Ángel, pasión por la verdad

A veces, desde una distancia que ya se asemeja al sueño, recuerdo la figura de Ángel, a quien sin duda conocí a mediados o finales de los años setenta, en alguna conferencia del partido. No sé si todavía éramos militantes de base o ya habíamos adquirido responsabilidades, porque en el vértigo de aquellos años indecisos y turbulentos, uno tenía que asumir responsabilidades muy rápido y no había tiempo que perder. Ya entonces era brillante y vehemente en el debate y su voz tenía rigor y concisión, en un momento en que, la clandestinidad y la incertidumbre del momento exigían tener las cosas claras y atinar en los análisis y las alternativas.

No obstante, sería pocos años después cuando nuestra colaboración e incipiente amistad comenzarían a tomar cuerpo, sobre todo en torno a las publicaciones del partido, donde yo, ya estaba de forma cuasi permanente y él aparecía y desaparecía en función de las muchas tareas prácticas que había que desarrollar. Esa cercanía y colaboración se acentuaría cuando, después del 23-F y el triunfo socialista de octubre de 1982, la situación entró en un nuevo ciclo, y las publicaciones del partido también Recuerdo entonces que él y yo participamos en la fundación del De Verdad, que entonces tenía cuatro escuálidas páginas, y cuya vida el nutrió durante décadas y acabó dirigiendo muchos años, hasta su muerte. En todo ese tiempo, el De Verdad no solo se convirtió en un instrumento de acción política y movilización de las masas, en las cruciales batallas de estos últimos treinta años, sino en un instrumento valiosísismo para el análisis político, que se seguía y admiraba por muchos, aun alejados de la ideología del partido, y en un medio muy prestigioso que transmitía una visión distinta de la realidad. En todo este tiempo, Ángel se convirtió en un analista brillante y certero, que todos, yo el primero, buscábamos leer en cuanto perdíamos un poco la brújula de las cosas o la situación se volvía endiabladamente oscura y difícil. Leer a Ángel se hacía imprescindible para saber qué pasaba y, también, para saber qué hacer.

Tal vez de ahí creció la idea errónea de algunos de que Ángel era un pozo de sabiduría y un oráculo. Y digo idea errónea, porque, aun siendo cierto que Ángel sabía mucho de muchas cosas, y era muy certero y atinado en sus análisis, es un error creer que todo era resultado de ese saber y esa suerte, cuando era hijo de otras fuentes más determinantes: una posición de principios revolucionaria firme y constante, un conocimiento profundo de la teoría y de la línea del partido y una clara determinación revolucionaria. Esto son cosas distintas a “saber” y “atinar”. Son cosas de otra naturaleza. Son virtudes inscritas en otro lado: en una militancia revolucionaria de años, en afrontar una y otra vez dificultades y problemas, en aprender de los propios fracasos y de la experiencia colectiva, en luchar constantemente por adoptar una posición y un punto de vista revolucionario, en no olvidar nunca la teoría ni la lucha de los pueblos… en no ir por detrás de las noticias de los medios, sino ir por delante, marcando el rumbo.

De todas formas, cuando pienso aún en Ángel, el recuerdo me lleva invariablemente a aquellos años setenta, en que un joven vehemente y preciso ponía los primeros ladrillos de la inmensa pared que nos ha legado. Ya sé, éramos jóvenes… y queríamos hacer la revolución.

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