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Agenbite of Inwit: Geografía de la culpa

Carlos Jáuregui (México, 1978) es abogado por mero requisito curricular (UIA 2003, USD 2009), peleado a muerte con el godinato, las peluquerías y las series de tv. Master de la Universidad Complutense. Actualmente radica en el DF. Colabora en diversas publicaciones. 

La segunda novela de Alejandro Espinosa Fuentes (Ciudad de México, 1991), irrumpe justo a tiempo para salvarnos de esta literatura actual que se plagia a sí misma, que se ejercita cansada y tediosa, llena de narco historias, de ficticios autores-testigo, de amasijos de realidad y fantasía para adolescentes, y de biografías de celebridades nimias. Nos aleja de moldes y de historias simples que exhiben un final a kilómetros. Esto, porque Espinosa es de los pocos autores actuales que brotan de su propia semilla. 

El incómodo título de esta obra es el detonante de una serie de guiños que nos obligan a leer más de lo que está plasmado frente a nosotros en palabras. En sí, el extraño título elegido es un manotazo de Espinosa al status quo de todo aquello que debe de ser trendy y digerible. Siguiendo el más puro estilo del autor, Agenbite of Inwit siempre nos refiere a una segunda lectura, a lo metaliterario y a un trasfondo que sólo asoma su ojo para dejarnos el retrogusto de presenciar un guiño cómplice. 

De ahí la valía de una narración que mientras reproduce travesuras de adolescentes, toca al “foco normalizador” de Foucault, con la cadencia y el discurso de aquél que le habla a un pequeño. Espinosa expone un tratado sobre qué es la culpa y al mismo tiempo, de manera corrosiva y con un humor digno de narco-corrido, ataca el canon literario actual. Esteban Gullit, quien lleva la similitud del nombre del icónico personaje de Joyce (Stephen Dedalus) hace de la misma manera un recorrido, la semejanza con la palabra culpa en inglés (“Guilt”), es uno los tantos guiños que Espinosa nos refiere al abordar un tema tan machacado por la religión y el deber ser, pero tan poco explicado y sensibilizado.   

El narrador de la novela —un escritor con bloqueo mental—, recibe el manuscrito de un compañero de curso del cual hace más de un año no tiene noticia. Lo último sabido es que su compañero ha saltado a las vías del metro en Madrid, donde se conocieron. Al abrir el arcano paquete, el receptor encuentra que su compañero Esteban Gullit, se ha embarcado en la misión de seguir los pasos del difunto poeta mexicano José Carlos Becerra, quien murió en un accidente automovilístico en Italia, y cuya biografía y obra es a su vez, un misterio en sí mismo. 

Gullit inicia el texto con la fija idea de recrear los viajes que Becerra realizó mientras preparaba su segundo libro y recorría Europa, pero argumento y lenguaje se vuelven contra él y terminan mutando en un tratado confesional que lo lleva al autodescubrimiento de cargas y a aquello que Joyce citaba y que el antiguo dialecto Kentish denominaba “el constante morder del pensamiento interior”. De ahí que lo que en realidad ha escrito Gullit, tiene como finalidad expiar  culpas de un pasado que se resiste a desaparecer, evocando un símil del icónico poeta y de todos aquellos que han decidido morirse de arrepentimiento en un país lejano.

Los crípticos trazos de Gullit, emanados de recuerdos y desahogos de verborreas etílicas, hacen prolepsis a esos momentos claves donde su consciencia le obliga a detenerse y rascar profusamente sobre sus motivaciones y sobre las consecuencias de intentar obviar cicatrices que están muy lejos de cerrar. 

“No es que por un lado exista el recuerdo y por otro el arrepentimiento, sino que el mismo hecho de recordar es arrepentirse, o al revés, el arrepentimiento es un largo recuerdo que nos contiene y que, en días frágiles, confundimos con aquello que llamamos memoria.”

Al igual que todo ser humano, Gullit no puede escapar del recuerdo, y como el poeta Becerra, cree en la transformación alquímica que deriva de la escritura, y es así como una voz interna le detona a nuestro personaje, un Dr. Jekyll descontrolado, quien desde un lúgubre sótano de Madrid, escribe de las entrañas y desde todo el amor y el rencor absoluto que contiene un ser, y por otro lado, a un Mr. Hyde que por las mañanas, al encontrar los retazos, intenta editar para corregir el camino y enfocarse en lo que un escritor debería ser. 

