Joan Arnau
“Tú y yo podríamos asociarnos para hablar de la vida”. Con estas palabras Juan José Millás sedujo a Juan Luis Arsuaga. El resultado son dos libros –“La vida contada por un sapiens a un neandertal”, y su reverso inevitable, “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”- que ya son un éxito de ventas.
El escritor. Millás, y el paleontólogo, Arsuaga, embarcados en un mismo viaje. Literatura y ciencia, dos campos tantas veces enfrentados, dándose la mano.
Millás estaba fascinado por la evolución desde que visitó el yacimiento de Atapuerca. “De ver a los abuelos”, dijo que venía. Unos parientes más cercanos de lo que pensamos: “los siglos que nos separaban eran calderilla frente a los milenios que nos unían”.
La de la evolución de la vida era una de las historias más fascinantes que un escritor puede contar. Y se unió con Arsuaga para abordar el reto.
Son libros sobre ciencia escritos por Millás, son obras literarias de las que Arsuaga es coautor. Esta doble vertiente engancha desde la primera línea.
Basada en la doble perspectiva de esa “extraña pareja” formada por Millás y Arsuaga. La sabiduría de Arsuaga, y su enorme capacidad de divulgación, forjada en muchas horas de clase. Y la forma en que Millás aborda cada tema a través de la ironía, ofreciendo siempre, como en todas sus obras, una perspectiva sorprendente.
Millás se siente como el neandertal que vive camuflado entre los sapiens, y se fascina ante cada cosa. Y Arsuaga nos explica cómo la prehistoria está entre nosotros, en un cementerio, en plena naturaleza, o en un sex shop.
“En la naturaleza no hay vejez, no hay decrepitud. Solo hay plenitud o muerte” (Arsuaga)
Una catarata de preguntas
Por “La vida contada por un sapiens a un neandertal” se suceden, en capítulos que pueden leerse separadamente, cuestiones como los secretos de la evolución, el camino hacia la bipedestación, las costumbres de los neandertales, la selección natural, el atractivo sexual o el desarrollo del cerebro.
Descubrimos el papel de las mujeres en el Neolítico, ellas inventaron la agricultura mientras los hombres se encargaban de la caza, encabezando la mayor revolución vivida por la humanidad, que dio lugar a la civilización.
Nos enfrentamos a que los seres humanos nos hemos “auto domesticado”. Tal y como plantea Arsuaga somos animales sociales, y un individuo aislado no es humano, se forma como tal en un grupo social.
Por “La muerte contada por un sapiens a un neandertal” circulan permanentemente las mismas preguntas. ¿Por qué un bogavante puede vivir 140 años? ¿Cuál es la razón de que un ratón viva tres años y un elefante noventa? ¿Están “programados”, en los genes, los años que una especie puede vivir… y podemos “desprogramarlos” para ampliar la vida?
Arsuaga responde a los discursos idealizados con evidencias contundentes: “En la naturaleza no hay vejez, no hay decrepitud. Solo hay plenitud o muerte”.
En el mundo salvaje no hay vejez ni enfermedades crónicas propias de la edad, como en los seres humanos, sencillamente porque mueren antes.
La naturaleza no es una película de Walt Disney. Solo unos pocos de los que nacen llegan a adultos, y pueden reproducirse. Esa selección natural “criba” a los que sobreviven, a los mejor adaptados. Este es el motor de la evolución, donde la muerte explica la vida. Y aquí están las razones de la diversidad de la vida y de los años de vida de cada especie.
Además de proporcionarnos valiosa información, Arsuaga también nos enseña a pensar desde la ciencia
Una feroz defensa del materialismo
En sus conversaciones con Millás, Arsuaga da una batalla que encontramos en todos sus libros, en defensa del materialismo y en combate a todas las formas de idealismo.
Que pueden adoptar las formas del creacionismo, como la teoría del reloj de Paley. Para Willian Paley, filósofo británico del siglo XVIII, la naturaleza era mucho más compleja que el reloj más sofisticado. Si un reloj necesita un relojero, la naturaleza exige la existencia de un “relojero universal”, Dios.
Arsuaga contesta que “el reloj se fabrica solo”. La extraordinaria complejidad de la vida es producto únicamente de la actuación de las leyes que rigen la evolución, impulsada por la selección natural. No hay “relojero”.
Pero el idealismo adopta también otras formas, las de un “pensamiento mágico” que busca propósitos ocultos detrás de cada fenómeno. Como cuando afirmamos que “la naturaleza es sabia”, personificándola, como si tuviera un plan que se va desplegando.
La respuesta de Arsuaga vuelve a ser contundente. “la naturaleza no es sabia, ni tiene propósito, ni fin, ni objetivo, ni se autorregula”.
Detrás de la ley de la gravedad no hay ningún propósito oculto. Existe, y punto. Detrás de las leyes de la evolución tampoco existe ningún plan, actúan y con ello provocan que se despliegue, ya durante 4.000 millones de años, un inabarcable torrente de vida.
Este es también uno de los hallazgos de estos dos libros, servidos por el tándem Millás-Arsuaga. Además de proporcionarnos información valiosa nos enseñan a pensar desde la ciencia, y a combatir un idealismo que, aunque nos parezca “lógico” -también pareció “lógico” durante siglos pensar que era el sol lo que giraba en torno a la tierra- se enfrentan al conocimiento.
No parece que vaya a detenerse aquí esta aventura. Como sucedía en el primer libro, al final de “La muerte contada por un sapiens a un neandertal”, se anuncia una continuación dedicada al papel de la consciencia y de la cooperación en la evolución. Esperamos ansiosamente la próxima entrega.