El Observatorio

Annie Ernaux: una Nobel a leer

La entrega del Nobel de Literatura a la francesa Annie Ernaux a se convierte en una reivindicación del maridaje entre literatura y compromiso

A sus 82 años, la escritora francesa Annie Ernaux ha recibido el Premio Nobel de Literatura por su obra descarnada, lúcida y sin concesiones. Un premio que no ha dejado indiferente a nadie.

Annie Arnaux no procede de los clásicos cenáculos que alimentan tradicionalmente la industria editorial, sino de una humilde familia de clase trabajadora de la Normandía francesa. Nació en 1940. El trayecto que la ha llevado desde esos orígenes hasta convertirla en una escritora valorada en toda Europa (y ahora Premio Nobel de literatura) constituye el núcleo esencial de una narrativa autobiográfica absolutamente personal que es el cemento esencial sobre el que está construida su obra, formada por dos docenas de novelas breves pero difícilmente olvidables.

En el largo camino, de medio siglo, que va desde aquellos orígenes como hija de una familia de origen obrero y campesino que lucha denodadamente por el ascenso social, por salir de la pobreza, por conseguir una vida mejor, hasta que su prosa va alcanzando reconocimiento y prestigio, primero en Francia, luego en toda Europa, es ante todo un itinerario en el que la autora se mantiene fiel a una forma de escritura (hecha de fragmentos, pero fragmentos no aleatorios, sino piezas bien trabajadas y diseñadas de un puzzle muy preciso) que ha necesitado tiempo y esfuerzo para “imponerse” y ser reconocida. Primero por la singularidad y rareza del estilo, luego por la procedencia social de la autora, también por ser mujer, pero sobre todo por la intensidad desgarradora de sus relatos, desprovistos sin embargo de toda falsa emotividad y de cualquier sentimentalismo vacuo. Annie cuenta partes de su vida, de la vida de su familia, de su padre, de su madre, de su entorno, de las mujeres, del cuerpo femenino… con una mirada tan lúcida, tan despojada de prejuicios, tan llena de verdad, que el lector queda inevitablemente atrapado en una espiral de desconcierto, pues muchas de esas verdades no son solo “las verdades de Annie”, sino verdades y realidades que afectan a miles, a millones, que describen con una nueva luz experiencias y realidades que comparten generaciones enteras y que tienen validez universal.

Si la escritura de Annie no defrauda, sino que golpea al lector, lo mismo cabía esperar de su discurso de aceptación del Premio Nobel, una declaración precisa y contundente de los motivos y de la singularidad de su escritura. Y de la continuidad de su compromiso, con su clase y con su género, como escritora del pueblo y feminista. Recordando una frase escrita en un diario íntimo hace 60 años, desvelaba su primera motivación: “Escribiré para vengar a mi raza. Era un eco del grito de Rimbaud: “Soy de raza inferior por toda la eternidad”. Tenía yo veintidós años. Era estudiante de Literatura Francesa en una facultad de provincias, rodeada de muchachas y muchachos procedentes de la burguesía local. Pensaba orgullosa e ingenuamente que escribir libros, hacerse escritor, al final de una estirpe de campesinos sin tierras, de obreros y pequeños comerciantes, de gentes despreciadas por sus modales, su acento, su incultura, bastaría para reparar la injusticia del nacimiento”.

Necesitaba romper con el “escribir bien”, con la bella frase

Pero para poder llevar a cabo esa “venganza” tuvo que acabar antes con el sistema literario aprendido y admirado, pero que desfiguraba su mundo: “Necesitaba romper con el “escribir bien”, con la bella frase, esa misma que enseñaba a mis alumnos, para extirpar, exhibir y comprender el desgarro que me penetraba. Espontáneamente, emergió en mí el estruendo de una lengua que arrastraba consigo la ira y la irrisión, incluso la vulgaridad, una lengua del exceso, insurgente, a menudo utilizada por los humillados y los ofendidos, como la única forma de responder a la memoria de los desprecios, de la vergüenza y de la vergüenza de la vergüenza”.

En esa búsqueda acaba optando por “una escritura objetiva, “plana”, en el sentido en que no utilizaba ni metáforas ni marcas emocionales La violencia ya no se exhibía, venía de los hechos en sí y no de la escritura. Encontrar las palabras que contuvieran a la vez la realidad y la sensación procurada por la realidad, iba a convertirse, y hasta hoy, en mi preocupación constante al escribir, fuera cual fuera el objeto”.

Hacer que lo indecible salga a la luz es un asunto político

Sobre el recurso al “yo narrativo” y a la fuente autobiográfica de su literatura, Ernaux dijo: “No pretendo contar la historia de mi vida ni desvelar sus secretos, sino descifrar una situación vivida, un acontecimiento, una relación amorosa, y revelar así algo que solo la escritura puede hacer existir y transmitir, quizá, a otras conciencias y otras memorias. ¿Quién podría decir que el amor, el dolor y el duelo, la vergüenza, no son universales?”. “Así concebí mi compromiso a través de la escritura, compromiso que no consiste en escribir «para» una categoría de lectores, sino “desde” mi experiencia de mujer y de migrante interior, desde mi memoria ya cada vez más vasta de los años recorridos, desde el presente, incesante proveedor de imágenes y palabras de los otros. Dicho compromiso como pignoración de mí misma en la escritura se apoya en la creencia, convertida en certeza, de que un libro puede contribuir a cambiar la vida personal, a romper la soledad de las cosas soportadas y soterradas, a pensarse de manera distinta. Hacer que lo indecible salga a la luz es un asunto político”.

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