Literatura

Actualidad de Mishima

Vuelve súbitamente a la actualidad la figura y la obra de Yukio Mishima, el escritor que heló la sangre del planeta entero cuando en 1970 se suicidó haciéndose el hara-kiri, tras asaltar un cuartel militar con el descabellado propósito de dar un golpe de Estado en Japón que restableciera el viejo poder imperial y pusiera fin a la decadencia moral y espiritual de su paí­s, fruto, según él, de su desbocada «occidentalización» y la destrucción de sus tradiciones. El reestreno en cines de la pelí­cula «Mishima: una vida en cuatro capí­tulos», rodada en 1985 bajo la dirección de Paul Schrader, y la publicación de «El color prohibido», una novela inédita hasta ahora en castellano, nos incitan a volver sobre la vida y la obra del más complejo, contradictorio, polémico y genial de los escritores japoneses del siglo XX.

Yukio Mishima nació en Tokio en 1925, hijo de un alto funcionario del gobierno imerial. Pasó la mayor parte de su infancia bajo el control y el influjo de su abuela Tatsu, que procedía de una familia tradicional vinculada al universo de los “samurais”, una mujer de ínfulas aristocráticas, carácter violento, con ataques esporádicos de locura, que leía el francés y el alemán y estaba fascinada por el “kabuki”, una de las formas del teatro tradicional japonés. Con ella Yukio vivió “enclaustrado”, sin ver casi la luz del sol, ni hacer ejercicio físico, jugando a las muñecas con otras nietas. Algunos biógrafos atribuyen a la influencia de Matsu la posterior fascinación de Mishima por la muerte, sus inclinaciones homosexuales y su pasión por el Japón tradicional.Más tarde, Mishima acudió a la Escuela de Peers, donde se formaban los hijos de la aristocracia japonesa: allí pasó “seis años desdichados”. Era un adolescente pálido, flacucho y enquencle, que rehuía el esfuerzo físico y se refugiaba en la lectura. A los 12 años escribió su primer relato. Era un lector voraz de Wilde, de Rilke y, por supuesto, de los clásicos japoneses. Yukio encontró refugio en la sociedad literaria de la Escuela, a través de la cual acabaría publicando, en 1944, su primer relato.Mishima fue llamado a filas por la Armada imperial nipona para participar en la Segunda Guerra Mundial. Al pasar la revisión médica, y como estaba constipado, mintió al médico afirmando que tenía “síntomas de tuberculosis”. Fue declarado “incapacitado”. No fue a la guerra, pero el sentimiento de culpa por haber rehuido su participación en los combates y eludido la posibilidad de una muerte heróica no le abandonó nunca.En 1947 se graduó en Derecho por la Universidad de Tokio, tal y como había sido el deseo de su padre, que se oponía ferozmente a que su hijo se dedicara a la escritura. Pero tras un año de trabajo en un ministerio, Mishima, exhausto, lo dejó y logró, asimismo, la aquiescencia paterna para iniciar su carrera literaria, que empezaría con una primera novela, “Ladrones” (escrita en 1946 y publicada dos años después), pero sobre todo con la publicación de “Confesiones de una máscara” (1948), obra de clara inspiración autobiográfica sobre un joven de homosexualidad latente que debe esconderse detrás de una máscara para lograr encajar en la sociedad.Mishima, en el espíritu de Oscar Wilde, desarrolló un verdadero “culto a la Belleza”. Su literatura es la de un estilista que persigue ideales estéticos supremos, para los que la realidad del presente no hace sino aportar decepción y melancolía. La adopción de un canon de “belleza” clásico le llevó a transformar su propio cuerpo a partir del ejercicio físico y las artes marciales. Concebía la vida como “una obra de arte”. Y la muerte como un ideal heroico. El suicidio era la salida más honorable para sortear el dolor de la existencia. Fue sintiendo un horror creciente por la vulgaridad del mundo moderno, lo que le llevó a preconizar una “vuelta” a los ideales del viejo Japón imperial.En 1967 se alistó como voluntario en las Fuerzas de Autodefensa de Japón, y un año después fundó la “Tatenokai” (Sociedad Escudo), una milicia privada formada sobre todo por estudiantes “patriotas” que rechazaban la “occidentalización” de Japón. Con un puñado de sus fieles “asaltó”, en 1970, el Cuartel de la División oriental del Ejército. Maniató al general, exhortó a los 800 soldados a dar un golpe de Estado y, a continuación, se suicidó haciéndose el harakiri conforme al ritual tradional. Uno de sus fieles lo decapitó.Ese mismo día, Mishima había puesto el punto y final a su novela “La corrupción de un ángel”, con la que cerraba su “tetralogía” “El mar de la fertilidad”, su testamento ideológico, moral y estético, un enorme fresco narrativo en el que traza la evolución de Japón desde comienzos del siglo XX hasta los años setenta, siguiendo los avatares de un personaje, Shigekuni Honda, a través del cual Mishima expresa su rebeldía ante una sociedad hundida en la decadencia moral y espiritual.Escritor prolífico, fértil y muy desigual, escribió 40 novelas, 18 obras de teatro, 20 libros de relatos y 20 libros de ensayos. Participó como actor en numerosas películas. Fue un aspirante permanente al Nobel, pero la Academia Sueca tuvo miedo de premiar a un escritor “políticamente incorrecto”. Lo mismo que le ocurrió con Borges.Mishima encarna, como ningún otro escritor japonés, las contradicciones de todo orden de un país, una cultura, una sociedad y un individuo sometidos a un violento ejercicio impuesto de “modernización”. Los desgarros de su vida y de su obra no eran fingidos. Por eso su literatura está llena de verdad. Y a pesar de que la Academia japonesa lo esquiva como a un erizo, y el mundo “oficial” de la cultura procura ignorarlo, su literatura sobrevive merced al calor del público y la fidelidad de los lectores que, en medio de tanta impostura, descubren en Mishima ideales auténticos y dolor verdadero.

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