SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

¿Aquí­ quién manda?

Estrenamos séptimo año de crisis. Cambian los gobiernos y jugamos al espectáculo democrático de las papeletas cada cierto tiempo, eso que llamamos votar. Parece dar igual. La realidad sigue su frío camino paralelo: los recortes, los desahucios y la violencia económica no entiende de ese tiempo, solo comprenden el ritmo de unos entes voraces de rentabilidad, esos que hace no tanto llamábamos capitalistas y ahora llamamos vagamente “mercados”. Institucionalmente permanece la Monarquía Parlamentaria del ’78 y su gobierno formal, pero algo ha cambiado casi sin darnos cuenta. Parece que en los últimos años quien legisla es otro gobierno bien distinto. La pregunta natural es obvia: ¿Entonces aquí quién manda?

Uno de los que se supone lo hacía, nuestro ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, puede ayudarnos a comprender mejor quien lleva la batuta de esta orquesta. En sus recientes memorias ha hecho pública la carta enviada por su colega Trichet, ex presidente del Banco Central Europeo, hace ya casi tres años. Tardó pero lo hizo. Será que la erótica del best-seller tiene más fuerza que la presión de los diputados. No será por falta de insistencia en su momento.

Esta “cordial misiva” incluía una serie de recomendaciones a implementar para satisfacer, como explícitamente dice, a los mercados financieros: confiamos en que el gobierno español sea consciente de su altísima responsabilidad (…) y en que de manera decidida se adopten las medidas necesarias para recuperar la confianza de los mercados en la sostenibilidad de sus políticas. Lo que como sin pudor reconoce la carta, se traduce en, principalmente:

– Disminución de salarios, rebaja del coste de despido, ataque frontal a la negociación colectiva. En suma, una nueva contrarreforma laboral. Que por cierto, beneficia a los mercados financieros… y a los otros también.

– Compromiso incondicional de cumplimiento de los objetivos de política fiscal e introducción de una regla de gasto. O lo que es lo mismo, limitar legalmente las cifras de deuda y déficit.

Y Zapatero captó el mensaje: eso que se supone no era posible, eso que se suponía inamovible salvo máximo consenso popular, modificar la Carta Magna, se realizó en el plazo de un mes introduciendo el límite constitucional al déficit. En agosto PP y PSOE aprueban vía exprés la modificación. En esto son buenos colegas. Aun faltaban varios puntos, entre ellos la precarización de los servicios públicos, o una reforma laboral profundizada; pero el desgaste del ejecutivo era máximo y las elecciones anticipadas el camino más sencillo.

Para el capital no hubo problema. Le siguió el también fiel “paladín de los mercados” Mariano Rajoy. Y éste sí cumplió con el resto de la agenda oculta “reformando” el mercado laboral, la Administración pública o los servicios sociales. Es decir: recortando. Parece ser que el BCE es francamente seductor con sus “recomendaciones”. Mucho más que cualquier programa electoral votado. ¿Entonces aquí quién manda es Europa a través de su Banco Central?

Un detalle importante: el BCE, ese ente que nadie vota en las elecciones europeas de mayo, ni tiene intereses propios, ni es un organismo independiente como se suele decir. Tampoco representa, como simplifican algunos, los intereses de Alemania. Es la cara visible de los que no quieren tener rostro. Evidentemente, si representa los intereses de una parte de lo que llamamos Alemania: los del gran capital alemán, pero también los de parte importante del capital del Sur de Europa. Y de sus medidas no se benefician naciones sino unas clases sociales muy determinadas. Que le pregunten a los beneficios de las empresas del IBEX-35. Y que les pregunten también a los trabajadores cada día más ahogados en precariedad aquí y en Alemania. O mejor aún, preguntemos directamente a su actual presidente, Mario Draghi, ex vicepresidente de Goldman-Sachs Internacional. ¿Alguien habló de conflicto de intereses?

Pero el BCE como brazo institucional del capital no es, ni mucho menos, el único que ha reivindicado medidas. También lo ha hecho quien no tenía siquiera derecho a un techo, algo que supuestamente recoge la Constitución y que intentó convertirse en un “derecho real” a través de una iniciativa legislativa popular muerta en las manos de la burocracia parlamentaria. O las trabajadoras y trabajadores que fueron a la huelga general en noviembre de 2012 frente al ataque a sus derechos. O las diferentes mareas surgidas a raíz y en respuesta de los ataques indiscriminados a los servicios públicos que ayudan a tener una vida relativamente digna.

Rememoremos. Unos hablan alto y claro diciendo lo que quieren: justicia. Otros mandan cartas mafiosas que solo se hacen públicas si sirven para vender unos ejemplares más de tu libro. Resultado del partido: victoria por goleada del poder capitalista, el poder invisible. De aquí solo puede surgir desconcierto, desengaño. Y al final, rabia.

La misma rabia que estalló este fin de semana en Gamonal y los barrios más oprimidos de Melilla. Algo que parecía cosa del pasado, y que despertó con su naturaleza excesiva que solo vislumbra lo nuevo golpeando lo añejo. De algo no hay duda, tiene un profundo valor simbólico. Somos lo que hacemos. “Estamos hartos y no nos escuchan”, “Parece ser la única manera de que nos hagan caso”, se escucha estos días en Burgos, “tampoco sabemos ya otra manera de llamar la atención”, se oía en Melilla. Ecos de un 2014 que empezó a gritar en Hamburgo. Hasta en el “paraíso alemán” surgen nubarrones.

El viejo régimen se cae, por más que no quieran y no queramos verlo. La realidad es fría como el hielo. En la dolorosa escuela de lo que nos han robado y tanto va a costar recuperar empezamos a ver que negociar “en igualdad de condiciones” cuando ellos tienen el poder y definen las reglas tienen muy poco de democrático y mucho de violento. Que es muy fácil decir una vez te han dejado en el suelo y tienen la bota sobre tu cabeza “negociemos pacíficamente en fraternal igualdad”. Y que cambiar esas reglas del juego va mucho más allá de lo que las teóricas normas de participación democrática en pequeñas dosis cada cuatro años supone. Sobre todo cuando el poder escapa cada vez más de allí. Si es que alguna vez estuvo contenido en un parlamento y no en la propiedad de la riqueza: en cada despido y en cada desalojo.

Conocer las relaciones de poder realmente existentes, esas de las que tan poco se habla, son unas gafas que nos permitirán ver lo que queremos combatir. Nunca fue más necesario y difícil el acto de levantarse. Nadie duda de la necesidad de actuar, pero más nos vale dejar de dar palos de ciego. Despertarnos no va a ser ni rápido ni gratuito. Estará lleno de contradicciones y problemas en una sociedad donde el capital y su lógica lo invaden todo.

Es cierto que quizá vamos despacio, pero para salir de ésta debemos ir muy lejos.

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