“Tengo una voluntad subversiva y un instinto mesurado. Mi biografía podría resumirse en esa contradicción. Quiero el frenesí de la ruptura, mientras mi mente se salvaguarda en la máscara fraudulenta que algunos llaman experiencia.” 

Esteban Gullit, ya convertido en un ser bicéfalo a través de su voz interna, a manera de terapia auto-impuesta, regresa a aquellos hechos pasados que llevan torturándolo desde su interior y de los cuales, ha salido impune en principio. Todos son lugares comunes que tenemos del miedo, la ira, la venganza y el desamor; y el acierto de Espinosa está en una pulcra narración de cómo Gullit logra percibir el recuerdo en la actualidad y cómo lo interpretó en aquel entonces.

Del traslado hacia la caverna de su mente, Gullit evoca de objetos inanimados los recuerdos que se restriegan. La escultura Madre con Hijo muerto de Käthe Kollwitz lo regresa a la primera vez que mintió para salir de un apuro y A la vez que robó e hizo daño a su mejor amigo con apenas siete años. el agua le recuerda a un cercano ahogamiento de pequeño, una lápida nevada evoca la memoria de su difunto hermano, a quien la fraternidad y una traición lo ha hecho víctima de una tragedia que aún no termina de llorar. Los esqueletos asoman su mano fuera del baúl e insisten en asir a Gullit, demandando explicación y escarnio por igual.  

El manuscrito encontrado, poco a poco, va desvelando la descomposición del propio autor y el eminente descenso de corte dantesco a los infiernos de la memoria y del estado actual que guarda la literatura; haciendo un recorrido por todo lo viscoso y putrefacto que hay en las letras. Gullit repasa la biografía del poeta Becerra, como un manual de viaje y de escritura para tratar de entenderse y de quitarse la carga que representa el recuerdo del todo: un amor no correspondido, una traición flagrante, una venganza silenciosa, un grito necesario y no pronunciado. 

A través de una prosa que apela a receptores ocultos, el narrador se inserta en diálogos imaginarios con su primer amigo, su padre, su ex novia, el compañero de andanzas, su hermano y su madre. Los recuerdos lo van guiando y le indican cuál es el camino que debe resucitar para resistirse a caer en una trama simplona, que hable de un simple enamoramiento o de un alegre viaje. 

Agenbite of Inwit (Ediciones Contrabando, 2019) no es un libro sencillo, como generalmente las buenas obras no lo son, ni pretenden serlo; es un libro de muchas capas y relecturas, y tiene el efecto de las películas que, cada vez que uno regresa a ellas, aportan más elementos, como la memoria misma. La forma irreverente y obstinada de Espinosa brota en sus líneas, donde personajes delirantes rayan en lo insolente, para que, por medio de escenas de corte cinematográfico, se manifieste entre velos todo aquello que esta corroyendo a la literatura. 

La novela ataca al servilismo y el nepotismo en los concursos literarios, a la imposición de cargos culturales y la burocracia; a la asignación arreglada de becas y apoyos; a las composiciones de camarillas literarias que, como logia, exigen lealtad absoluta para auto-solaparse; a la falsa imagen afable y romántica del escritor, quien en realidad es revanchista y convenenciero; a los foros y ferias culturales, donde se junta la crema y nata de pestilencia y zalamería, apoyando al libro en turno y atendiendo a políticas geográficas y marketeras, en detrimento de la verdadera literatura; a los editores “salvaguardas de las letras”, que son emperadores plenipotenciarios al decidir qué obras ven la luz conforme a intereses personales; a los autores que se desviven por parecer interesantes; a una industria que insiste en apostar por las modas pasajeras y por clasificar indiscriminadamente autores a destajo y a los talleres que forman “talentos” auto-publicados y al erudito profesorado.  

Con Agenbite of Inwit, Espinosa toma el riesgo flagrante de construir una novela incómoda, de alejarse de los convencionalismos estilísticos, de romper con  las historias mil veces contadas y de meterse a su propia caverna de miedos y recuerdos; y es por ello que nos salva, con la franqueza y el resquemor de saber que la literatura es —y siempre debe ser— una necesidad, o bien, como indica Esteban Gullit, una trinchera: “Cuando la vida me rebasa en tragedias la convierto en literatura y sólo así puedo fumar y beber mi café en paz.”

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