El sábado 29 de enero, con la extrema derecha de Vox como anfitriona, se celebraba en Madrid una ominosa cumbre ‘ultra’ europea, con la asistencia de dos jefes de gobierno -el húngaro Viktor Orbán y el polaco Mateusz Morawiecki- y buena parte de los partidos ultraconservadores, xenófobos y euroescépticos del continente. ¿Qué importancia tiene esta reunión y qué han acordado?
La extrema derecha española, Vox, ha conseguido congregar en la capital española a los más florido de la reacción europea. No estaban todos los que son -han faltado por diversas razones formaciones como Alternativa para Alemania o la ultraderecha portuguesa, inmersa en las elecciones, por ejemplo- pero sí son (extremadamente reaccionarios) todos los que estaban.
En la docena de representantes de partidos ultras, destacan dos jefes de gobierno: Mateusz Morawiecki, del partido Ley y Justicia (PiS por sus siglas en polaco) es primer ministro de un país de casi 38 millones de personas, mientras que Viktor Orbán lleva rigiendo los destinos de Hungría (9,75 millones) desde 2010.
Además, ha asistido la histórica líder de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen (con 10,6 millones de votantes), que se enfrenta en 70 días a la primera vuelta de las elecciones al Elíseo cuando le ha salido un competidor, el también ultraderechista Éric Zemmour. También está representada la Lega de Salvini (5,6 millones de votos), y sus rivales ultras de los Hermanos de Italia (1,4 millones de votos). Además, tenemos a los líderes de formaciones como el FPÖ austriaco (que ha llegado a formar parte del gobierno), los flamencos del Vlaams Belang, o los partidos de extrema derecha de Estonia, Lituania o Rumanía.
Junto a Vox, todos ellos suman casi 33 millones de votos, que es como si integráramos la población de Suiza, Austria, Hungría y Eslovaquia. Esta es la fuerza que tiene ahora mismo la extrema derecha en el continente, que además está en ascenso. No sólo se han incrustado en un nicho electoral más o menos estable, sino que sus ideas -xenófobas y antiinmigración, contrarias a los derechos de las mujeres y LGTBI, a las tesis climáticas o sanitarias, y a todo lo que ellos llaman «globalismo», cuando no abiertamente filo-fascistas- están a la ofensiva, campando a sus anchas en una batalla por salir de lo «políticamente incorrecto» y por ganar no ya un lugar en lo que es aceptable opinar, sino por conquistar la hegemonía cultural.
Junto a Vox, todos ellos suman casi 33 millones de votos, que es como si integráramos la población de Suiza, Austria, Hungría y Eslovaquia. Esta es la fuerza que tiene ahora mismo la extrema derecha en el continente
No se trata, pues, de un cónclave de fuerzas marginales, condenadas simplemente a ser la muleta de la derecha moderada, o el ariete reaccionario de políticas hasta no hace mucho intolerables. La extrema derecha ha sido impulsada, alentada y alimentada desde diversos centros de poder. Están o han estado en los gobiernos centrales -como primera opción o formando parte de los ejecutivos- y tienen una nada despreciable fuerza parlamentaria. Son una alternativa sobre la mesa de las clases dominantes.
Entre dólares y rublos, primero los verdes
La reunión, acordada muchos meses antes, ha venido a celebrarse en un momento de máxima tensión en Europa por la amenaza de guerra entre Rusia y Ucrania, un acontecimiento ante el que las fuerzas de ultraderecha europeas acudían divididas a la cita madrileña.
Mientras que el presidente polaco Morawiecki siempre se ha caracterizado por su cercanía a EEUU y por sus posiciones furibundamente anti-rusas, su homólogo húngaro, Viktor Orbán, es uno de los mayores aliados de Rusia en el seno de la UE, donde ha obstaculizado la imposición de sanciones a Moscú. Mientras que Varsovia ha llamado a la OTAN a “despertar de su siesta geopolítica” y tomar medidas ante la agresividad del Kremlin, la sintonía del presidente magiar con Putin es bien conocida y tiene previsto reunirse con el líder ruso el 1 de febrero.
