Ecologí­a: eficiencia energética

Ahorrar vale, ¿y producir?

Un equipo de investigadores del Instituto de Ingenierí­a Energética (IIE) de la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) anunciaron ayer el desarrollo de equipos de aire acondicionado y bombas de calor que consumen menos y son más respetuosos con el medio ambiente. Que tenemos cabezas brillantes en aumentar la eficiencia energética es un hecho, ahora sólo faltan cabezas que disminuyan la intensidad energética. O sea, que multipliquen su productividad.

Al igual que hace oco el director del Instituto de Nanofotónica de la misma UPV nos ilustraba sobre la posibilidad, aunque a años vista, de usar la Nanofotónica para ahorrar hasta un tercio de la energía en los aparatos de microelectrónica, los investigadores del IIE han conseguido una mejora del rendimiento de los equipos de grandes instalaciones como edificios de oficinas, empresas, hospitales y hoteles que supone disminuir hasta un 15% al año el consumo eléctrico. Además, usando propano en lugar de los actuales refrigerantes sintéticos, han conseguido reducir la contaminación. Mientras el efecto medioambiental del propano es casi nulo, un solo kilo de dichos refrigerantes sintéticos equivale a la emisión de 1.530 kilos de dióxido de carbono. Una gran noticia que, sin embargo, encierra una carencia: la intensidad eléctrica. Ahorrar energía y respetar el medio ambiente es una línea general pensada, planificada y que rige la investigación tecnológica. Es más, se ha instalado en el país el ahorro energético como sinónimo de eficiencia energética. No hay más que ver las campañas del ministerio de industria para limitar las temperaturas del aire acondicionado en invierno y en verano para disminuir el consumo energético, o la exigencia de disponer de certificados de eficiencia energética en las viviendas. Es verdad que, visto desde la emisión de CO2 las empresas más contaminantes son las eléctricas. Lo mismo que es verdad que el consumo de energía eléctrica residencial es una parte importante de la factura nacional. Pero no nos engañemos, en España nuestro sistema energético está en una situación crítica no sólo porque despilfarre y contamine, sino también porque el consumo de energía crece más que el PIB. Y con tendencias crecientes. Nuestra intensidad energética (cantidad de energía necesaria por unidad de PIB) creció un 0,5% anual entre 1990 y 2003 mientras que en el resto de países de la UE se reducía un 1,3%. Eso significa que cada vez hace falta más energía para producir la misma cantidad de riqueza. Dicho de otra forma, la energía se utiliza en actividades que no añaden gran valor al PIB. Si en países como Alemania la mejora en la eficiencia energética va ligada a disminuir dicha intensidad porque aumenta la productividad de su economía, claramente industrial y con una alta producción de bienes de equipo, en España no sólo no ha aumentado la eficiencia sino que el crecimiento económico se ha enucleado entorno a la construcción y los servicios que añaden muy poco valor añadido a la riqueza nacional. Hablar sólo de la eficiencia energética ligado al ahorro nos lleva a negarnos este problema y, como mucho, a pensar que comprando bombillas de bajo consumo o apagando los pilotos de “stand by”, construyendo viviendas ecológicas o desarrollando tecnologías que ahorren energía, por otro lado totalmente necesario y bueno, estamos contribuyendo al al medio ambiente y el desarrollo económico. Sí claro, pero el de otros.

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