Tras el desastre electoral, Madrazo dimite como coordinador general de Ezker Batua

Agur, Madrazo

Madrazo no ha dimitido. Ha sido prácticamente barrido del mapa polí­tico vasco por el poderoso viento en favor de la unidad que ha castigado al nacionalismo étnico y a sus más indignos colaboradores. En las ciudades, en los históricos centros del pueblo trabajador y la izquierda se ha levantado una oleada de indignación. Tras el 1 de marzo, los delirios soberanistas de Ibarretxe no tienen cabida en Euskadi. Y el infame colaboracionismo de Madrazo con el fascismo étnico tampoco. La dimisión de Madrazo no ha sido más que la autopsia de una lí­nea polí­tica destrozada el pasado domingo por los votos populares.

Siete años de colaboracionismo con el fascismo a cambio de ganarse seguridad y una consejería. Siete años de resaldo a planes excluyentes que intentaban imponer el apartheid político sobre buena parte de la población. Siete años apoyando el nacionalismo excluyente y la disgregación… Y todo eso practicado en nombre de la izquierda.Lo que mide el cataclismo electoral de Ezker Batua es el grado de indignación de la izquierda y los trabajadores vascos ante la responsabilidad de Madrazo.El divorcio con el indigno colaboracionismo de Madrazo con Ibarretxe estaba ya consumado. En los últimos meses, hemos visto una catarata de abandonos colectivos de militancia, hartos de convivir con el etnicismo de la burguesía "de ellos, una treintena de dirigentes de Ezker Batua anunciaban su marcha del partido, denunciando "la sumisión a la derecha nacionalista", "los silencios cómplices ante las políticas neoliberales y conservadoras del PNV" y que "Ezker Batua se ha instalado en una ética que desprecia los más básicos principios de la izquierda".Y entre Ezker Batua y su supuesta base social (el pueblo trabajador) el divorcio se ha transformado en enfrentamiento abierto. Allí donde la izquierda debería tener su caladero de votos (las grandes ciudades y las concentraciones de clase obrera), es precisamente donde más se ha castigado a Madrazo.En las diez principales ciudades de Euskadi, donde en Euskadi existe una más amplia libertad, y las fuerzas no nacionalistas incrementan su ventaja respecto a los partidos nacionalistas, Ezker Batua ha perdido el 59% de sus votos. Y en la margen izquierda de Bilbao -histórico centro comunista y la mayor concentración de clase obrera en Euskadi-, Madrazo se ha dejado el 45,4% de los sufragios. Los resultados de Ezker Batua son un naufragio generalizado. Pierde cerca de la mitad de los votos en Vizcaya y Guipúzcoa, y casi el 40% en Alava.Sólo hay un lugar donde, paradójicamente, Ezker Batua minimiza su caída: en los pequeños pueblos o aldeas donde los partidos nacionalistas copan la inmensa mayoría de los votos y PSE-EE y PP quedan reducidos a un mísero 3%, 2% -o incluso 0%- del censo. Allí, en esas auténticas parrokiokavernas, donde la libertad para salirse del guión etnicista es prácticamente nula, Madrazo mantiene el tipo, superando en muchos casos a socialistas y populares.Es la mejor demostración de que Madrazo ha obtenido el "euskolabel" del régimen etnicista, que ya lo considera "uno de los nuestros", en el más mafioso sentido del término.Y eso es precisamente lo que explica, mejor que cualquier análisis, porque los sectores sociales más dinámicos y conscientes -residentes en las ciudades-, y la clase obrera y el pueblo trabajador -los "maketos" que Ibarretxe considera ciudadanos de segunda- le han dado una sonora bofetada a Madrazo.Ahora Madrazo es, afortunadamente, historia. Pero su responsabilidad no se salda con una jubilación política. Igual que los colaboracionistas con el régimen nazi, a Madrazo debe perseguirle la ignominia y el desprecio social. Él y la línea que ha encarnado durante los últimos años (ataque a la unidad, respaldo al fascismo étnico…) deben ser completamente derrotados, y el conjunto de la izquierda rearmarnos en su contra.

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