Alemania y el procés

La detención y posterior liberación de Puigdemont ha terminado por colocar a Alemania en el centro político y judicial de una cuestión que el gobierno de Merkel no se había cansado de repetir que era un asunto «interno y exclusivamente español». Ahora una de las piezas claves de todo el procés está en sus manos y la pregunta que resulta inevitable hacerse es: ¿se va a erigir finalmente Alemania en un mediador para resolver la cuestión catalana? ¿A qué precio?

El pasado 25 de marzo la policía detenía en suelo alemán al ex presidente de la Generalitat y principal impulsor del proceso independentista catalán, Carles Puigdemont, prófugo de la justicia española. Puigdemont había viajado el viernes anterior a Finlandia para dar una conferencia y, con ese motivo, el juez Llanera reactivó la euroorden para su detención y extradición a España. Ante la posibilidad de ser efectivamente capturado, el expresident inició una fuga clandestina en automóvil, con destino a la ciudad de Waterloo, en Bélgica, donde había fijado su domicilio, bajo la protección judicial belga. La aventura terminó en una gasolinera de Alemania, cuando Puigdemont fue abordado y detenido por la policía alemana. Al parecer, los servicios secretos españoles tenían localizado y «marcado» el automóvil que trasladaba al expresident y alertaron a la policía germana que, en aplicación de la euroorden, procedió a su detención y posterior traslado a la prisión.

Hasta ese momento, todo hacía presagiar que Alemania acabaría entregando a Puigdemont a la justicia española. Desde que el procés entró en su periodo más álgido, con el referéndum ilegal del 1-O, y luego el proyecto de declaración unilateral de independencia, Alemania mantuvo en todo momento, a través de la canciller Ángela Merkel y su gobierno, tanto desde Berlín como desde Bruselas, una posición de apoyo cerrado al gobierno español y de condena de la aventura separatista catalana. Esta actitud se corroboró y reafirmó después de que el gobierno de Rajoy, con apoyo del PSOE y de Ciudadanos, aplicara el artículo 155 de la Constitución y suspendiera de facto la autonomía de Cataluña. Y se mantuvo firme asimismo tras la fuga de Puigdemont y algunos miembros de su gobierno a Bélgica, Suiza o Escocia. En ningún momento se vislumbró la menor sombra de duda en la actuación de Alemania, y sí una firmeza absoluta frente a un proceso de secesión que se consideraba desde Berlín como una seria amenaza para la Unión Europea, que de triunfar podía dar pie a una cascada de reclamaciones secesionistas en toda Europa capaz de llevar a la desintegración a la UE.

Al producirse la detención de Puigdemont por la policía alemana parecía por tanto obvio que Alemania, tras los oportunos trámites legales, entregaría al prófugo a España. En ese momento, además, el gobierno alemán se reafirmó en ese sentido. La Fiscalía alemana respaldó los argumentos de la parte española (extradición de Puigdemont por los delitos de rebelión y malversación de fondos) y el gobierno declaró que no pondría ninguna traba al cumplimiento de la orden europea dictada desde España si el juez autorizaba la extradición.

Además, el marco legal y constitucional alemán (que España «copió» en buena medida en su ordenamiento jurídico y constitucional) hacía presagiar que no habría tampoco ningún obstáculo jurídico insalvable. La Constitución germana no permite bajo ningún concepto la sedición de un Estado federado. La unidad territorial del país es inviolable. Por eso el Tribunal Constitucional alemán, en diciembre de 2016, ni siquiera admitió a trámite un recurso de amparo presentado por el Partido de Baviera (nacionalista bávaro) para poder celebrar un referéndum territorial sobre la separación de Baviera de la República Federal de Alemania. Algo parecido al procés secesionista catalán sería en Alemania absolutamente intolerable y obligaría al Gobierno Federal a intervenir con arreglo al artículo 37 de la Constitución, en el que se inspiraron en su día los autores del artículo 155 español.

En lo penal, la analogía también parecía bastante firme respecto al delito de rebelión, que la Justicia española imputa a Puigdemont (y a otros líderes independentistas, fugados o encarcelados). En Alemania se habla de “alta traición contra el Estado” (artículo 81 del Código Penal Alemán), que es castigada con fuertes penas de prisión. Como lo son también los actos que atenten contra la unidad nacional del país (artículo 92).

La similitud jurídica y la sintonía política hacían presagiar, en consecuencia, un proceso rápido con un solo final posible: la entrega de Puigdemont.

Sin embargo, tras una vista muy rápida (el tribunal tenía hasta 90 días de plazo para resolver, y no consumió ni quince), la Audiencia Territorial de Schleswig-Holstein procedía a poner en libertad a Puigdemont y rechazaba el cargo de rebelión en el que se apoyaba la euroorden.

