Literatura

Alfonso Reyes: una ausencia inexplicable

Encontrar hoy en las librerí­as españolas un libro de Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) es casi un milagro, que es más probable que ocurra, además, en una librerí­a de viejo que en uno de los modernos «supermercados» del libro. Y, sin embargo, Reyes es uno de los escritores esenciales de la lengua española del siglo XX, «el mejor prosista de habla hispana» según Borges. Pudo ser Premio Nobel de Literatura, pero lo boicotearon sus propios compatriotas, que le recriminaban «escribir mucho de los griegos y poco de los aztecas». Frecuentó y fecundó a varias generaciones claves de las letras hispanas (en España, desde la generacion del 98 a la del 27) y dejó escritos algunos de los mejores ensayos sobre los clásicos españoles, y párrafos memorables sobre España. Sin embargo, a los 50 años de su muerte sigue siendo una «ausencia inexplicable» entre nosotros.

El escritor, oeta y diplomático mexicano Alfonso Reyes nació en 1889 en Monterrey, en el estado de Nueva León, donde su padre, el general Bernardo Reyes –que ocupó importantes cargos durante los gobiernos de Porfirio Díaz–, era gobernador.Estudió en colegios de Monterrey, en el liceo Francés del DF, en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Facultad de Derecho del DF, donde se licenció en Leyes el 16 de julio de 1913.En 1909 había fundado, junto a Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos, el “Ateneo de la Juventud”, un círculo que se reunía para leer fundamentalmente a los clásicos griegos. Reyes anclaría siempre su cultura en esa fuente originaria.En 1910, a los 21 años, publicó su primer libro: “Cuestiones estéticas”, que recibiría elogios de algunos críticos europeos. Ese mismo año estalló la Revolución Mexicana, que tendría dramáticas consecuencias para la familia Reyes, dado el alineamiento del padre con el “porfirismo”.En 1912, en agosto, fue nombrado secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios. Allí ejerció la cátedra de “Historia de la Lengua y la Literatura Española”, hasta junio de 1913, en que fue nombrado parte de la legación diplomática de México en Francia, en lo que era un exilio encubierto. Meses después, su padre fallecía en pleno Zócalo de la Ciudad de México mientras participaba en un golpe de Estado contra el presidente Madero. A consecuencia de ello, Alfonso Reyes tuvo que abandonar la legación parisina para acabar refugiándose en España, donde residiría ininterrumpidamente de 1914 a 1924.Desde su llegada Alfonso Reyes se integró con toda naturalidad en la vida cultural y literaria española. Se integró en la “escuela” de Menéndez Pidal. Publicó numerosos ensayos sobre la poesía del Siglo de Oro español (“Barroco”, “Góngora”). Fue uno de los primeros estudiosos de Sor Juana Inés de la Cruz. Fue colaborador de la Revista de Filología Española y de la Revista de Occidente, donde publicó importantes trabajos sobre literatura española, así como sobre literatura clásica antigua y sobre estética. Realizó un importante trabajo como traductor (Sterne, Chesterton, Chejov) y como editor (versión prosificada de El Cid, Gracián, Quevedo). Trabajó como periodista y en el Centro de Estudios Históricos, bajo la dirección de Menéndez Pidal. En 1917 publicó sus famosos “Cartones de Madrid” y su magistral “Visión de Anahuac”. En España publicó también algunos de sus mejores libros de poesía. Conoció y trató a todos los grandes escritores, desde la generación del 98 a la del 27. Aunque se le invitó reiteradamente a nacionalizarse español, él prefirió “cumplir su destino mexicano”.Asentados los vientos de la Revolución, la fama de Alfonso Reyes llega a México y el gobierno decide incorporarlo de nuevo al servicio diplomático. Ya desde 1920 y hasta 1924, ejerce distintas funciones diplomáticas para la embajada de México en España. De 1924 a 1927 es embajador en Francia. De 1927 a 1930 en Buenos Aires, donde conoce y convive con una brillante generación literaria argentina: Victoria Ocampo, Xul Solar, Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Bioy Casares y Paul Groussac, sobre los que ejerció una notable influencia.Además Reyes puso en contacto México con Argentina, dos países hispanos que no tenían ningún puente cultural entre sí. En ese período rescató también a un Neruda perdido en una oficina comercial de Asia. De 1930 a 1936 fue titular de la embajada de México en Brasil.Luego volvió ya a México, convertido en una figura esencial de la renovación de la literatura en lengua española y en uno de los mejores críticos y ensayistas de nuestra lengua.En 1939, Alfonso Reyes preside la Casa de España en México, formada por los emigrantes españoles refugiados de la guerra civil, a muchos de los cuales conocía personalmente, y que luego se convertiría en el prestidioso Colegio de México. Al tiempo, fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y fue catedrático fundador del Colegio Nacional. En 1945, al fin, obtuvo el Premio Nacional de Literatura.Su prestigio literario creció en todo el mundo. A finales de los años 40 varios escritores de Sudamérica lanzaron su candidatura al Premio Nobel de Literatura, pero fue torpedeada por el fuerte movimiento nacionalista que reinaba en aquel momento en las letras mexicanas, y que le recriminaba “escribir mucho de los griegos y poco de los aztecas”.En 1951 sufrió un primer infarto, lo que limitó su actividad. No obstante todavía en años sucesivos fue laureado internacionalmente, siendo nombrado doctor “honoris causa” por universidades como la de la Sorbona o la de Berkeley. Falleció en 1959, a los 70 años. Desde entonces a hoy, sus huellas en España han sido fluctuantes. En todo caso, su republicanismo (su compromiso con el exilio republicano español) lo mantiene alejado de la edición española durante el franquismo, y luego, ya en la década de los 70-80, su huella se había difuminado tanto que muy pocos reconocían aquí en él a una figura de la talla de Borges o de Neruda.De modo que Alfonso Reyes es casi un misterio para el lector español. Y seguirá siéndolo si la industria cultural española no le remedia… o México toma un papel más activo en nuestra vida cultural, lo que sería también una magnífica noticia.En todo caso, merece la pena el esfuerzo de ir al encuentro de este “maestro de la lengua” y este singular escritor, de mirada limpia, erudición sabia (y no pedantesca) y una peculiar ausencia de neurosis, ajeno por completo a “malestares de la cultura” y atento siempre al sabor de lo popular, al sonido de la lengua de las calles y, a la vez, al espíritu de lo nuevo.Ya es hora de frecuentar a uno de nuestros grandes clásicos del siglo XX; Alfonso Reyes.

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