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¿A quién beneficia el terrorismo islámico?

¿Se refuerza el terrorismo islámico cuanto más intensamente se le combate con medios militares? ¿Son las prisiones clandestinas un vivero de nuevos y más peligrosos terroristas? ¿Crece su número cuanto más se recurre a ataques con drones o comandos? ¿No hay instrumentos más eficaces para defender a los Estados de esta amenaza?

En 2001, según informes del Departamento de Estado, EE.UU. tenía reconocidos 23 grupos terroristas en todo el mundo. Entre ellos figuraba Al Qaeda, el número de cuyos afiliados se estimaba entre 200 y 1000. Estaba arraigada en Afganistán y Pakistán, aunque se sabía de pequeñas células en otros países, como Alemania y EE.UU., donde precisamente se incubaron los ataques del 11-S.

Tras más de una década de operaciones secretas, vigilancia intensa y masiva de las actividades de la población civil (como revelaron WikiLeaks y Edward Snowden), detenciones y asesinatos selectivos, se han creado 36 nuevos grupos terroristas, incluyendo varias “franquicias” de Al Qaeda. Operan no solo en Afganistán y Pakistán (países donde han surgido 15), sino también en Líbano, Libia, Mali, Marruecos, Nigeria, Somalia, Túnez y Yemen, por citar solo los más significativos.

Atención especial merece la semilla que germinó tras la invasión de Irak y creció y se fortaleció en una prisión estadounidense radicada en ese país, según The Washington Post (04-11-2014): “Camp Bucca fue el espacio ideal para la radicalización de los prisioneros y su más estrecha colaboración y contribuyó a desarrollar la fuerza yihadista más potente de la actualidad”, ha dicho uno de los antiguos jefes del complejo penitenciario. Otro mostró su preocupación porque “más que vigilar prisioneros, parecía que estábamos cuidando de una olla a presión donde se elaboraba el más extremado terrorismo”.

Lo que nació en Camp Bucca controla ahora, con el nombre de Estado Islámico, una parte sustancial de Irak y de Siria, se esfuerza por crear un califato en Oriente Medio -un sueño inalcanzable al que aspiraban los yihadistas de 2001- y alista en sus filas a unos 30.000 de los más fanáticos terroristas.

En noviembre de 2014, un analista veterano de guerra escribía en The New York Times: “El tiempo pasado en prisión [por los terroristas] acentuó su extremismo y les dio posibilidades de reclutar nuevos seguidores… Las prisiones se convirtieron en universidades virtuales del terror: los radicales más curtidos actuaban de profesores; los otros prisioneros eran los estudiantes; y el personal de las prisiones éramos como los que vigilan una clase cuando el profesor se ha ausentado”.

Desde 2001 hasta hoy el terrorismo ha crecido aceleradamente. Pero no menos acelerado ha sido el vertiginoso desarrollo de las fuerzas de operaciones especiales de EE.UU., cuyo personal se ha duplicado desde entonces.

Cuando el general Joseph Votel se hizo cargo de la jefatura del SOCOM (Mando de las fuerzas de operaciones especiales) en agosto de 2014, declaró: “Este mando está en su cenit absoluto. En verdad estamos en la edad de oro de las operaciones especiales”. Aunque suene a retórica, la realidad es que, desde los atentados del 11-S, el personal del SOCOM ha crecido desde 33.000 hasta unos 70.000 efectivos.

Los tentáculos del SOCOM abarcan todo el planeta. En 2010 se tenía noticia de que sus tropas actuaban en 75 países; pues bien, según declaró el anterior Secretario de Defensa antes de abandonar el cargo, el SOCOM despliega hoy en más de 150 países; en un discurso pronunciado en agosto de 2014 dijo: “En realidad, el SOCOM y las fuerzas militares de EE.UU. están ahora implicadas internacionalmente mucho más que nunca, en más lugares y con una mayor variedad de misiones”.

Las incertidumbres que esto provoca son intensas en todo el mundo. La evolución de la situación internacional, sobre todo en lo relativo al terrorismo islámico, incide muy favorablemente en las fuerzas especiales de EE.UU., que evidentemente disfrutan de su “edad de oro”: más personal, más recursos, más medios materiales, más prestigio, más atención en los medios de comunicación… todo ello a causa de la intensificación de la amenaza terrorista. ¿Que sería de esa poderosa estructura militar si desapareciera el terrorismo?

En la película “El lobo” (basada en hechos reales y estrenada en 2004), cuando el infiltrado en la cúpula de ETA propone a sus jefes -de un servicio secreto español identificable como el SECED- un sencillo plan que acabaría con ETA de raíz, uno de ellos se opone: ¿Acabar con ETA? ¿Y qué sería de nosotros entonces? Por muchos cambios de Gobierno que haya, aduce fríamente, “nosotros siempre seremos necesarios”.

Algo parecido puede estar ocurriendo con los intereses ocultos de algunos Estados y corporaciones a los que, de insospechados modos, beneficia la existencia de una persistente amenaza terrorista islámica. Desconfiemos, como siempre, de mucho de lo que nos cuentan.

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