Pero eso no fue todo. Una vez liberado Puigdemont, y como si todas las declaraciones previas no se hubieran producido jamás, la ministra de Justicia del nuevo gobierno de Ángela Merkel, Katarina Barley, salía a la palestra no solo a defender la decisión del tribunal alemán sino a mostrarse «satisfecha» por la puesta en libertad (condicional) de Puigdemont y a manifestar que este podrá, a partir de ahora, disfrutar de las ventajas de residir en un país libre como Alemania. De un solo plumazo, el gobierno alemán no solo se alegraba de la libertad de Puigdemont, sino que venía a darle la razón sobre su tesis de que en España no hay libertad (tesis en la que se asienta propagandísticamente la demanda secesionista).

Un giro tan brusco e inesperado en la posición de Alemania dejó noqueado al gobierno y a la judicatura española y dio pábulo inmediato a todo género de especulaciones. ¿A qué se debe este giro espectacular en la posición de Alemania, que además ha dado nuevo aire e insuflado nueva vida a un procés que ya era un cadáver ambulante? ¿Se trata de un exceso garantista de un juez independiente? ¿Alemania ha reconsiderado su posición, y ahora que tiene en sus manos una gran baza (al propio Puigdemont) quiere convertirse en el «mediador» que dicte la solución al problema catalán, ganándose con ello una posición de supremacía y dominio nuevo sobre España? ¿Quiere Alemania, como en su día Francia, cuando tenía en su territorio la retaguardia de ETA, hacer valer esa posición para obtener nuevas ventajas políticas, económicas y diplomáticas?

En Alemania, donde los jueces son literalmente elegidos a dedo por los políticos, pensar que estamos ante la decisión de un juez incorruptible, autónomo y garantista, capaz de echar por tierra incluso los deseos y la voluntad del gobierno alemán y oponerse a sus designios por defender «la justicia», no solo es de una ingenuidad alarmante sino, más bien, de una estupidez incorregible. Máxime, cuando estamos no ante un proceso cualquiera (no estamos ante un vulgar traficante de drogas o de armas o un delincuente común), sino ante el máximo responsable de un desafío político que la UE y Berlín han llegado a calificar como «mortal para Europa».

Igual de ingenua es la idea, respaldada por ciertos medios, de que el juez alemán que ha puesto en libertad provisional a Puigdemont en definitiva ha actuado en sintonía con la visión mayoritaria que los alemanes tienen sobre la cuestión catalana. Según esta idea, una mayoría de la opinión pública alemana habría comprado y asumido lo esencial del relato independentista: que España no quiere a los catalanes, que los expolia fiscalmente, que los expone a una Justicia central politizada y dependiente del Gobierno, que no quiere dialogar con ellos, etc. Y es cierto que muchísimos alemanes, incluidos intelectuales distinguidos, así lo creen. Pero pensar que eso ha podido pesar tanto como para decantar la decisión del juez, es no tener ni idea de cómo funciona y actúa un Estado cuando están en juego los temas esenciales. La opinión popular, en tales casos, no cuenta en absoluto.

Queda pues solo en pie la hipótesis de que Alemania haya decidido, a última hora, quedarse con el «rehén » Puigdemont para tener en sus manos una baza capital con la que poder intervenir de manera decisiva en la vida política española, y al tiempo obtener ventajas económicas de todo tipo. Algo parecido a lo que hizo muchos años Francia, siendo el refugio etarra. O algo que hace constantemente EEUU. García Margallo, ex ministro de Exteriores, reveló no hace tanto que el respaldo del gobierno norteamericano a la integridad territorial de España, tuvo que pagarse con el incremento de la presencia militar española en las operaciones de la OTAN alrededor de las fronteras rusas.

Aunque esta hipótesis no puede ser desechada del todo, sin embargo hay un significativo «pero» que achacarle. En primer lugar, Alemania con esta decisión juega con fuego. Liberar a Puigdemont será a la larga dar cierta esperanza a todos los secesionismos europeos, algo que va, en este momento, en contra de los intereses de Alemania. Si la aventura de Puigdemont queda validada, en cierta forma, por Alemania, por la gran potencia europea, ¿por qué no seguir sus pasos en Córcega, en Bretaña, en Alsacia, en Escocia, en la Padania… y en Baviera? Sin olvidar las cien reclamaciones que aún están pendientes en los Balcanes. Lo que Berlín pueda ganar en España lo puede perder, con creces, fuera.

¿Entonces por qué ha actuado como ha actuado?

A veces las decisiones de Berlín no se toman en Berlín. Berlín, a veces, también cumple órdenes. Por encima de Berlín está Washington. Y Washington vive hoy en su seno «la madre de todas las batallas». Con su clase dominante fracturada y partida en dos sectores antagónicos y enfrentados a muerte, que libran su lucha (como ya ocurría en el imperio romano) por todo el mundo, por todas sus ingentes posesiones imperiales.

