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¡Anda, los donuts!

“Es por la crisis”. La fórmula mágica que lo explica todo, no hay que añadir nada más. Si una empresa despide a cientos de trabajadores, es por la crisis. Si un ayuntamiento cierra un servicio público, es por la crisis. Si congelan el sueldo de los funcionarios o las pensiones, es por la crisis. Y si rescatamos a la banca, es por la crisis. No hay más que añadir.

Y sin embargo, siempre hay más que añadir. Mucho más. A veces, falta añadir todo, el “es por la crisis” no explica nada. Bajo ese “es por la crisis” suele haber decisiones previas que se aliaron con “la crisis”, que la agravaron, que hicieron imposible otra salida, o que directamente son en sí mismas “la crisis”.

Ahí está el caso de Panrico. Sus trabajadores se han plantado, han iniciado una huelga indefinida tras no cobrar la última nómina, y se enfrentan al despido de la mitad de la plantilla y rebajas salariales del 40%. Y frente a ellos, el fabricante del popular donut responde con las palabras mágicas: “es por la crisis”.

¿Es por la crisis? Si uno empieza a rascar en la historia reciente de Panrico, no todo se explica con una caída en las ventas o el auge de las marcas blancas. Descubrimos un historial de decisiones empresariales dudosas, que algo tendrán que ver con la actual situación ruinosa de la empresa, incapaz de pagar a sus proveedores y trabajadores.

Seguramente la historia de Panrico es común a otras empresas en apuros. Un origen familiar, una pequeña empresa que crece a partir de un producto emblemático, que abre nuevas plantas, se extiende a otros países, multiplica sus beneficios. Hasta ahí, nada extraño. Pero de pronto llegan los años del ‘boom’, y empieza la montaña rusa. Porque la burbuja no fue solo una locura de bancos, constructores e inmobiliarias. En realidad no hubo ningún sector que se mantuviese al margen de esa locura por crecer deprisa y convertir bienes tangibles (tan tangible como un donut) en productos financieros.

En el caso de Panrico, primero entraron los bancos en el accionariado, atraídos por el crecimiento del sector alimenticio, con La Caixa a la cabeza, y en medio de tensiones en la familia fundadora. Los movimientos en el accionariado eran siempre de varios cientos de millones, dejando jugosas plusvalías por el camino.

Pronto el olorcillo rico del donut atrajo a otros con más hambre de ganancias: los fondos de capital riesgo. En 2005 los accionistas (la familia propietaria y los bancos) vendieron la empresa a uno de esos fondos, Apax Partners, que pagó 900 millones de euros: más del doble de la valoración que La Caixa había hecho solo cuatro años antes. Esto hizo que los anteriores propietarios se embolsaran unas plusvalías astronómicas, que no escandalizaban a nadie, pues estábamos en 2005, en la plenitud burbujeante de la economía española. Los nuevos dueños tenían planes geniales para recuperar esos 900 kilos y ganar otros tantos: había que doblar el tamaño de la empresa, reestructurarla a fondo, con el objetivo de salir a Bolsa en un par de años, para continuar la fiesta también en el parqué bursátil.

Las decisiones de la empresa fueron desde entonces una sucesión de errores. Es lo que pasa cuando en la gestión diaria de un fabricante de bollos pesa más la ingeniería financiera que la organización productiva. De modo que cuando llegó de verdad el “es por la crisis”, la caída del consumo, la empresa estaba lo suficientemente hinchada como para pegar un reventón en cuanto algo se torciese.

En 2010 las deudas eran ya inmanejables, y los bancos acreedores recapitalizaron la deuda entrando en el accionariado. En plena huida hacia delante, la propiedad pasó pronto a otro fondo de riesgo, Oaktree, que por supuesto no llegó pensando en mantener la producción y salvar puestos de trabajo, sino en recuperar cuanto antes lo invertido y ganar algo más. Alguna pista da que al frente de la empresa no haya un experto en el sector alimentario, sino un ex ejecutivo de Lehman Brothers.

En 2012 empiezan los despidos, y las bajadas de salario del 25%, pero la cuesta abajo ya no tiene freno, y así hasta hoy, cuando la empresa quiere despedir a media plantilla, bajar el sueldo casi a la mitad a los que queden, y cerrar varias plantas. Y por supuesto, «es por la crisis».

Una historia ejemplar, ¿verdad? ¿Cuántas como esta podríamos contar? ¿Cuántas empresas que se han hundido “por la crisis” tienen detrás esa mezcla de gestión nefasta y avaricia? Tenemos el caso de Pescanova, pero pienso también en algunos medios de comunicación que llevan años despidiendo y bajando sueldos “por la crisis”, cuando en realidad son víctimas de decisiones empresariales desastrosas y la codicia de algunos directivos.

Ya sé, ya sé. Hay muchas otras empresas que no tienen nada que ver, que no han recorrido ese camino torcido, que no sucumbieron a los cantos de sirena del pelotazo, y que aun así también sufren “por la crisis”. Pero Panrico no es un caso aislado, en un país donde el expresidente de la patronal está encarcelado por haber hundido su empresa y cosas peores. Ese mismo presidente que nos decía que sus problemas eran “por la crisis”.

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