Literatura

Albania existe

Es el paí­s más vapuleado y desconocido de Europa. Su historia es la de una larga tragedia ignorada. Su presente es caos, miseria, mafias y corrupción. Pero, desde hace 50 años, Albania tiene un faro luminoso que la representa y encarna: es la literatura prodigiosa de Ismail Kadaré, uno de los mayores escritores europeos del último medio siglo, traducido a más de 40 lenguas y perpetuo candidato al Premio Nobel. Ahora, Kadaré acaba de recibir el Premio Prí­ncipe de Asturias de las Letras, al que optaban 31 candidatos de 25 paí­ses, entre ellos algunos tan destacados como el italiano Antonio Tabuchi, el británido Ian McEwan o el checo Milan Kundera. Para el jurado, Kadaré «narra con lenguaje cotidiano, pero lleno de lirismo, la tragedia de su tierra, campo de continuas batallas»; su literatura «da vida a los viejos mitos con palabras nuevas»; su compromiso literario «hunde sus raí­ces en la gran tradición del mundo helénico»: y todo ello lo han convertido en uno de los escritores esenciales de nuestro tiempo.

Ismail Kadaré nació en Albania en 1936. Estudió en la Universidad de Tirana y más tarde en el Instituto Gorky, de Moscú, hasta 1960, en que la rutura de relaciones entre la Albania de Enver Hoxa y la URSS, provocó su retorno a Tirana. Allí, tres años después, en 1963, logró imprimir su primera novela, “El general del ejército muerto”, que le granjeó ya el reconocimiento, dentro y fuera de las fronteras de su país. Su prestigio llegó a ser tal, que el régimen de Hoxa no se atrevió a censurar sus obras, pese a su carácter crítico con el régimen. Sólo a partir de 1990, cuando el escritor se exilió en Francia, sus obras desaparecieron de las estanterías de las librerías albanesas, para dejar espacio en exclusiva a los 80 tomos de las “obras completas” de Hoxa. Kadaré vivió en París entre 1990 y 1999, año en que retornó a la “nueva” Albania “democrática”, donde vive la mayor parte del tiempo. En su libro “Frías flores de marzo”, Kadaré ha dejado un claro reflejo de la “decepción” que le ha producido la llegada del capitalismo a su país y la creación de una sociedad huérfana de valores. El derrocamiento del tirano y el fin del totalitarismo no han significado la anhelada construcción de una sociedad libre y democrática.La obra de Kadaré, que no duda en hundir sus raíces en el relato homérico, en los fustes de la tragegia clásica y hasta en llos relatos épicos medievales, está toda ella bañada en una atmósfera profundamente “kafkiana”: un aura de irrealidad, de absurdo, envuelve las vidas opacas y grises de unos personajes que languidecen en mundos cerrados.El prototipo y símbolo mayor de su obra es la novela “El Palacio de los Sueños”, que escenifica la dominación total del estado sobre sus súbditos. En una nación que imita el “modelo” real del viejo Imperio Otomano, el gobierno ha establecido la obligación de que todos los ciudadanos narren sus sueños por escrito y luego los entreguen a una espesa red de funcionarios, que alcanza hasta las aldeas más remotas.En un enorme y tétrico “castillo”, el “Palacio de los Sueños”, los textos son recibidos por un inmenso ejército de mediocres funcionarios e interpretados minuciosamente en busca de señales de desafección o deslealtad al régimen que hubieran podido quedar ocultas a la vigilancia diurna. En otra instancia superior, esos sueños son seleccionados y reinterpretados hasta reducirlos a un pequeño número de sueños considerados “significativos”, que pasan a su vez a su vez a otra instancia superior, que vuelve a cribarlos y así sucesivamente hasta encontrar “El Sueño”, la expresión perfecta del inconsciente colectivo y la señal inequívoca de la dirección que ha de tomar el gobierno para mejor controlar al pueblo.En esa mesiánica, totalitaria e imposible tarea está envuelto el protagonista del relato, miembro de una familia venida a menos, que ha ingresado por recomendación en las filas de la burocracia encargada de analizar, en frías y oscuras salas, los sueños de sus compatriotas.Kadaré nos lo muestra lleno de dudas, sabiéndose destinado a envejecer allí encerrado, ganando si acaso pequeños ascensos que, en todo caso, el menor error –real o imaginario– desbaratará de inmediato, y condenando a personas inocentes sin siquiera darse cuenta, sólo porque alguien interpretó su interpretación de una forma en vez de otra.Pesadilla kafkiana, “El Palacio de los Sueños” es una enorme recreación literaria del universo socialfascista que se acabó construyendo al otro lado del telón de acero.

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