Europa, desde 1945, ha sido un «vasallo» tradicional de los demócratas, y en no pocas ocasiones ha sido su más fiel aliado frente a las políticas republicanas. El caso más conocido y reciente fue la guerra de Irak, donde Francia y Alemania lideraron la oposición a la política de Bush. Hoy de nuevo Europa es requerida para desempeñar un papel decisivo para echar abajo la política de Trump, que amenaza con llevar a EEUU a un desastre final.

En lo que respecta a España, la política de Rajoy de plegarse sumisamente a las exigencias militares y políticas de Trump (aunque aspire a mantenerse equidistante) puede haberle sentenciado. De hecho, en España asistimos ya hoy a una soterrada «operación Macron a la española», es decir, a una estrategia (política, judicial, mediática…) dirigida a la sustitución de la derecha clásica en el poder, por una nueva fuerza política más dócil y leal y más claramente alineada con las tesis de los demócratas y más beligerante contra Trump. Europa tiene que ser un bastión contra Trump y Rajoy no es el hombre adecuado, ni el PP es el partido idóneo para esa política.

En el marco de esta operación de reconducción de la política española (de las que ya hemos vivido varias en la Transición), entregarle Puigdemont a Rajoy sería darle una baza propagandística y electoral de enorme calibre, que no solo lo asentaría en el poder ahora sino que podría darle incluso una nueva victoria electoral en el futuro.

El súbito e inesperado cambio de posición de Alemania en el caso Puigdemont, incluso en contra de sus propios intereses como líder de la UE, podría tener así una explicación, difícil de entender, pero lógica. Alemania habría cumplido órdenes superiores. Incluso contra sus intereses inmediatos. Pero sin olvidar que, en última instancia, a medio plazo, a Alemania también le interesa, vitalmente, desalojar del poder a Trump, que no deja de señalarla casi como si fuera un «enemigo». Y, mientras tanto, intentará sacar partido de ello. Y procurará cobrarse todos los réditos posibles.

En todo caso, y sea cual sea al final la razón del cambio de postura de Alemania, ya resulta obvio que la «herida catalana» va a costarle a España un precio incalculable. Es el precio terrible de la dependencia y la consecuencia inevitable de la falta de soberanía.

7 comentarios sobre “Alemania y el procés”

  • microsoft te ama,ama a microsoft dice:

    O sea,que mis tesis eran correctas.Pues a ver si os dejáis de contradecir de un artículo a otro,que sino os puntúo como cero y a cascarla……Vamos al grano:»Alemania ha dejado de lado su proyecto de Europa de los Pueblos,por el miedo a la desintegración de Europa»…»obedece a los yankees»…vamos,que el enemigo principal y factor de desestabilización del país es EEUU,el blanco principal…pues ahí os vuelvo a dejar por enésima vez mis tesis(y al que vuelva a hablar de «peligro alemán» le pongo un 0)….si ya lo decía la patronal monopolista alemana a Puigdemont:»o te dejas de veleidades separatistas o trasladamos las multinacionales fuera de Cataluña»……………..:»Tesis del revisionismo contemporáneo:

    1-Vivimos en la época del capital transnacional,dominan las multinacionales más allá de los Estados,por todo el globo.Época de la globalización

    2-Para luchar contra ese capitalismo transnacional,como está globalizado, hay que establecer una red de luchas a nivel mundial en contra: Comercio justo,eco-socialismo,lucha por la tasa Tobbin,apoyar la «Europa de los Pueblos» frente a la «globalización neo-liberal»,etc

    Tesis del marxismo-leninismo:

    1-Vivimos en la época del capitalismo monopolista de Estado,donde el Estado protege los intereses de las multinacionales de cada país.Capitalismo con nombre y apellidos.Un Estado nacional cada vez más militarizado y más fuerte.Es la época del imperialismo

    2-El principal enemigo de los pueblos del mundo es el Estado norteamericano,principalmente el Pentágono

    3-Lo que corresponde para luchar contra los EEUU es establecer un amplio frente antihegemonista a nivel mundial y en cada país establecer un amplio frente patriótico,y democrático,que una de la derecha a la izquierda y de lo social a lo político, por la independencia nacional,que abarque al 90% del pueblo y dirigido por la clase obrera y sus partidos de clase «

  • Excelente artículo. Impresionante análisis.
    Sólo una minúscula pega, por favor no es su estilo utilizar descalificaciones, por pequeñas q sean. Llamar a las cosas por su nombre si, «estupidez incorregible» no es propio de Uds.

  • El análisis es magistral. Una jugada y unos hechos aparentemente sin sentido aparecen relacionados en un objetivo claro. Es posible que lo expuesto sea cierto, únicamente el tiempo puede confirmarlo.

Deja una respuesta