Los hilos de Moscú con la extrema derecha europea no se acaban en las buenas relaciones entre Orban y Putin. Marine Le Pen no oculta su ‘rusofilia’ y siempre ha elogiado al presidente ruso por defender a la «Europa blanca», por su mano dura contra los derechos LGTBI, y por plantarle cara a Washington. Incluso defendió en su día la anexión rusa de la península de Crimea. No hay que olvidar que la extrema derecha gala recibió un préstamo de nueve millones de euros de un banco ruso que necesita la autorización del Kremlin, y que oligarcas rusos cercanos a Putin -el magnate Alexey Komov- están detrás de la financiación de grupos integristas católicos afines a Vox, como Hazte Oír y su rama internacional Citizen Go.
Sin embargo, la conexión con el otro lado del Atlántico es mucho más nítida, potente y constatable. Algunos de los partidos reunidos en Madrid -en especial los de los países bálticos- son inequívocamente proyanquis. Otros han estado adscritos o cercanos (La Lega, Hermanos de Italia, Le Pen) a The Movement, una suerte de «internacional de la extrema derecha» promovida por el que fuera principal asesor de Trump y referente de la alt-right norteamericana, Steve Bannon. Y otros, como Vox, acuden regularmente a las reuniones de la Conservative Political Action Conference (CPAC), uno de los círculos más ultra reaccionarios del Partido Republicano y de la oligarquía norteamericana. No hay que olvidar que la formación de Santiago Abascal, mucho antes de dar el salto al Congreso de los Diputados, recibió más de un millón de dólares de las organizaciones del exilio iraní (CNRI) vinculadas al Departamento de Estado y a la inteligencia de Langley.
Por eso, en esta cumbre ultraderechista Polonia -seguramente apoyados por Vox, que no querían que se pusiera en duda su pronorteamericanismo, quedando su historial manchado ante Washington- han arrancado un compromiso atlantista de mínimos frente a Rusia. Orbán ha optado por ponerse de perfil en esta cuestión y Morawiecki ha conseguido que los lideres reunidos señalen a Moscú como responsable del riesgo de guerra en el Este de Europa.
Los hilos de Moscú con la extrema derecha europea están ahí y no hay que perderlos de vista. Pero la conexión de los ultras con el otro lado del Atlántico es mucho más nítida, potente y constatable.
“Todos nuestros amigos son conscientes de que Rusia amenaza la soberanía e integridad territorial de los estados”, ha dicho Morawiecki a la salida de la reunión. «Las acciones militares de Rusia en la frontera oriental de Europa nos han conducido al borde de una guerra”, decía en comunicado conjunto de la cumbre, que además aprovecha para cargar contra Bruselas, denunciando “la ineficacia de la diplomacia de la UE” en esta crisis.
¿Qué más han acordado?
Además, el documento exige «defender la primacía de las constituciones nacionales sobre el derecho de la UE», en clara referencia a la pugna que ahora mismo sostiene Varsovia con Bruselas. Hace pocos meses, el Tribunal Constitucional Polaco -a instancias del partido gobernante, Ley y Justicia- declaraba inconstitucionales varios artículos de los tratados comunitarios, una decisión que equivale a rechazar uno de los pilares fundamentales de la UE: la primacía del derecho comunitario sobre el nacional. Pero esta exigencia también arropa a Orbán, cuyas leyes antiLGTBI han sido castigadas en Bruselas hasta el punto de bloquear los fondos de recuperación Next Generation para este país.
El documento de la cumbre ultra también deja un espacio para la xenofobia, haciendo una «expresa condena» del Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, «que ha provocado efectos nefastos en Europa», y haciendo un llamamiento a los “ideales europeos cristianos”.
Para acabar, este sanedrín ultrareaccionario realza la proyección internacional de los anfitriones. En medio de una campaña electoral en Castilla y León, el partido de Abascal -que podría acabar entrando en gobiernos autonómicos- es capaz no ya de asistir, sino de organizar un encuentro internacional (con jefes de gobierno) de lo más notorio de las fuerzas de la extrema derecha europea.
Castellano dice:
Hay que cambiar la ley de financiación de partidos. Mi voto irá a Partido Castellano – Tierra Comunera – Recortes Cero, que son independientes económicamente.