Había apuestas entre los analistas acerca de cuál de los dos grandes partidos españoles, los de gobierno durante el último tercio de siglo (1982-2015), implosionaría antes, cual se destruirá por propios deméritos internos o por la voluntad de los electores. Ambos partidos, PP y PSOE llevan genes destructivos dentro y el precedente de la UCD podría actuar como advertencia y lección, pero el paso del tiempo conduce al olvido. El mayor riesgo de los partidos suele ser interno, lo dijo Churchill al mostrar la Cámara de Londres a una joven colega que se estrenaba: los bancos de enfrente son de los adversarios, en la bancada propia se sientan los enemigos.
El enfrentamiento entre Sánchez y Gómez, secretario general del PSOE y secretario general del socialismo madrileño, es la mejor noticia para sus adversarios, tanto para el Partido Popular como para Podemos, que hace bingo imaginando que puede ocupar el espacio socialista y recomponer el tradicional bipartidismo imperfecto de la política española. Digo imperfecto porque de las once legislaturas (1977-2015) cinco cursaron con mayoría absoluta (tres socialistas y dos populares) y seis con gobiernos con mayorías insuficientes, apoyados por grupos minoritarios, siempre nacionalistas. El mapa siempre ha contado con, al menos, cuatro grupos nacionales, dos a la derecha (UCD, AP-PP) y dos a la izquierda (PSOE y PCE/IU). Y todo indica que este año reeditarán cuatro nacionales. PP y Ciudadanos por un lado y Podemos y socialistas, por otro; con interrogantes sobre IU y UPyD que despejarán los electores.
Para los votantes no hay peor olor y pecado que la división interna. Lo que el PSOE ha escenificado últimamente es precisamente la división que alcanza el carácter de fractura con el caso madrileño. Una federación que ha sido siempre un cáncer para el PSOE, un clásico. Que Tomás Gómez llevaba al PSM a la irrelevancia es evidente a la vista de los datos electorales de los últimos ocho años: cuando llegó las expectativas de voto andaban por encima del 35% y ahora no alcanzan el 20%; dato que empeora la media del partido. La propia pérdida de militancia durante la etapa Gómez (de 30.000 a 15.000) advierte un fracaso continuado y agudizado, pero que no ha conducido a cuestionar al líder regional que ha acreditado resistencia y dominio del aparato.
La cuestión radicaba en relevar a Gómez, una iniciativa que corresponde a los militantes madrileños. Y a falta de esa iniciativa y a la vista de las encuestas y de otros riesgos por llegar, la ejecutiva federal ha decidido tomar cartas en el asunto y poner punto final. La operación relevo tenía riesgos y por lo visto durante las primeras horas no estaban calculados. Gómez se resiste, cuenta con apoyos internos; y Sánchez, que ya estaba debilitado, puede salir trasquilado.
En este conflicto no hay vencedores y un perdedor muy claro, el Partido Socialista Español que en su peor momento electoral camina hacia el suicidio político. Los de Podemos intuyeron bien que era su momento, que podían aspirar no solo a los tradicionales votantes de Izquierda Unida, también a los del PSOE, un partido centenario que camina hacia el abismo.