La relación entre el arte y el poder VII

Absolutismo y sí­ntesis del barroco

Con el absolutismo, el clasicismo renacentista da paso a una nueva concepción artí­stica de sí­ntesis: el barroco

En las últimas entregas hemos visto como la irrupción de la burguesía como nueva clase revolucionaria –concentrada especialmente en las ciudades-Estado italianas de los siglos XIII al XV–supone una ruptura completa con las concepciones artísticas dominantes durante todo el período de la Alta Edad Media. El racionalismo, el naturalismo y el humanismo se imponen como nuevos valores dominantes.

Esta revolución en las repúblicas italianas, como vimos en el capítulo anterior, va a fracasar y la burguesía no conseguirá en su primer intento afianzarse como la nueva clase dominante. Tendrán que transcurrir dos largos siglos para culminar su tarea, excepto en dos países, la Inglaterra de Cronwell y la Holanda de los Orange, pero en ninguno de ellos dispondrán todavía de la fuerza suficiente para exportar su modelo de revolución burguesa más allá de sus fronteras nacionales.

Sin embargo, la ruptura dada por la burguesía italiana respecto al antiguo orden feudal –y a sus valores artísticos y gustos estéticos– aunque incompleta, será ya irreversible. Su continuación y desarrollo estará marcado por la aparición de las monarquías absolutas en los grandes reinos y territorios europeos.

Es importante comprender la naturaleza peculiar del Estado absolutista, como expresión histórica de un largo período de equilibrio de poderes entre la nobleza feudal, la burguesía naciente y una nueva estructura político-burocrática del Estado nucleada en torno a la figura del rey, para entender su expresión artística más acabada: el barroco, que inundará el mundo del arte a lo largo de todo el sigo XVII.

De la misma forma que los Estados absolutistas fueron. como dice Marx, “el laboratorio en que se mezclaban y amasaban los varios elementos de la sociedad”, el arte barroco fue también, al mismo tiempo, un laboratorio artístico donde, tomando como base la herencia renacentista inmediatamente anterior, se mezclarán lo rural y lo urbano, lo aristocrático y lo burgués, lo divino y lo secular, lo católico y lo protestante. Contribuyendo así, en tanto que arte de síntesis, a amasar la unidad cultural de toda la época.

El ‘laboratorio’ absolutista

Dejando de lado la polémica que durante décadas ha enzarzado a los historiadores marxistas de todo el mundo acerca de la transición del feudalismo al capitalismo y, en consecuencia, la naturaleza de los Estados absolutistas durante ese periodo, lo cierto es que las monarquías absolutas van a ocupar un papel de síntesis entre la vieja y decadente nobleza feudal y la nueva y pujante clase burguesa.

Incluso aunque la nobleza feudal seguirá siendo la clase dominante en las monarquías absolutas, el diseño del nuevo Estado que surge de la progresiva disgregación del orden feudal establece unos elementos y mecanismos políticos que van a sobredeterminar su desarrollo y conducirlo lentamente hacia la eclosión definitiva del modo de producción capitalista y a la trasformación de la burguesía como la nueva clase dominante a escala mundial desde finales del siglo XVIII.

Así, aunque la dirección de los ejércitos, la diplomacia o la justicia siguen en lo principal en manos de la antigua nobleza, toda la estructura burocrático-administrativa de los nuevos Estados absolutistas estará en manos de los representantes de la burguesía que articulan y propician desde esos aparatos de Estado los cambios materiales, sociales e ideológicos necesarios para que el capitalismo se abra paso ya de forma irremediable en los grandes reinos europeos. Y en medio de estas dos fuerzas antitéticas, una monarquía dotada de un relativo poder absoluto que actúa a modo de ‘fiel de la balanza’, como punto de equilibrio entre ambas.

De este largo período de transición y de este continuo juego de disputas, choques frontales y pactos de equilibrio entre estas tres fuerzas surgirá la concepción del Estado burgués dividido en tres poderes distintos –ejecutivo, legislativo y judicial– que se articulan, se contrapesan y se equilibran mutuamente.

La síntesis del Barroco

A menudo se ha definido al barroco como el resultado –en el terreno del arte– de la contraofensiva lanzada por la Contrarreforma católica frente a la Reforma protestante y, por tanto, como hallazgo o patrimonio de las monarquías católicas del Sur de Europa frente a los reinos y principados del centro y el norte europeo. Esto no es exactamente así.

