El mundo de la cultura ante la Huelga General

Antí­gona vuelve a rebelarse

En la guerra civil y en la lucha antifranquista, en la batalla contra la OTAN o en las movilizaciones contra la guerra de Irak… Siempre que la situación lo ha requerido, lo mejor de la cultura española ha dado un paso al frente.

Una contribución decisiva Ahora, ante la erspectiva de una Huelga General frente al más draconiano plan de recortes de la historia reciente, es necesaria la más amplia unidad. Y el mundo de la cultura tiene un importante papel a jugar en esta batalla donde nos estamos jugando las condiciones de vida y de trabajo para los próximos veinte o treinta años. Porque la crisis es también una llamada para la acción. “Hic Rhodas, hic salta” –“¡Aquí está Rodas, salta aquí!”-, era el grito que, en palabras de Marx, impelía a las revoluciones obreras a liberarse de sus iniciales indecisiones y errores y avanzar consecuentemente. Pues bien, salvando las distancias, las circunstancias del crack financiero internacional nos obligan a cada uno de nosotros a dar un paso al frente. Y el mundo de la cultura no puede permanecer ajeno a esta necesidad. Históricamente, ha estado especialmente vinculado a las luchas y deseos más íntimos de la humanidad. Y hoy, ante los recortes sociales, debe ocupar el papel que le corresponde. Así ocurrió ante la crisis del 29. Entonces, como en la antigua Tebas, Antígona volvió a enfrentarse a Creonte. En todos los rincones del planeta, el mundo de la cultura se enfrentó, resuelta e insobornablemente, y sin importarle las consecuencias, como Antígona, al nuevo tirano, a ese capitalismo financiero que desde su santuario en Wall Street colocaba al mundo al borde del abismo. La crisis del 29, con su interminable secuela de paro, miseria, hambre y destrucción, desvelaba al mundo en toda su magnitud –tras la narcotización inoculada durante los prósperos y aparentemente felices años veinte- el profundo antagonismo que escondía el capitalismo, su absoluta incompatibilidad con los más básicos intereses de la humanidad. El terror del fascismo y la carnicería de la IIª Guerra mundial despejó toda duda de hasta donde estaban dispuestos a llevar el horror. Y entonces volvió a resonar el grito de Antígona. Lorca nos ofreció “Poeta en Nueva York”, un estallido furioso y revolucionario; la novela negra nació en el seno de EEUU para desvelar la gangrena moral del capitalismo; en Alemania, el expresionismo cinematográfico, Bertold Brecht… se enfrentaron al ascenso de los nazis; Broadway se transformaba en un centro de teatro progresista, e incluso Hollywood denunciaba las consecuencias de la crisis en “Las uvas de la ira” o anunciaba en King Kong como la selva conquistaría Wall Street… Desde todo el mundo de la cultura se levantó una respuesta furiosa, una oposición innegociable, que no pretendía reformar al monstruo, sino acabar con su poder. Frente a las actuales concepciones dominantes en la izquierda, que atribuyen las crisis al “capitalismo salvaje” y a los desmanes del capital especulativo –como si pudiera existir un “capitalismo civilizado”, Lorca señaló al culpable (“un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortar el cuello”) y dibujó el horizonte (“queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos”). Una respuesta radicalmente anticapitalista, pero en absoluto testimonial, pensada solamente para descargar conciencias. El firme posicionamiento del mundo de la cultura estaba íntimamente unido a un movimiento revolucionario general, que permitió revertir la situación, transformando las nefastas consecuencias de la crisis en un avance de la revolución. Este es el camino, esta señalado en la historia. Al mundo de la cultura le corresponde, hoy como ayer, colocarse en el mismo lugar, contribuir a que podamos levantar un movimiento que fuerce una salida a la crisis favorable a los pueblos. Señalar el camino En una de las tertulias celebradas en la Semana Negra de Gijón -uno de los grandes acontecimientos literarios del verano-, varios escritores y críticos han señalado el relanzamiento de la novela negra. La crisis no es ajena al nuevo interés que despierta uno de los géneros que mejor y más certeramente desvela las auténticas entrañas del capitalismo. Y esta es la contribución que el mundo de