Victoria del candidato conservador entre denuncias de fraude

Ahmadinejad gana en un Irán enconado

La ajustada -o eso nos han hecho creer las agencias de noticias- batalla electoral en Irán se ha resuelto con un sorprendente resultado. Con el 94 por ciento de los votos escrutados, el candidato conservador y actual presidente, Mahmud Ahmadinejad habrí­a conseguido más de veinte millones de votos de los más de treinta escrutados, un 64,78%, ganando así­ las elecciones sin necesidad de segunda vuelta. Los partidarios del principal contrincante, el reformista Mir Husein Musaví­, que a pie de urna daban por seguro ganador a su candidato, se han apresurado a lanzar acusaciones de fraude ante la ventaja aplastante -e inadvertida en las encuestas- de su rival y ante la noticia de ciertas irregularidades. Pero lo cierto es que Ahmadinejad dirigirá cuatro años más los destinos de un paí­s, Irán, cada vez más importante en la región, en el mundo musulmán y en el panorama internacional.

El actual mandatario iraní, Mahmud Ahmadinejad, conocido or sus posiciones conservadoras y por su postura dura ante Washington y occidente, se ha proclamado vencedor de las elecciones con un 64,78% de los sufragios, una "ventaja insalvable", según la Comisión Electoral, que hace innecesaria una segunda vuelta. El principal rival, Mir Husein Musaví, quedaría bastante atrás, con el 32,57% de los votos. En lugares residuales quedarían el conservador Mohsen Rezeí, con un 2,08% del sufragio, y el clérigo reformista Mehdi Karrubí, con el 0,89%. "La participación no tiene precedentes", declaró el jefe de la Comisión Electoral, Kamran Daneshjoo, quien pasada la hora inicial de cierre, a las seis de la tarde, hablaba del 70%. Las enormes colas en muchos colegios electorales obligaron a las autoridades a retrasar dos horas la clausura oficial de las mesas, llegando al 80% de participación, algo realmente insólito. Tal avalancha de participación –que expresa como la ciudadanía persa advierte de lo decisiva que es para el destino del país esta cita electoral- favorecía a los partidarios de Musavi, o al menos eso pensaban ellos. Por eso, nada más cerrar los colegios, el candidato reformista declaró por televisión que según sus estimaciones había obtenido el 65% de los votos. Aunque las encuestas a pie de urna no están permitidas en Irán, cada partido tiene un sistema de encuestas e informadores para evaluar al momento la situación. De ahí que el desconcierto y la estupefacción cundiera entre los partidarios de Musavi según el centro de datos iba facilitando información: Ahmadinejad estaba ganado las elecciones, y con mucha ventaja. La palabra `fraude´ fue corriendo de boca en boca entre los correligionarios reformistas. Desde el jueves el servicio de mensajería de los móviles, usado profusamente por los partidarios de Musavi -en gran parte jóvenes, estudiantes y profesionales de clase media o alta- para convocar movilizaciones o comunicar incidencias en los colegios electorales dejó de funcionar. El jefe del comité de supervisión de la oposición denunció que “más del cuarenta por ciento de los colegios de la capital carecieron de observadores", y que muchos de los delegados, tanto de Musavi como de Karrubi, no habían podido ejercer su función ya que las acreditaciones que recibieron "tenían errores, e incluso fotos cambiadas". Y es que ciertamente, la confrontación electoral ha sido sumamente disputada para que se haya resuelto de forma tan apabullante a favor de uno de los dos. Ahmadinejad llegó incluso a romper normas no escritas del régimen, como acusar a miembros de la élite política cercanos a su rival de corrupción, como el ex-presidente iraní Rafsanyani. Si la información de las encuestas de la que disponía el presidente iraní le daba una ventaja tan holgada, no se explica la virulencia de sus ataques en la última recta de la campaña, que le han valido un severo toque de atención por parte de poderosos sectores del régimen. También es cierto que desde el primer momento, las agencias de noticias internacionales y las cancillerías de occidente han mostrado una poco disimulada simpatía por Musavi –que prometía una postura más flexible que su intransigente rival en materia nuclear e internacional- y una feroz campaña de ataques contra Ahmadinejad. En todo momento nos ha llegado que la pugna electoral estaba en tablas, y que el desempate se daría con toda probabilidad en una segunda vuelta. ¿Coincidía con la realidad de la sociedad iraní o era un espejo deformado e interesado?

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