, que desde 1971 disfrutaba del poder en calidad de heredero de “Papa Doc”, pudo retirarse tranquilamente en la Riviera francesa. Su trabajo ya estaba hecho, convirtiendo a Haití en el país más pobre del mundo. Tras las revueltas populares que propiciaron la caída de los Duvalier, se abría ante Haití la posibilidad de recobrar un camino independiente. La presidencia de Jean Bertrand Aristide, un cura de la teología de la liberación elegido con un abrumador 70% de los votos, parecía caminar en este sentido. Pero, otra vez, los marines hicieron acto de presencia. Un golpe de Estado orquestado por la CIA derrocó a Aristide y colocó en el poder a nuevos títeres de Washington, que permitieron perpetuar el expolio. Sobre Haití no pesa, como difunden los grandes medios, ninguna “maldición histórica”. El camino que va desde “la perla del Caribe” a el dantesco espectáculo tras el terremoto es el resultado de dos siglos de criminal expolio imperial.