la cultura puede hacer en la batalla contra la crisis. No solo participar directamente en movilizaciones como la Huelga General, sino también, y casi cabría decir sobre todo, colocar el arte al servicio de hacerse las preguntas más candentes y empezar a encontrar las respuestas más necesarias. La novela negra nació con la crisis del 29 y se relanza con la actual depresión. El crack del 29 había despojado al capitalismo de todos los velos. El vendaval provocado por la crisis evidenció el antagonismo más virulento del poder de las nuevas plutocracias. La sociedad norteamericana fue íntimamente golpeada, zarandeada. Un año antes, Dashiell Hammett publicaba “Cosecha Roja”, inaugurando una nueva y revolucionaria forma de mirar, de desentrañar los oscuros abismos que escondían las sociedades desarrolladas. Utilizando los recursos de una cultura de evasión que perseguía la distracción popular, Hammett cambió los contenidos del género de las historias de detectives, y lo hizo mostrando la corrupción moral y política en que vivía el país, la connivencia entre el capital y el delito. Había nacido la novela negra, un género que las condiciones de la crisis harán crecer vertiginosamente. Cosecha roja transcurre en una ciudad llamada Personville, aunque para muchos, dado el grado de corrupción existente, será sólo Poisonville –la ciudad del veneno-. Una ciudad minera donde Elihu Wilson es el dueño de la ciudad, de las minas, del principal banco, del alcalde, el gobernador o la policía –tratada como una banda mafiosa que organiza una banda paracriminal para reventar una huelga-. Ya no se trata de policías corruptos o violentos. La corrupción y la violencia son inherentes a la policía –como a cualquier aparato del Estado- en su papel de guardianes por la fuerza de la propiedad de los dueños de la ciudad o del país. La senda abierta por Hammett –que acabó recluido en una cárcel en la guerra de brujas, a causa de su militancia comunista- fue seguida por Chandler o James M. Cain. Si el dominio de las oligarquías financieras han convertido la vida en pequeños puntitos negros que pueden ser eliminados sin remordimiento –tal y como denunciaría Orson Wells en “El tercer hombre”-, sometiéndolo todo –las relaciones humanas, los valores más sagrados- al frío interés del beneficio… ¿por qué no plasmarlo en el arte? El amor, la amistad, el respeto, pierden el valor de guías morales, el hombre vive en un mundo oscuro y confuso, ambiguo, donde no hay señales de orientación colectiva. Dentro de este clima de pesadilla el cine y la novela negra no tiene elementos redentores. Sólo, y es mucho, se permite reflejar, con la minuciosidad de una anatomía, el abismo que esconden las sociedades de capitalismo desarrollado. La respuesta al crack del 29 también nos dio una de las mejores obras de la poesía universal, “Poeta en Nueva York”. Lorca, que se enorgullecía de ser “revolucionario, porque no hay verdadero poeta que no sea revolucionario”, clavó el puñal en el corazón del capitalismo. Porque no hay lugar para la tibieza: “A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio, aquí la justicia para todos, aún con la angustia del tránsito hacia el futuro que ya se presiente pero se desconoce, y descargo el puño con fuerza en este platillo”. Los versos de “Poeta en Nueva York” son producto de la furia acumulada durante siglos por la humanidad. Desvelando que “de la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso / que atraviesa el corazón de todos los niños pobres”. Denunciando que “debajo de las multiplicaciones / hay una gota de sangre de pato”. Gritando que “todos los días se matan en New York / cuatro millones de patos, / cinco millones de cerdos, / dos mil palomas para el gusto de los agonizantes”, para que “pongan sus gotas de sangre debajo de las multiplicaciones”. Aullando que “más vale (…) asesinar a los perros en las alucinantes cacerías / que resistir en la madrugada / los interminables trenes de leche, / los interminables trenes de sangre, / y los trenes de rosas maniatadas por los comerciantes de perfumes”. Haciéndose eco de que “el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase”. Y mirando a la aurora donde “las monedas en enjambres furiosos / taladran y devoran abandonados niños”, y “los primeros que salen comprenden