Joan Baldoví, el tesonero diputado de Compromís, se sacó de la manga ayer por la mañana una carta que quería desbloquear la investidura. Pero al final no fue un as. Antonio Hernando, el portavoz socialista, aceptó rápidamente gran parte de la propuesta, aunque con tres salvedades: no ruptura del pacto con Albert Rivera; no Gobierno de coalición de izquierdas sino monocolor socialista con independientes de distintas sensibilidades, y compromiso de votar los Presupuestos por dos años. Como contrapartida, Pedro Sánchez solo pedía dos años, ya que estaba dispuesto a someterse a una moción de confianza en junio de 2018. Si la perdía
Joan Baldovi, el tesonero diputado de Compromís, se sacó de la manga ayer por la mañana una carta que quería desbloquear la investidura. Pero al final no fue un as. Antonio Hernando, el portavoz socialista, aceptó rápidamente gran parte de la propuesta, aunque con tres salvedades: no ruptura del pacto con Albert Rivera; no Gobierno de coalición de izquierdas sino monocolor socialista con independientes de distintas sensibilidades, y compromiso de votar los Presupuestos por dos años. Como contrapartida, Pedro Sánchez solo pedía dos años, ya que estaba dispuesto a someterse a una moción de confianza en junio de 2018. Si la perdía…
Compromís había lanzado una difícil percha de negociación en el último minuto y el PSOE la había medio cogido. Quizás al final se podría evitar la repetición electoral -algo de lo que, de labios para afuera, todo el mundo abomina- y formar un Gobierno de cambio, lo que genera mucha menos unanimidad. Cierto que Hernando, que avalaba gran parte de la propuesta, le ponía unas limitaciones que diferían del texto de Compromís. Pero Baldoví había presentado su propuesta -pomposamente bautizada como ‘acuerdo del Prado’- con un confeso espíritu de negociación. No era un: “O lo tomas, o lo dejas”.
Nadie le podrá negar a Baldoví un gesto inteligente que quería ser constructivo y que hace que Compromís sea uno de los grupos que mejor impresión han dejado, junto a Ciudadanos, precisamente por su voluntad de compromiso, en esta abortada legislatura.
Pero la propuesta de Compromís rápidamente se estrelló. El primer sopapo se lo propinó Albert Rivera, al decir con rapidez que no la creía seria y que, sin estudiarla a fondo, la rechazaban. Pero era una patada superable. Primero porque era la respuesta de manual que Ciudadanos tenía que dar a una propuesta de pacto de izquierdas de último minuto. Y más cuando Ciudadanos -con la repetición de las elecciones como hipótesis más probable- debe blindarse ante los ataques del PP que, como se vio en la intervención de Rajoy del pasado lunes, les acusará de ser la marca blanca del PSOE y de tener un pacto -oculto y pecaminoso pero firme- con el malvado Pedro Sánchez.Pero al “de entrada no” de Rivera le podía haber pasado como al no de Felipe González a la OTAN en el caso de que la iniciativa Baldoví se hubiera demostrado viable. Y la viabilidad no dependía de los liberales de centro de Rivera, sino de las formaciones situadas a la izquierda del PSOE.
No fue así porque Baldoví fue asesinado poco después en tres actos que sin duda tienen alguna relación. El primero es que Iglesias llegó a la cita del Rey con un notable retraso. La excusa es que el chófer se confundió de carretera. Claro, todo es posible. Si fuera así, indicaría que Iglesias no ha progresado adecuadamente para el cargo al que se postulaba públicamente: vicepresidente con poderes sobre los aparatos de información del Estado. Pero también podría ser que Pablo Iglesias estuviera armando desde el móvil la respuesta a una propuesta que al parecer le sorprendió y le irritó. Estos de Compromís son unos desviacionistas impenitentes. Y al parecer, Íñigo Errejón -del que un comentarista madrileño dice que se le está poniendo rápidamente cara de Trotsky- se reunió en Valencia la tarde del lunes con Mònica Oltra. Y aunque la propuesta era más de Baldoví que de Oltra (son de dos partidos diferentes que forman la coalición Compromís), Iglesias se inquietó. ¿Decidió que el Rey bien podía esperar -para eso se le paga- y él ganar unos minutos para gestionar la respuesta adecuada a la estúpida iniciativa de los indisciplinados levantinos? Puede ser.
El segundo acto vino de parte del catalán Xavier Domènech, el portavoz de En Comú Podem (la coalición de Podemos, Ada Colau, ICV y EUA) en el Congreso de los Diputados. Fue de rechazo. Domènech no podía estar satisfecho porque Baldoví -que sabe lo que vale un peine y que como alcalde de Sueca dijo no a la ANC- había escamoteado hábilmente la línea roja del referéndum en Cataluña. Pero la reacción de Domènech presagiaba otra porque la alianza Iglesias-Colau es el pacto de hierro de la izquierda alternativa en el Estado.
Iglesias se dio cuenta con rapidez (tras su fracaso en las elecciones catalanes del 27-S) de que en Cataluña una fuerza ‘sucursalista’ tenía poco recorrido. Y las descalificaciones por ‘lerrouxista’ del independentismo le tocaron y le perjudicaron. Por eso el 20-D avaló una alianza formal con Ada Colau y asumió la reivindicación de un grupo parlamentario propio para En Comú Podem (ECP). Y Ada Colau sabe que un grupo catalán de izquierdas que aspire a una amplia base electoral en el cinturón barcelonés necesita un referente español. Por eso Pablo Iglesias y Ada Colau quieren repetir, a su manera y 40 años después, el pacto del PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra (entonces más ágil que ahora) con el PSC catalanista de Joan Reventós, Raimon Obiols, Narcis Serra y Pasqual Maragall. Felipe sabía que solo con la federación catalana del PSOE no sería dominante en Cataluña, y Reventós y Obiols sabían que necesitaban el voto obrero inmigrado (entonces en gran parte andaluz) para derrotar al catalanismo burgués y de clases medias de Jordi Pujol.
