Ocho fallecidos; una docena de heridos en los trabajos de extinción; 33.000 vecinos desalojados; un tercio de los espacios naturales protegidos de Castilla-León han sufrido incendios; el equivalente a toda la superficie del municipio de Madrid es la extensión quemada en Orense; 17.000 hectáreas calcinadas en Extremadura, y miles de fincas arrasadas en Zamora o Asturias. Todo esto sólo en agosto.
El 20% de los incendios se origina por causas naturales, por rayos en una tormenta eléctrica.
El 80% son de origen humano. De ellos la mayoría (dos tercios) por negligencia, y algunos totalmente involuntarios: como cuando una cosechadora rozó una piedra y la chispa que saltó encendió el campo seco. Un tercio son provocados, intencionados. Pero, aun siendo menos, causan los mayores destrozos porque suelen prenderlos en varios puntos, y en los lugares y momentos que más daño pueden causar.
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Más calor y más madera seca
Todos los implicados en sofocar los fuegos coinciden: Los incendios son ahora más virulentos, las llamas alcanzan mayores alturas, traspasan cortafuegos y se extienden más rápido, con focos con la capacidad de avanzar a 30 kilómetros por hora, y en frentes de mayor longitud.

Y coinciden también en las dos causas de este fenómeno:
Los incendios se hacen cada vez más grandes porque nadie elimina el exceso de vegetación y biomasa que se acumula en nuestras montañas. El retroceso de la población rural que mantenía con su labor los montes, haciendo uso de la madera, y limpiando el suelo para y con el pastoreo de ganado, no ha sido sustituido por nadie. Se han reducido los huertos y las fincas cuidadas por quien las explotaba, lo que ha permitido que se extienda la maleza. Esa vegetación, arbustos y madera seca, son material de fácil combustión que acrecienta la intensidad del fuego y eleva las llamas.
Y sobre esto actúa la segunda causa: una primavera lluviosa que aumenta la masa forestal, a la que sigue un verano sin lluvias y más caluroso que seca toda el monte, y cuyas elevadas temperaturas facilitan la combustión.
Cuando esta gran masa vegetal desecada prende, el efecto es lo que llaman “incendios de sexta generación” que generan su propia meteorología, complicados de extinguir mediante medios convencionales.
El cambio climático incrementa la sequedad del verano, y prolonga los periodos del año favorables a los incendios. La elevación de las temperaturas permite que el monte siga ardiendo al mismo ritmo incluso de noche.
Cuidar el monte debe repercutir en la creación de riqueza en el área rural.
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Tarde
Una vez iniciado un fuego en estas condiciones hay muy poco tiempo para actuar.

El alcalde de Carucedo (pueblo leonés en el paisaje protegido de Las Médulas) se lamentaba en la prensa que: «Todo comenzó un sábado por la tarde con un pequeño fuego que hubiera podido ser apagado en el momento si hubiéramos tenido una brigada cerca». Pero, aunque se dio aviso al 112, no había recursos próximos. «Y luego el viento cambió y lo empeoró todo. El domingo por la mañana ya era imparable».
Después ya se requieren unos esfuerzos y medios ingentes para contener la vorágine del incendio.
El Gobierno en ayuda a las Comunidades autónomas movilizó hasta 5.600 militares; la Unión Europea colaboró en el mayor despliegue anti incendios de su historia; y de otras provincias acudieron bomberos, camiones cuba, e hidroaviones.
Y aun así, no se puede impedir que miles de hectáreas ardan, y se tarde días en controlar y apagar el fuego.
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Anticiparse
No existe ningún control estatal sobre lo que se destina a prevención de incendios. Las responsabilidades son autonómicas.
Los presupuestos que contabilizamos en el cuadro adjunto no están desglosados, mezclando lo invertido en prevención con lo gastado en extinción o regeneración de superficie quemada. Pero aun tomando la suma global presupuestada, esto supone unos 1.800 millones de euros. Pues bien, el coste de apagar un incendio son 10.000 € por hectárea. Luego en ocho meses se han tenido que gastar 4.500 millones de euros en sofocar los fuegos. ¿Por qué se gasta en prevención menos de lo que va a costar actuar? ¿No sería cada euro invertido antes un ahorro? Porque el fuego no solo ocasiona el coste de apagarlo. Ha habido que llorar muertes y atender heridos. Hay que regenerar la zona quemada, reconstruir las casas y naves calcinadas. Y compensar las inmensas pérdidas para ganaderos y agricultores. Los daños ecológicos se extienden a la fauna, la flora, el paisaje,… se ensucian los acuíferos, y el turismo huye.

Los incendios cuestan muchos miles de millones más aparte del coste de extinguirlos. Según un estudio realizado por la Comisión Europea, el impacto económico consecuencia de los incendios supone para España un coste anual del 4,5% del PIB: unos 71.623 millones de euros.
Es una evidencia que ante esta estimación de costes, que se destinen solo 1.800 millones para impedir los fuegos, es una dejadez intolerable.
Nadie discute que los montes no están gestionados. Y solo unos pocos interesados se empeñan, contra las evidencias, en negar el fenómeno del cambio climático y la subida de temperaturas. Este junio fue el más caluroso desde que hay registros. Según datos de AEMET, en 2025 la temperatura media ha superado la media histórica casi todo el año, especialmente en verano.
Los incendios forestales cuestan mucho más que sólo apagarlos. No prevenirlos es un crimen.
Es imprescindible tomar medidas. Porque si no, cualquier regeneración del bosque no será más que el preludio de un nuevo incendio. Es necesario que el cuidado del monte repercuta en la creación de riqueza y empleo en el área rural.
- Debe explotarse el monte. Planificando a largo plazo la plantación y tala escalonada de madera para su uso industrial. Haciendo partícipes a los municipios rurales de los beneficios obtenidos.
- Hay que primar la ganadería extensiva, concediendo el uso y disfrute de zonas de pastos para los ganaderos locales y trashumantes.
Ambas cosas redundarán en la limpieza de maleza y troncos de los espacios forestales.
Y hay que reforzar esto potenciando brigadas forestales que trabajen todo el año en el mantenimiento y la prevención de los incendios. Mejorando sus condiciones frente a la precariedad y temporalidad actual.
Hay que extender este cuidado a las zonas protegidas. Haciendo también partícipes a los habitantes del campo de los ingresos que pueda generar el turismo en esas áreas. Y en un porcentaje de toda la riqueza que del campo se extraiga por los monopolios eléctricos (aerogeneradores, fotovoltaicas, e hidroeléctricas) por la minería…
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¿Incomprensible… o muy claro?
El abandono del campo solo se entiende desde la orientación impuesta (y aceptada) para España de ser un gigantesco Parador turístico. Al anuncio de reducción de ayudas al campo en Europa se suma el acuerdo firmado con EEUU. Según ha filtrado el Gobierno Trump, sus productos agrícolas y ganaderos podrán entran en Europa sin aranceles y sin estar sometidos a las normas sanitarias que se imponen a los productores locales. Para las burguesías monopolistas europeas, es más rentable que los productos agrícolas y ganaderos se importen (sin mirar cómo se producen) y así concentrar la inversión y la fuerza de trabajo en la industria. O en el caso de España, que la despoblación del campo aumente la mano de obra en las costas… para atender al turismo. En todo caso que la producción de alimentos queda en manos de los monopolios.