Desde finales del siglo XVI y lo largo de todo el siglo XVII, el barroco va a ser la forma de expresión artística absolutamente dominante en toda Europa, tanto en el norte como en el sur, tanto en los reinos católicos como en los protestantes. «Durante la segunda mitad del siglo XVI y buena parte del XVII, el español es el idioma de uso obligado para las elites europeas»

Si su máximo esplendor y desarrollo lo encontramos en las monarquías católicas del sur de Europa, y en especial en el Siglo de Oro español, ello no es debido a factores geográficos o religiosos. Sino a la hegemonía cultural y artística de la que disfruta todavía –como resultado de su anterior hegemonía política y militar– la monarquía hispánica en toda Europa. Durante la segunda mitad del siglo XVI y buena parte del XVII, el español es el idioma de uso obligado para las elites europeas, las modas, costumbres y tendencias artísticas irradian de la corte de los Habsburgo españoles al resto de Europa.

En este sentido, aunque el barroco tiene su origen en Italia y su epicentro indiscutible en España –con su otro gran centro irradiador en los Países Bajos, todavía bajo dominación española–, lo cierto es que muy pronto rebasa las fronteras nacionales para convertirse en la corriente artística que unificará culturalmente a toda Europa a lo largo de más de un siglo.

Con el barroco, un elemento nuevo –no aprehendido todavía por el arte renacentista– aparece en la obra del artista que ofrece un nuevo punto de vista de la realidad no tratado hasta entonces por el arte: la relación entre la singularidad y la universalidad, entre lo individual y la totalidad. Lo universal reside en lo singular y la globalidad del espacio y el tiempo, de lo universal, se nos pueden revelar a través de un individuo (o grupo de individuos) en un momento concreto, en un solo instante.

Cuidando minuciosamente la proporción de la luz contra la oscuridad, de la masa contra el vacío, usando bien diagonales enérgicas o bien curvas que rompen lo que el espectador espera ver y separando los planos, la pintura barroca –expresión máxima de esta corriente artística– es capaz de ofrecer unos enlaces de profundidad en la visión que tienden a articularse en torno al punto central de la obra. La visión de profundidad espacial, la gran conquista del Renacimiento frente a todo el arte anterior, ya no está articulada por capas o planos superpuestos, unidos entre sí pero independientes cada uno de ellos del resto, sino que aparece animado, en un movimiento unificado que converge hacia el punto central.

Esta tendencia hacia la unificación de los distintos planos en torno al punto central es lo que confiera a la pintura barroca esa capacidad de describir la globalidad desde lo individual. Una conquista extraordinaria que tiene en Velázquez y, probablemente, en Murillo a sus máximos exponentes. Algo de lo que hablaremos con más detalle en la próxima entrega.

La singularidad del absolutismo español

Las monarquías absolutistas se edificaron sobre la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto: la aristocracia y las ciudades

Al encargarle el diario norteamericano New York Daily Tribune una serie de artículos sobre la revolución que a mediados de 1854 había estallado en España –la Vicalvarada que abriría paso al bienio progresista de 1854-56–, Carlos Marx, con la erudición y el rigor científico que le eran propios, se sumerge en la historia española de siglos atrás para ofrecer a sus lectores un análisis pormenorizado de las características singulares que diferencian a la monarquía absolutista española de los Habsburgo y los Borbones del resto de grandes monarquías europeas. Al hacerlo, traza también los rasgos esenciales de lo que fue el Estado absolutista, permitiéndonos adquirir una comprensión más profunda y cabal de la peculiar relación que se estableció entre ellos y el desarrollo artístico de su época.«Las grandes monarquías se edificaron sobre la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto»

“La base material de la monarquía española había sido establecida por la unión de Aragón, Castilla y Granada, bajo el reinado de Fernando el Católico e Isabel I. Carlos I intentó transformar esa monarquía aún feudal en una monarquía absoluta. Atacó simultáneamente los dos pilares de la libertad española: las Cortes y los Ayuntamientos (…) Desde el punto de vista de la autonomía municipal, las ciudades de Italia, de Provenza, del norte de Galia, de Gran Bretaña y de parte de Alemania ofrecen una cierta similitud con el estado en que entonces se hallaban las ciudades españolas; pero ni los Estados Generales franceses, ni el Parlamento inglés de la Edad Media pueden ser comparados con las Cortes españolas. Se dieron, en la creación de la monarquía española, circunstancias particularmente favorables para la limitación del poder real (…)

Cuando Carlos I volvió de Alemania, donde le había sido conferida la dignidad imperial, las Cortes se reunieron en Valladolid para recibir su juramento a las antiguas leyes y para coronarlo. Carlos se negó a comparecer y envió representantes suyos que habían de recibir, según sus pretensiones, el juramento de lealtad de parte de las Cortes. Las Cortes se negaron a recibir a esos representantes y comunicaron al monarca que si no se presentaba ante ellas y juraba las leyes del país, no sería reconocido jamás como rey de España. Carlos se sometió; se presentó ante las Cortes y prestó juramento, como dicen los historiadores, de muy mala gana. Las Cortes con este motivo le dijeron: «Habéis de saber, señor, que el rey no es más que un servidor retribuido de la nación».