con sus huesos / que no habrá paraíso ni amores deshojados; / saben que van al cielo de números y leyes, / a los juegos sin arte, a sudores sin fruto”. En cada una de estas imágenes, oníricas, surreales, está encerrado el negro corazón del capitalismo. Lorca es el poeta de la vida, de los poderes telúricos, inconscientes, esas pasiones primigenias de la infancia de la humanidad “que los antiguos sabían y nosotros hemos olvidado”, que el poeta sabe encontrar y sacar a la luz. Y desde esa altura, desde esa profunda confianza en el torrente de la vida –“una sola gota de sangre puede derribar todos los muros de la ley”-, Lorca sabe mirar mejor que nadie la muerte en los ojos del capitalismo. Esta es la energía y perspectiva revolucionaria que el mundo de la cultura puede aportar a la batalla contra la crisis. Comenzando por el éxito de la Huelga General del 29-S. Alocución al Pueblo de Fuente Vaqueros de Federico García Lorca No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. (…) Nadie se da cuenta al tener un libro en las manos, el esfuerzo, el dolor, la vigilia, la sangre que ha costado. El libro es sin disputa la obra mayor de la humanidad. Muchas veces el pueblo está dormido como el agua de un estanque en día sin viento. Ni el más leve temblor turba la ternura blanda del agua. Las ranas duermen en el fondo y los pájaros están inmóviles en las ramas que lo circundan. Pero arrojad de pronto una piedra. Veréis una explosión de círculos concéntricos, de ondas redondas que se dilatan atropellándose unas a las otras y se estrellan contra los bordes. Veréis un estremecimiento total del agua, un bullir de ranas en todas direcciones, una inquietud por todas las orillas y hasta los pájaros que dormían en las ramas umbrosas saltan disparados en bandadas por todo el aire azul. Muchas veces un pueblo duerme como el agua de un estanque un día sin viento, y un libro o unos libros pueden estremecerlo e inquietarlo y enseñarle nuevos horizontes de superación y concordia. ¡Y cuánto esfuerzo ha costado al hombre producir un libro! ¡Y qué influencia tan grande ejercen, han ejercido y ejercerán en el mundo! Ya lo dijo el sagacísimo Voltaire: Todo el mundo civilizado se gobierna por unos cuantos libros: La Biblia, El Corán, las obras de Confucio y de Zoroastro. Y el alma y el cuerpo, la salud y las haciendas se supeditan y dependen de aquellas grandes obras. Y yo añado: todo viene de los libros. La Revolución Francesa sale de la Enciclopedia y de los libros de Rousseau, y todos los movimientos actuales societarios comunistas y socialistas arrancan de un gran libro; del Capital, de Carlos Marx. (…) Y sabed desde luego que los avances sociales y las revoluciones se hacen con libros y que los hombres que las dirigen mueren muchas veces como el gran Lenin de tanto estudiar, de tanto querer abarcar con su inteligencia. Que no valen armas ni sangre si las ideas no están bien orientadas y bien digeridas en las cabezas. Y que es preciso que los pueblos lean para que aprendan no sólo el verdadero sentido de la libertad, sino el sentido actual de la comprensión mutua y de la vida. (…) Lo impresionante por frío y por cruel es Wall Street. Llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra y la muerte llega con él. En ningún sitio del mundo se siente como allí la ausencia total del espíritu; manadas de hombres que no pueden pasar del tres y manadas de hombres que no pueden pasar del seis, desprecio de la ciencia pura y valor demoníaco del presente. (…) Yo tuve la suerte de ver por mis ojos el último «crack» en que se perdieron varios billones de dólares, un verdadero tumulto de dinero muerto que se precipita al mar, y jamás, entre varios suicidas, gente histérica y grupos desmayados he sentido la impresión de la muerte real, la muerte sin esperanza, la muerte que es podredumbre y nada más, como en aquel instante, porque era un espectáculo terrible pero sin grandeza. (…) El Chrysler Building se defiende del sol con un enorme pico de plata, y puentes, barcos, ferrocarriles y hombres los veo encadenados y sordos; encadenados por un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortar el cuello, y sordos por sobra de disciplina y falta de la imprescindible dosis de locura. (…)

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