Corría 1955 -el año en que nací- y Ángel González andaba dándole sus últimos toques al que sería el primero de sus volúmenes de poesía en ver la luz: «Áspero mundo». No es muy difícil deducir a qué mundo se refería. Nacido en Oviedo en 1925, había vivido la guerra y la posguerra, la violencia y el hambre, la miseria y la represión: un hermano fusilado, otro en el exilio, su hermana represaliada… Áspero y oscuro mundo aquel, la España de los 40 y los 50, que él, sin embargo, intentó iluminar y reformar con sus versos.
1955 es también el año en que Ángel González pide la excedencia de su trabajo como funcionario del Ministerio de Obras Públicas (en ese momento está destinado en Sevilla) y se marcha a Barcelona. Allí trabaja como corrector de estilo en distintas editoriales y conoce a Carlos Barral, a Gil de Biedma, a José Agustín Goytisolo. Al año siguiente, regresa a Madrid y entra en conexión con Gabriel Celaya, con Caballero Bonald, con García Hortelano… la llamada «generación o grupo poético de los 50», la generación del realismo social y el compromiso político. Una generación con perfil propio y voluntad declarada de cambiar las cosas. Una generación que todavía pesa en la literatura española.
Tras aquel primer libro de Ángel González vendrían otros, ya en los años sesenta. «Sin esperanza, pero con convencimiento», «Grado elemental» y «Palabras sobre palabras», que acabaría convirtiéndose en el título de recopilaciones cada vez más amplias del conjunto de su obra poética. En los 70, Ángel González viajaría constantemente a Estados Unidos, impartiendo clases de literatura española en diversas universidades norteamericanas. Aunque su poesía se enmarca casi siempre bajo la rúbrica de «poesía social», en realidad es más intimista que social, salpicada por un acento irónico netamente cervantino; una poesía cotidiana elaborada con un lenguaje transparente y nada opaco; poesía sobre la fugacidad del tiempo, sobre el amor y sobre la responsabilidad cívica, con un aire melancólico pero casi nunca desesperado. Una poesía impregnada por un fondo ético de dignidad y fraternidad humana, tan amante de la solidaridad como de la libertad. Con el retorno de la democracia, Ángel González recibió los premios y galardones que se le habían hurtado a su obra y llegó a la Academia. Murió a los 82 años, la madrugada del 12 de enero de 2008, a causa una insuficiencia respiratoria que acarreaba desde que, en los años cuarenta, sufrió la tuberculosis. Pero, paradójicamente, fue aquella enfermedad, que le mantuvo tres años retenido en Páramo de Sil, lo que suscitó su afición a la poesía: primero a leerla y luego a escribirla.
Desde hace un año, recordar a Ángel González es releer su poesía. Poesía como ésta que traemos hoy aquí:
Otro tiempo vendrá Otro tiempo vendrá distinto a éste. Y alguien dirá: «Hablaste mal. Debiste haber contado otras historias: violines estirándose indolentes en una noche densa de perfumes, bellas palabras calificativas para expresar amor ilimitado, amor al fin sobre las cosas todas». Pero hoy, cuando es la luz del alba como la espuma sucia de un día anticipadamente inútil, estoy aquí, insomne, fatigado, velando mis armas derrotadas, y canto todo lo que perdí: por lo que muero.