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Andalucí­a anuncia la salida del PP del Gobierno de la nación

La primera escala electoral de este 2015 plagado de incertidumbres políticas y económicas permite vaticinar que, salvo milagro o hecho inesperado, el Partido Popular (PP) ha iniciado su particular subida al cadalso de la pérdida del Gobierno: el varapalo electoral sufrido se antoja incontestable, y nada hace pensar que, dadas las características del liderazgo de Mariano Rajoy, los comportamientos y mensajes vayan a cambiar en los meses venideros. Por su parte, el PSOE ha mantenido la posición en su bastión andaluz, aunque también nota la pérdida de votos, mientras aparecen dos partidos, Podemos y Ciudadanos, que aspiran a incrementar sus apoyos pescando en los caladeros que, hasta hace poco, eran usufructo exclusivo del oligopolio formado por los partidos dinásticos, dueños y señores de los poderes públicos de la nación.

En noviembre de 2011, el desbarajuste originado por las legislaturas de Rodríguez Zapatero, con su correlato de crisis económica y caos institucional, llevó en volandas al PP hasta la mayoría absoluta. Millones de españoles depositaron su confianza en Rajoy, aunque algunos lo hicieran con la fe del carbonero, visto el estado de la nación. Es evidente que el partido de la derecha no sólo no ha estado a la altura de las circunstancias, sino que ha defraudado a sus electores, incumpliendo promesas capitales, algunas de orden fiscal, formuladas en su propuesta programática. El argumento de la herencia recibida, utilizado como burladero con demasiada frecuencia, pareció a muchos excusa de mal pagador tratándose de un partido que, a su implantación institucional, une la abundancia de expertos obligados como estaban a conocer la realidad de España para no prometer lo que no podían cumplir.

El primer aviso del desencanto de su electorado le llegó al Gobierno Rajoy precisamente de Andalucía, donde en marzo de 2012 se celebraron elecciones autonómicas en las que el PP sufrió la deserción de alrededor de medio millón de votantes respecto a los contabilizados unos meses antes. Pero, en lugar de escuchar el mensaje y rectificar, Ejecutivo y partido prefirieron enrocarse en la convicción de que la gente es olvidadiza y de que la recuperación económica, en la que en teoría confían ciegamente, actuaría cual bálsamo de fierabrás capaz de curar todas las heridas y aplacar todas las frustraciones, incluida la de una corrupción galopante que, Bárcenas mediante, tiene desde hace años al partido de la derecha entre la espada de los juzgados y la pared de la cárcel.

El PSOE ha conseguido mantener el tipo en su baluarte andaluz, prácticamente el último bastión que resta de aquel poder territorial del que llegó a gozar en tiempos de las abrumadoras mayorías de Felipe González. El triunfo electoral de Susana Díez encierra la terrible sanción moral colectiva que implica reconocer que casos de corrupción tan notorios como los EREs o los cursos de formación no merecen, a ojos de muchos andaluces, castigo electoral alguno para los responsables de la Junta. Conviene no engañarse, con todo, con lo ocurrido el domingo. La señora Díaz ha continuado perdiendo votos, hasta registrar los peores resultados alcanzados por el partido socialista desde la llegada de la democracia, aunque también es justo reconocer que su verborrea populista y su osadía no solo han evitado males mayores al socialismo, sino que probablemente hayan contribuido a hundir las expectativas del candidato del PP.

El PP, ¿camino de la desaparición al estilo de la UCD?

Podemos y Ciudadanos, por su parte, parecen el clavo ardiendo al que se han agarrado cientos de miles de andaluces hartos de los viejos partidos, de sus corrupciones e inepcias, una preferencia electoral que coloca a ambas formaciones ante obligaciones muy serias, tanto de carácter programático como organizativo, para situarse a la altura que demandan los graves problemas españoles. Entre los perdedores del lance andaluz cabe citar a IU y UPyD. El primero ha pagado el precio de coaligarse con un PSOE desacreditado, lo que ha provocado la huida de buena parte de electores hacia Podemos, mientras el segundo ha cargado con el sambenito de ser un apéndice del sistema de partidos tradicional, sin ambición clara para cambiarlo. A esto se une una indudable ignorancia mediática que ha impedido conocer los meritorios trabajos programáticos y las iniciativas contra la corrupción de la llamada formación magenta.

España acaba de transitar por la primera estación electoral de las previstas en un año que se antoja trascendental para el futuro del país. Algunas lecciones de lo ocurrido parecen claras: el bipartidismo resiste; mellado, pero resiste. El lobo de Podemos no es tan fiero como lo pintan. Ciudadanos se perfila como una solución clara para los españoles que apuestan por el cambio tranquilo. La victoria, muy matizada, de Susana Díaz no despeja la lucha por el poder existente en la cúpula de un PSOE que sigue en horas bajas. Pero el dato capital de lo ocurrido en Andalucía, con todo, tiene que ver con el abismo electoral al que parece dirigirse sin remedio el gran partido de la derecha española. Sin remedio, porque no parece que en los meses que restan hasta noviembre don Tancredo Rajoy vaya a ser capaz de rescatar al PP de ese camino de perdición que conduce inexorablemente a la pérdida del poder y, tal vez, a la propia implosión como partido. UCD en el recuerdo. Una posibilidad cada vez más cercana que, de confirmarse, tendría consecuencias indudables para España y los españoles.

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