“Lo que acabamos de hacer es una gran cosa para el trabajador norteamericano”. Así ha justificado Donald Trump la firma de su orden ejecutiva para retirar a Estados Unidos del TPP, el acuerdo con once países de la cuenca del Pacífico promovido por su antecesor,Barack Obama. Trump también ha anunciado que renegociará el tratado de libre comercio con México y Canadá (TLCAN).
Con esta medida, después de firmar otra orden contra el Obamacare, la reforma sanitaria impulsada por Obama, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha arrancado su presidencia con un gesto a los votantes de clase obrera blanca que le ayudaron a ganar las elecciones. Y que se sienten como los grandes perjudicados por las deslocalizaciones industriales.
Según las encuestas publicadas durante la campaña electoral, el 65% creen que los acuerdos internacionales quitan puestos de trabajo. Un sector que se concentra especialmente en los Estados del llamado cinturón de óxido del Medio Oeste americano, de Wisconsin a Pensilvania, de mayoría blanca frustrados por el paro, la degradación de la industria, una brutal rebaja salarial o el fin de las minas de carbón. Trabajadores de toda la vida empobrecidos, sin trabajo o con trabajos precarios y salarios miserables, desahuciados por no poder hacer frente a sus hipotecas y lastrados por una auténtica plaga de delincuencia y droga Tradicionalmente votantes del partido demócrata, pero que ahora culpan a la Administración Obama, y por lo tanto a Clinton, de no haber dado una solución a esos problemas mientras las grandes corporaciones multiplicaban sus beneficios.
Los salarios son hoy hasta seis veces más bajos que hace décadas. El Salario Mínimo es de 7,25 dólares la hora, el mismo que hace 15 años; mientras los directivos cobran hasta 350 veces más. Un estudio de Tyler Cowen, economista de la Universidad de George Mason, señala que el 60% de los empleos perdidos durante la recesión era de salarios medios mientras que un 73% de los empleos creados en los últimos años son de salarios bajos.
El paro ha descendido según las cifras oficiales por debajo del 5%, pero según el Instituto de Política Económica, habría otros 6 millones de trabajadores desempleados que no figuran en las estadísticas oficiales que, de contarse, elevarían la tasa real de paro al 9%. De ellos, el 55% no está cubierto por el seguro de desempleo.
También un tercio de los hispanos asentados legalmente, que achacan a la inmigración ilegal la presión a la baja de los salarios han votado por Trump, un candidato que prometía deportaciones masivas de inmigrantes ilegales, mientras Hillary Clinton perdía un 5% del voto hispano que apoyó a Obama.
Y a todos estos se suma parte de las clases medias que han perdido hasta un 50% de su poder adquisitivo.
Es en esta parte de los sectores antes “satisfechos” de la sociedad norteamericana, “sacrificados” a mayor beneficio de las grandes corporaciones norteamericanas, bajo ocho años de Administración Obama, donde Trump -y el sector de la clase dominante que lo apoya- ha sabido ver y aprovechar para llegar a la Casa Blanca. Frente a un “establishment” que los ha conducido a la desesperación y que ni siquiera lo reconoce. Y que han visto en el «America first”¡América primero! de Trump una salida a sus males.
Maonesa dice:
¿América o EEUU? Más bien EEUU primero.