Tal fue el principio de las hostilidades entre Carlos I y las ciudades. Como reacción frente a las intrigas reales, estallaron en Castilla numerosas insurrecciones (…) y las ciudades unidas convocaron la Asamblea de las Cortes en Tordesillas, las cuales, el 20 de octubre de 1520, dirigieron al rey una «protesta contra los abusos». Éste respondió privando a todos los diputados reunidos en Tordesillas de sus derechos personales. La guerra civil se había hecho inevitable. Los comuneros llamaron a las armas: sus soldados, mandados por Padilla, (…) fueron derrotados finalmente por fuerzas superiores en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las cabezas de los principales «conspiradores» cayeron en el patíbulo, y las antiguas libertades de España desaparecieron.

Diversas circunstancias se conjugaron en favor del creciente poder del absolutismo. La falta de unión entre las diferentes provincias privó a sus esfuerzos del vigor necesario; pero Carlos utilizó sobre todo el enconado antagonismo entre la clase de los nobles y la de los ciudadanos para debilitar a ambas (…)

Habiendo derrotado la resistencia armada de las ciudades, Carlos se dedicó a reducir sus privilegios municipales y aquéllas declinaron rápidamente en población, riqueza e importancia; y pronto se vieron privadas de su influencia en las Cortes. Carlos se volvió entonces contra los nobles, que lo habían ayudado a destruir las libertades de las ciudades, pero que conservaban, por su parte, una influencia política considerable (…)

Si después del reinado de Carlos I la decadencia de España, tanto en el aspecto político como social, ha exhibido esos síntomas tan repulsivos de ignominiosa y lenta putrefacción que presentó el Imperio Turco en sus peores tiempos, por lo menos en los de dicho emperador las antiguas libertades fueron enterradas en una tumba magnífica. En aquellos tiempos Vasco Núñez de Balboa izaba la bandera de Castilla en las costas de Darién, Cortés en México y Pizarro en el Perú; entonces la influencia española tenía la supremacía en Europa y la imaginación meridional de los iberos se hallaba entusiasmada con la visión de Eldorados, de aventuras caballerescas y de una monarquía universal.

Así la libertad española desapareció en medio del fragor de las armas, de cascadas de oro y de las terribles iluminaciones de los autos de fe.

Pero, ¿cómo podemos explicar el fenómeno singular de que, después de casi tres siglos de dinastía de los Habsburgo, seguida por una dinastía borbónica -cualquiera de ellas harto suficiente para aplastar a un pueblo-, las libertades municipales de España sobrevivan en mayor o menor grado? ¿Cómo podemos explicar que precisamente en el país donde la monarquía absoluta se desarrolló en su forma más acusada, en comparación con todos los otros Estados feudales, la centralización jamás haya conseguido arraigar? La respuesta no es difícil. «La monarquía absoluta se presenta como un centro civilizador, como la iniciadora de la unidad social»

Fue en el siglo XVI cuando se formaron las grandes monarquías. Éstas se edificaron en todos los sitios sobre la base de la decadencia de las clases feudales en conflicto: la aristocracia y las ciudades. Pero en los otros grandes Estados de Europa la monarquía absoluta se presenta como un centro civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la monarquía absoluta el laboratorio en que se mezclaban y amasaban los varios elementos de la sociedad, hasta permitir a las ciudades trocar la independencia local y la soberanía medieval por el dominio general de las clases medias y la común preponderancia de la sociedad civil. En España, por el contrario, mientras la aristocracia se hundió en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos, las ciudades perdieron su poder medieval sin ganar en importancia moderna (…)

A medida que la vida comercial e industrial de las ciudades declinó, los intercambios internos se hicieron más raros, la interrelación entre los habitantes de diferentes provincias menos frecuente, los medios de comunicación fueron descuidados y las grandes carreteras gradualmente abandonadas. Así, la vida local de España, la independencia de sus provincias y de sus municipios, la diversidad de su configuración social (…) se afianzaron y acentuaron (…) Y como la monarquía absoluta encontró en España elementos que por su misma naturaleza repugnaban a la centralización, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir el crecimiento de intereses comunes derivados de la división nacional del trabajo y de la multiplicidad de los intercambios internos, única base sobre la que se puede crear un sistema uniforme de administración y de aplicación de leyes generales (…)”

C. Marx (La España revolucionaria)

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