Perdonen la excursión al 77, pero cuando Domènech rechazó ayer con rapidez la hipótesis PSOE-Compromís, era ya Pablo Iglesias el que hablaba. Los de Compromís se autodeterminan en Valencia, los de En Comú Podem no son sucursalistas pero tienen un pacto de hierro con Iglesias. Sin él arriesgarían ser solo otra versión de la ICV de Joan Saura o de Joan Herrera que se ha hecho -eso sí- con la alcaldía de Barcelona. Dicho sea de paso, más por la inhibición de CDC y de Mas a cualquier pacto con algún partido ‘españolista’ que por su fuerza electoral (solo 11 concejales sobre 41).
Y después de Doménech salió Iglesias, tras su cita con el Rey, en pleno telediario (el retraso se había acumulado) y proclamó tan pancho que lamentaba que el PSOE hubiera rechazado la encomiable propuesta de Compromís. El PSOE se había vuelto a revelar -no había hecho otra cosa desde el 20-D- como un feroz enemigo del Gobierno a la valenciana. El culpable era el enemigo: el PSOE. Aunque Iglesias, magnánimo, siempre admitiría su rectificación y su humillación.
Todo ha sido mucho más matizado. La propuesta de Baldoví salía solo de Valencia (quizá Compromís observa con atención al PNV), el PSOE se había medio abierto con cautela, Rivera dijo a lo Felipe que “de entrada no”, e Iglesias y Domènech la enterraron pisoteando todos los matices.
Iglesias solo ha sido coherente con su línea desde el 20-D. Desde que Julio Anguita -el de la pinza con Aznar, ahora normalmente discreto- dijo en Cuatro que se iban a repetir las elecciones. No interesaba tanto un Gobierno alternativo (si ellos no tenían el control de la Vicepresidencia, con el CNI) como aprovechar el endemoniado resultado para forzar unas nuevas elecciones e intentar -ahora sí con un pacto con Garzón- el ‘sorpasso’ al PSOE. La alternativa de izquierdas en España no debía ser ya nunca más el eje PSOE-PSC -que fue una historia de éxito desde 1977 a 2010, pero que perdió muchas plumas cuando Zapatero y Carme Chacón sucumbieron ante Federico Trillo en la sentencia del Constitucional sobre el Estatut- sino el pacto Podemos-En Comú Podem de la izquierda alternativa.El punto débil de esta estrategia es el referente europeo. Willy Brandt, el tótem del PSOE, pesa todavía mucho más pese a estar muerto y a que los socialdemócratas alemanes gobiernan con Merkel, que el griego Tsipras que convoca referendos contra las propuestas de la UE y el FMI y que al día siguiente de hacerlas rechazar por el pueblo griego tiene que implorarlas. Despidiendo entre tanto al gran incompetente de Varufakis.
Y naturalmente esta apuesta de Iglesias ha beneficiado a la estrategia de Mariano Rajoy. Si con el Parlamento salido del 20-D estaba muerto porque no sumaba con Rivera y porque el PSOE no quería permitir su investidura, mejor una nueva convocatoria electoral. Lo curioso es que un político cauteloso y poco dado a las aventuras haya tenido una intuición superior a la de los más ‘traviesos’ Pedro Sánchez y Albert Rivera. O a lo que hace pocos días todavía pensaban ‘viejos zorros’ como Miquel Roca. En el último momento, Iglesias no ha hecho presidente a Pedro Sánchez. Ni absteniéndose para luego propinarle garrotazos.
Hemos llegado al último momento. Ya se ha abierto -si es que alguna vez se cerró- la campaña electoral. Rajoy e Iglesias han conseguido lo que querían. Lo que no está tan claro, no está garantizado, es que Podemos supere al PSOE el 26-J. Ni que entonces Rajoy tenga más posibilidades de seguir viviendo en La Moncloa.
Todo está abierto. Lo único seguro es que colocar a un país con una crisis territorial de caballo (Cataluña) y el paro y el déficit público más alto de la UE ante una campaña electoral permanente y un Gobierno en funciones durante un mínimo de un año, octubre de 2015 a octubre de 2016 (sin contar las elecciones catalanas), no es un ejercicio de responsabilidad.
No toda la culpa es del PP, naturalmente, pero es adonde hemos llegado tras su legislatura con mayoría absoluta. Obama se acaba de reunir en Hannover con Merkel, Cameron, Hollande y Renzi. Rajoy no ha sido invitado. Era quizás inevitable e incluso lógico. Lo que cuesta más entender es que no haya ni levantado el dedo para protestar. Enzarzado en sus peleas con el independentismo y con el PSOE, y teniendo que poner orden en la batalla interna entre la vicepresidenta Soraya (su jefa de Gabinete) y sus ministros amigos (Margallo, Ana Pastor, Fernández y el difunto Soria), no tiene energía ni fuerza moral suficiente para levantar el dedo y decir aquello de España también existe. ¿O era Teruel?
No es porque Aznar se querelle contra su exministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, pero España no va bien.