Nos equivocaríamos si creyéramos, como dice la prensa, que Merkel ha venido a revisar el grado en que Zapatero ha «hecho los deberes» impuestos por Washington y Berlín. Por supuesto que Merkel sabe sobradamente que los ha hecho. Pero eso ya lo da por descontado, ese es un terreno conquistado. Lo más importante de la visita es asegurar que se apliquen las nuevas exigencias y dictados que están todavía por llegar.
Cada una de las sonrisas que Merkel y Zaatero se han prodigado estos días se traduce en más empobrecimiento para nuestro pueblo y mayores beneficios para la oligarquía alemana. Cómo no va a estar satisfecha Merkel de que se recorte el gasto público para que sus bancos se lleven una buena parte de los 26.000 millones de euros en intereses de la deuda pública, y una cantidad aún superior por la deuda privada de bancos y empresas. Cómo no va a estar contenta de que sus multinacionales, con la reforma laboral, multipliquen sus beneficios despidiendo más barato y rebajando los salarios de sus trabajadores. Cómo no va a felicitarse de que sus banqueros puedan quedarse con las cajas españolas y que se abra el negocio de las pensiones privadas a sus fondos y aseguradoras. La satisfacción de Merkel está, pues, más que justificada. Pero ¿y la de Zapatero? ¿A qué vienen sus sonrisas, si no son las del lacayo jubiloso porque su amo le dedica unas palabras amables, en la creencia de que teniéndolo contento lo mantendrá gordo y lustroso? ¿España, capital Berlín? No gracias Pero todavía con esto no es suficiente. Para Berlín aún no es bastante y quiere más. Y Merkel, en su visita, ha obtenido el visto bueno de Zapatero a sus nuevos planes de reforma de la Unión Europea. Planes cuyo centro de gravedad es imponer una rebaja salarial permanente, desvinculando los salarios de las subidas del IPC y desintegrando la negociación colectiva para eliminar las cláusulas de revisión salarial automática en los convenios. Desde que estalló la crisis, los cálculos más conservadores hablan de que los trabajadores españoles hemos visto reducido ya, al menos, un 10% de nuestro salario. Y eso sin contar la pérdida de poder adquisitivo que suponen las subidas de impuestos y tarifas, los recortes en gastos sociales, etc. Y en una situación en la que, gracias a la política de la Reserva Federal norteamericana de imprimir dólares a toda pastilla, es previsible una inminente escalada inflacionaria de los precios de la energía, de las materias primas, de los alimentos y de los productos elaborados. Desvincular la subida de los salarios del aumento de la inflación y los precios es, literalmente, condenarnos a una rebaja salarial permanente, que ellos pretenden que sea poco menos que eterna. A eso ha venido Merkel a Madrid, a dictarle a Zapatero que tiene que corregir todavía más a la baja los ingresos del 90% de la población y a decirnos a nosotros que nos olvidemos de lo que creíamos derechos sociales conquistados. “Ustedes cobrarán según lo que produzcan”. ¿Y qué vamos a producir? “Lo que nosotros decidamos y que no suponga ninguna competencia para nuestros productos en el mercado europeo o mundial”. Para eso, las otras patas del plan exigen a los países de la zona euro a tener una política fiscal decidida directamente por Berlín, unos gastos sociales y un sistema de pensiones diseñados por el Bundesbank o una reforma constitucional al estilo de la alemana para limitar estrictamente el déficit. El grado de cesión de la soberanía nacional y popular que implica este proyecto es directamente proporcional a los beneficios y al trasvase de riqueza que Alemania espera obtener de él. ¡Y Zapatero todavía reclama a Merkel que pase a la ofensiva! Lo hemos dicho recientemente, y la realidad no hace más que confirmarlo: habría que remontarse al reinado de Fernando VII, el rey felón, para encontrar a una clase política reinante como la que encarna Zapatero, tan dócil y entregada a los dictados del extranjero, tan dispuesta a entregar, desguazar y vender a trozos a España. Dónde está nuestra fuerza Previsiblemente, más del 90% del Congreso votará afirmativamente la reforma de las pensiones, el gobierno no tendrá que enfrentarse a movimientos de rechazo y protesta generalizada en la calle y Zapatero ha obtenido el respaldo expreso de Merkel y Sarkozy. Y sin embargo, pese a esta avalancha de pronunciamientos favorables, los españoles no le siguen. Por más que el gobierno y los dirigentes de CCOO y UGT han prodigado estos días sus apariciones públicas para tratar de convencernos de las bondades del pacto firmado para recortar las pensiones, y que los medios de comunicación han actuado como una apisonadora –el 90% de los artículos aparecidos en las páginas de opinión de los cinco rotativos de mayor difusión del país han sido favorables al recorte–, las encuestas publicadas el pasado fin de semana arrojan resultados concluyentes: el 76% de los españoles está en contra del recorte de las pensiones. Rechazan radicalmente tanto el retraso en la edad obligatoria de jubilación a los 67 años como la ampliación de 15 a 25 años del tiempo para calcular la cuantía de las pensiones. Algo que ya nuestro partido había comprobado en la calle, donde, sin apenas necesidad de explicárselo, miles de personas firman (y se llevan hojas de firmas para recoger entre su gente) nuestra campaña de recogida de firmas para exigir la celebración de un referéndum sobre las pensiones. Sólo en este sencillo dato, 3 de cada 4 españoles rechazan un pacto para rebajar las pensiones, sirve para ilustrar todo el enorme capital y la fuerza de la que disponemos para dar la batalla.Pero aún hay más. Según esa misma encuesta, al 82% de los españoles Zapatero no les inspira ninguna confianza. Y al 78% tampoco Rajoy. El 79% no aprueba la gestión de Zapatero al frente del gobierno. Y el 67% desaprueba también la de Rajoy al frente de la oposición. El 60% de los encuestados cree que el gobierno no ha salido reforzado por el pacto y el 51% considera que el acuerdo para recortar las pensiones es una mala noticia para el país. Con este estado de ánimo de la población, cualquier iniciativa unitaria de movilización contra el recorte de las pensiones tendría hoy garantizado un éxito muy superior al del 29-S. Esta es la responsabilidad que han adquirido los dirigentes de CCOO y UGT y que deben rectificar cuanto antes. Empezamos a asistir a una situación similar a la que describe Marx al hablar de la guerra de la independencia: “Así ocurrió que Napoleón, quien, como todos sus contemporáneos, creía a España un cadáver exánime, se llevó una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español yacía muerto, la sociedad española estaba llena de vida y rebosaba, en todas sus partes, de fuerza de resistencia.” Las grandes potencias creen tenerlo todo controlado porque las superestructuras políticas y mediáticas del país están entregadas en cuerpo y alma a su proyecto. Pero las encuestas muestran una realidad sustancialmente distinta. Y confirman lo acertado de nuestra alternativa al situar la exigencia del referéndum sobre las pensiones en el centro de la batalla política. Entre nuestro pueblo existe un rechazo casi unánime a sus planes. Y ninguno de sus argumentos y climas de opinión ha conseguido cambiarlo. Transformar toda esa energía latente en acción. Dar conciencia y alternativa a ese rechazo espontáneo. Dotarlo de fuerza política y organizativa redoblando la campaña por el referéndum de las pensiones, extendiéndola a todos los rincones de nuestro pueblo, uniendo a mucha más gente a ella y sumando a nuevas fuerzas políticas, sindicales y sociales para que la hagan suya. Esta es la respuesta que exige la aceleración y profundización de los ataques de nuestros enemigos.