Música

¡Arde Música!

Un ejercicio atemporal: Plantea Freud en «La Conquista del Fuego» como el titán Prometeo trajo a los hombres, oculto en un bastón hueco, en una rama de hinojo, en un fálico recipiente, el fuego robado a los dioses. Aunque a través de este episodio mitológico Freud aborda la justificación psicoanalí­tica de la relación con el fuego y, en particular, la contestación a las discrepancias presentadas por Albrecht Schaeffer y la referencia de Erlenmeyer acerca de la prohibición de orinar sobre las cenizas que rige entre los mogoles… ¿qué tiene que ver esto con la música?

Es, ues, el fuego el centro totémico generador de la música. En torno a las hogueras de los esclavos después de las interminables jornadas de trabajo, junto a las brasas en cualquier corrala gitana, en las noches frías de la joven Norteamérica de los colonos…, en definitiva, desde el fuego tribal hasta la llama más evolucionada – un lumigas, por ejemplo – la lumbre de los tiempos está presente en el origen de una parte importante de la historia de la expresión musical. Tres son los elementos que la ornamentan: el robo, la libido, y la expiación de la culpa. En la mitología Prometeo es castigado encadenándole a una peña, mientras un buitre le roe diariamente el hígado. “Para los antiguos, el hígado era asiento de todas las pasiones y de los deseos; así, un castigo como el sufrido por Prometeo era el más adecuado para un delincuente instintivo, para un delito cometido bajo el impulso de deseos ofensivos.” Pero en el demiurgo del fuego éste es obtenido precisamente por la renuncia a los deseos instintivos, de manera que el castigo es del conjunto de la humanidad a esa renuncia. De cualquiera de las maneras el fuego aparece ligado a la libido, al robo de lo que solo le es permitido a los dioses, y a la purificación de la culpa por el disfrute de lo prohibido: el calor de la excitación sexual, la llama, su forma y lengüeteo… “la lucha placentera con un falo ajeno.” Así , en su lejano origen, toda expresión musical, toda danza o ritual de contorsión no puede disociarse de la lucha libidinosa entre el deseo y la muerte – la quema, la extinción… -. Siguiendo a Freud: “el ave fénix, que renace rejuvenecida de cada muerte en las llamas […] aludió primitiva y preferentemente al falo reanimado después de cada relajación” Es la danza y la música, pues, un espacio de expresión de deseos reprimidos, más o menos conscientes, más o menos explícitos; la descarada legitimación de un mundo onírico que en torno al fuego es purificado de toda culpa. Y en él ¿quién se atreve a decir quién es quién? Cogiendo la simbología de la tauromaquia, no se sabe bien si es el hombre vestido de bailarina el que danza ante el peligro de ser “empitonado” por la embestida del macho en tremenda erección, o el macho enfurecido el que es embrujado por la bailaora con el único objetivo de darle muerte por “penetración”. Y mientras, suena la música y la gente aplaude a la pasión. Prometeo sale a hombros… con las dos orejas y el rabo. No sabemos si del negro o del gitano, pero no importa, todos fuimos uno u otro en plena corrida. La música sigue sonando… y dando calor.

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