La imagen, con una cámara de visión nocturna, del último soldado norteamericano abandonando Afganistán expresa gráficamente la derrota imperial. El mundo ha asistido a la culminación de lo que ya venía siendo -desde hace largos años- un severo revés para la superpotencia. Por mucho que la retórica occidental y las declaraciones de la Casa Blanca traten de revestir de cierta épica esta maniobra, poniendo el énfasis en el lado humanitario y en las vidas afganas rescatadas del horror, lo cierto es que los EEUU no se han ido. Han sido obligados a marcharse de un país al que se han empeñado en ocupar durante 20 años debido a su altísimo valor estratégico.
Es una derrota sin paliativos y a Washington no le quedaba otra que apagar las luces y largarse, so pena de seguir pagando una costosísima factura, en términos no solo económicos -2,6 billones de dólares, 300 millones al día- sino militares, políticos y geoestratégicos.
Así lo admite Biden. “La opción era entre irse o una escalada”; «no iba a extender esta guerra sin final ni una salida sin final», «los estadounidenses no deben morir en una guerra que los afganos no están dispuestos a luchar por sí mismos», ha dicho, tratando de justificar una retirada humillante. “Debemos mantenernos claramente concentrados en la seguridad nacional de EEUU”, dijo Biden. “Tenemos una seria competición con China y múltiples retos en diferentes frentes con Rusia, y a ellos nada les gustaría más que EEUU se empantanara otra década más en Afganistán”.
La decisión de retirarse de una guerra insostenible viene de la administración Trump, que inició un proceso negociador con los talibanes en Doha (Qatar). A pesar de sus radicales diferencias en otros campos, Biden ha mantenido esta decisión. Porque a la superpotencia no le queda otra.
Afganistán era ya desde hace mucho una causa perdida, un conflicto insostenible. Hace ya mucho que el Pentágono había comprendido que era una guerra de desgaste que los EEUU no iban a poder resolver nunca. Así lo puso en evidencia el Washington Post en 2019 publicando los «papeles de Afganistán», más de 2.000 páginas de informes de la Agencia Especial Reconstrucción de Afganistán (SIGAR), creada en 2008.
Tres administraciones norteamericanas -la de Bush, luego la de Obama y finalmente la de Trump- decidieron ocultar y tergiversar los informes de la SIGAR, sobre todo las más desfavorables. Presentando una versión oficial en la que se producían avances en la guerra y «pacificación» de Afganistán, y donde la victoria, si se mantenía el esfuerzo militar, era posible. «Se ha mentido constantemente al pueblo estadounidense», dijo al Post John Spocko, director de SIGAR.