Acercamiento entre Turquía y Alemania

Tras cuatro años de relaciones agrias -incluso muy agrias- entre Berlín y Ankara, el presidente otomano ha culminado tres días de visita oficial por Alemania. Merkel y Erdogan han escenificado la voluntad de acercamiento mutuo -a pesar de un potente mar de fondo de grandes diferencias- en un momento en el que ambos gobiernos atraviesan por importantes turbulencias, en especial una Turquía que se enfrenta a una fuerte depreciación de la lira. Alemania no puede dejar que Turquía se hunda en el caos.

Alemania y Turquía comparten un tupido conjunto de intereses económicos, políticos e incluso sociales. En Alemania viven tres millones de turcos, la mitad de los cuales tienen pasaporte otomano y votan en las elecciones de su país de orígen. Si bien una buena parte de ellos son fieros detractores del autoritarismo de Erdogan, al menos dos tercios de los turcos alemanes votan por el líder islamista. Turquía y Alemania mantienen a su vez un convenio por el cual Ankara es quien controla buena parte de los oratorios y mezquitas en suelo alemán, garantizando predicadores moderados que eviten la radicalización de los fieles.

Otro enorme problema donde Berlín necesita a Ankara es en el dilema de los refugiados. La llegada de cerca de un millón y medio de refugiados de guerra sirios a Alemania en 2015-2016 desató una honda crisis política que ha socavado incluso a la propia coalición gubernamental. Merkel fue una de las principales impulsoras del llamado «acuerdo de la vergüenza» con Turquía, por el que el país otomano se comprometía a hacer de campo de refugiados -o de carcelero- y a impedir que el éxodo de millones de personas llegara a suelo europeo, a cambio de una fuerte suma de dinero.

Pero ahora Turquía atraviesa preocupantes turbulencias económicas, con una intensa depreciación de la lira y unas deterioradas relaciones con Washington. Cualquier agravamiento de la guerra en Siria o un descenso a los infiernos de la recesión económica de Turquía podrían volver a lanzar a millones de refugiados y de migrantes económicos a los países de la UE, y muy en especial de Alemania. Tal cosa tendría un profundo efecto desestabilizador en Alemania y en toda la UE. “Alemania tiene un gran interés en una Turquía estable”, dijo Merkel en la conferencia de prensa conjunta con Erdogan.

La guerra de Siria -en la que también participa Turquía apoyando a los rebeldes antigubernamentales en Idlib- ha ocupado buena parte de las conversaciones entre Erdogan y Merkel. Altos funcionarios alemanes –y franceses– se reunieron en Estambul hace dos semanas para coordinar con Turquía una posición común, antes de la reunión de Erdogan y Putin que desactivó un ataque de Bachar Al Assad sobre Idlib que se creía inminente y que podría haber provocado una nueva catástrofe humanitaria con millones de refugiados. La canciller alemana ha anunciado que en octubre se celebrará una cumbre a cuatro -Alemania y Francia, junto a Turquía y Rusia- para tratar de avanzar en la búsqueda de una solución para el conflicto en Siria.

Los puntos de fricción entre ambos países son todavía muchos e intensos. Todavía resuenan las palabras de Erdogan, que llegó a tildar de “nazi” al gobierno alemán cuando se impidió a sus ministros hacer campaña electoral en suelo germano. La oposición exige a Merkel que no sea indulgente con el presidente turco en la defensa de los derechos humanos.

Pero las acciones de la administración Trump -que no cesa de degradar a Alemania y de inmiscuírse en sus asuntos internos, y que parece estar alimentando la crisis económica y caída libre de la lira turca- parecen estar empujando a que Berlín y Ankara, a pesar de sus desavenencias, busquen darse la mano.

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