El observatorio

Aplaudir la muerte

No hace muchos dí­as, un chiste de El Roto, a propósito de la famosa campaña ateí­sta de los autobuses, alertaba sabiamente contra la nefasta perspectiva de que el ateí­smo se acabe convirtiendo en «otra religión» y los ateos en «otra secta». Ciertos medios de comunicación de nuestro paí­s, so capa de promover el «laicismo», están de hecho incurriendo ya en tales prácticas de «secta», de modo que sus posiciones y sus actitudes son prácticamente indiscernibles de las de los integristas a los que supuestamente se enfrentan.

El caso más notorio son las ortadas y páginas interiores que ciertos medios publican hoy sobre la muerte definitiva de Eluana Englaro, una joven italiana que llevaba 17 años en coma, a la que su familia quería desconectar de los aparatos que la mantenían artificialmente con vida y que ha provocado estos días una auténtica batalla campal en la vida política italiana, con un choque brutal entre el Gobierno y la Presidencia del país, la consabida e inevitable intromisión de la Iglesia católica y un debate parlamentario entre agrio y esperpéntico donde unos y otros han cruzado acusaciones de “asesinos”, “torturadores”, etc.Lo que llama poderosamente la atención de la forma en que esos medios nacionales dan la noticia es la “alegría” que expresan y que apenas pueden reprimir al dar la noticia de la muerte de Eluana. Si los periódicos pudieran aplaudir, las palmas resonarían en los kioskos. No hay el menor gesto de dolor. Ni de condolencias. Las fotos de una Eluana todavía adolescente y sonriendo llenan impúdicamente la mitad de las páginas-sábana como testimonios indiscutibles de “su” alegría por lo ocurrido, una alegría que los medios que las reproducen –y aquello que representan– quieren hacer ostensible, magnificar, trasmitir, convertir en signo de victoria.La “escena” me trae inevitable y automáticamente a la memoria aquella otra –que aún tengo en la retina– con la que culmina la película “Camino” –la reciente vencedora de los premios Goya– y que tantas ronchas ha levantado en el seno del Opus Dei: aquella en que los numerarios de la secta aplauden fervorosamente la muerte de la niña, una muerte que desde su retorcida conciencia significa “una liberación” y por tanto “una fuente de alegría”.Se me dirá –y no sin cierta falta de razón– que son dos casos distintos, en dos circunstancias distintas, dos casos inconmensurables y hasta opuestos; pero ahora no se trata de discernir en una casuística, siempre llena de bizantinismos y de recovecos. Ni tampoco de discutir a fondo sobre la eutanasia, sus pretendidas justificaciones “humanitarias” y el verdadero quid del asunto: si el Estado puede arrogarse poderes sobre la vida y la muerte de las personas, como hizo, por ejemplo, la Alemania nazi en un momento determinado a fin de exterminar a los sectores “improductivos” de la sociedad.De momento basta con señalar y definir el “síntoma” (ese espontáneo aplauso de alegría ante la muerte), sin adentrarnos mucho en la enfermedad subyacente. Y el síntoma es, a mi parecer, una “fiebre aguda”, peligrosa, indicativa de una infección profunda y grave. Convengamos en que se puede aplaudir la muerte de Hitler, por supuesto. Pero “aplaudir” la de Eluana, erigiéndola enfáticamente en símbolo de “libertad, dignidad y civismo” y tratando de convertirla en “bandera” de una causa (como ha hecho durante siglos la iglesia con sus santos y mártires), es una aberración propia de una secta, en la que ya no se hace diferencia alguna entre medios y fines y todo está justificado por una causa “superior”.

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