Televisión

Aí­da. La ficción de la periferia.

Algunas voces han calificado el humor de esta serie de «ordinario, gritón y polí­ticamente incorrecto», pero ya nadie puede discutir los datos. La última temporada fue seguida por casi seis millones de espectadores, y se convirtió en la reina indiscutible de los domingos. Esta señora de la limpieza, un tanto neurótica, pero que se desvive por sus descarriados hijos, así­ como las peripecias de sus vecinos de barrio han logrado conectar con un público completamente identificado con este tipo de situaciones.

El humor de Aída, no obstante, se aoya en una dureza que salta a la vista. Abandonada por su marido, Aída se hace cargo de sus dos hijos (una desvergonzada joven y un delincuente juvenil), de su madre y de su hermano (ex-drogadicto). Entre el resto del elenco encontramos a su amiga prostituta, el pequeño empresario arrogante y explotador, el verdulero bonachón, los camareros peruanos, etc. Las situaciones demuestran la dignidad y el buen humor con el que la gente de este tipo de barrios sobrelleva las malas condiciones de vida, y lo hace de una forma tremendamente cercana a la audiencia mayoritaria.Lo más relevante de la temporada que se estrena es que la actriz principal, la genial Carmen Machi, abandona la serie. Aída es injustamente encarcelada intentando defender a su hija mayor Soraya -papel interpretado por Miren Ibarguren (Escenas de matrimonio)-, que hereda el protagonismo de la serie.Pese a este contratiempo, el pasado domingo volvió a liderar la audiencia, y cabe esperar que la tónica se mantenga con su próximo cambio de programación. En 2008 fue la serie más vista (desbancando a superproducciones norteamericanas), y maneja datos al alza desde que apareciera en 2005 en nuestras pantallas domésticas.Aída ha certificado una forma de hacer ficción televisiva dominando la complejidad de la tragicomedia. Combinando los nuevos formatos de sit-com, con el costumbrismo más arraigado. Y sobre todo, elaborando guiones sin ningún tipo de tabú, a veces hilarantes, pero siempre verosímiles, por la cercanía de sus personajes, la credibilidad de sus interpretaciones y la elegancia de la sencillez en su factura.

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