Cine

A Hollywood le crecen los enanos

Durante décadas el monopolio de Hollywood en el cine mundial ha sido aplastante, de hecho, no se puede esperar que eso cambie a medio plazo. Pero un fenómeno, que no es nuevo, cobra cada vez más fuerza: otro cine empieza a dibujar el mapa del futuro cinematográfico.

No es en absoluto un fenómeno nuevo la existencia de otros centros de roducción y distribución regional y mundial que compiten con Hollywood arrebatándole cuotas de mercado, aún en pequeñas proporciones. Sí lo es la voluntad y el impulso tomado por el cine chino que tratamos en parte en el anterior número. Pero antes de dirigir la mirada hacia ese otro cine (la industria china, el gigante Bollywood, el cine nigeriano, las nuevas producciones rusas…) hemos de dibujar, en trazos gruesos al menos, la radiografía del cine norteamericano, sus números, los cambios que han sufrido sus contenidos y por qué, y el papel internacional que ha jugado. ¡Más madera, más madera…! La industria cinematográfica norteamericana acapara el 85% de la distribución mundial, según la Unesco, y el 65% según la propia industria (150 países y 125 mercados televisivos). El 98% de las películas en Canadá son norteamericanas, el 80% en México, y el 73% en la Unión Europea. Pese a no ser la mayor productora del planeta, por detrás de India y China, si ostenta la hegemonía en la distribución, en superproducciones y, lógicamente, en beneficios. De hecho el 2009 se cerró con un incremento del 5% en los beneficios respecto al año anterior. De estos beneficios el 50% de las entradas fueron ventas en el extranjero. Diecinueve de las veinte películas más vistas en el mundo fueron norteamericanas. La honrosa excepción es una película francesa, “Bienvenidos al sur”. Sin embargo por cada película francesa que llega a EEUU, cincuenta norteamericanas se proyectan en Francia. A esto habría que añadir que hoy en día ya no puede separarse la producción cinematográfica del resto de sectores audiovisuales. A medida que se desarrolla la industria las películas se filman con un mayor presupuesto, lo que significa una mayor dificultad a la hora de revalorizar el capital invertido. De hecho pocas producciones lo hacen solo en su primera fase en las grandes salas. Cada vez con mayor rapidez las películas son comercializadas en DVD, pasan a las cadenas de pago, y a la emisión gratuita. Partiendo de aquí debemos señalar tres cuestiones: La primera que la multiplicación de la industria audiovisual abarcando a otros sectores ha sido una necesidad, pero también un proyecto basado en el papel que “el poder blando” norteamericano (el atractivo de su sistema de valores y modelo social, el “american way of live”) juega en el sostenimiento de su hegemonía. Es EEUU quien ha tenido la capacidad para generar producciones con un volumen tan elevado de inversión. Más teniendo en cuenta que uno de los factores dirigentes en este proceso es la investigación y el desarrollo científico-técnico, en el que EEUU supera con creces al resto. Y, en tercer lugar, que esto le obliga a hacer un esfuerzo mayor para rentabilizar sus inversiones y mantenerse como referente social, moral y cultural. Gigantescas producciones y mucha “morralla” que se revaloricen con rapidez y monopolicen la oferta cinematográfica. La caldera de Hollywood pide más madera exhibiendo su voracidad. El nacimiento del Imperio Así el principal escollo para la industria norteamericana son las políticas proteccionistas de los países a los que se dirige. Como en otros aspectos de su política exige a los demás lo contrario de lo que se aplica. Hasta la década de los 60 el cine de Hollywood generó grandes obras maestras del cine de todos los tiempos. Algunos autores hacen referencia a la importancia de la inmigración en la formación de EEUU como lo que ha determinado que su cine haya ofrecido contenidos de naturaleza universalizable, reconocible y admirada en todo el planeta. Y seguramente tiene una parte importante de razón. Pero no es este, ni mucho menos, el factor principal. A principios del siglo XX ya existían 20 productoras en EEUU, que compartía con Francia la iniciativa en el nacimiento de una industria como tal. Fue entonces cuando se fundó la MPPC (Motion Picture Patents Company), trust en el que se agruparon las principales productoras monopolizando el sistema de patentes y firmando un contrato en exclusividad con Eastman Kodak para el aprovisionamiento de cinta. A partir de ahí un enorme proceso de concentración y la demolición de la industria europea en la Primera Guerra Mundial sentaron las bases para su expansión mundial. ¿El factor determinante?, la voluntad de la clase dominante norteamericana por utilizar el cine al servicio de sus proyectos. En 1920 se inicia una estrecha colaboración entre el Departamento de Estado, el Departamento de Comercio y la industria. El posteriormente presidente de los EEUU, Herbert Hoover, fue el enlace con la MPPDA (actual MPAA) fundada en 1922. Tras la Segunda Guerra Mundial la eliminación de toda barrera ante la expansión de la “cultura” norteamericana por cine, radio, prensa o televisión se convierte en el principal objetivo del Departamento de Estado… “por todos los medios políticos y diplomáticos necesarios”. El Plan Marshall fue la plataforma a través de la que se impuso en la reconstrucción europea la concesión de ayudas a la emisión y difusión de contenidos que ejemplarizaran el estilo de vida norteamericano. La Edad de Oro Al mismo tiempo lo que ha actuado no solo ha sido el poderío del Imperio, sino una larga tradición acumulada en el saber del cine. No tener en cuenta esto dejaría el análisis algo más que cojo, unilateral. Quedaría enterrado lo que el Imperio ya se ha encargado de hundir. Y no nos referimos al material acumulado de grandes obras, sino al aliento que las recorre. Sin duda son los que mejor saben hacer cine. Pese a la dudosa calidad o certera zafiedad de muchas de las actuales producciones, si hablamos de “cine comercial” también son los mejores. En este sentido actúan tres factores: Al ser EEUU quien asumió el liderazgo desde finales del siglo XIX y principios del XX, no solo fueron todos los medios tecnológicos, con la segunda Revolución Industrial, los que se ponen al alcance del cine, incluido el potencial de la creciente industria eléctrica, sino también la formación de profesionales en todos los sectores que debían abastecer a la meca del cine. Al mismo tiempo que se producía una llegada masiva de artistas y técnicos de todo el mundo. El segundo es el propio dinamismo de la sociedad y del capitalismo norteamericano. Surgen nuevos sectores monopolistas, multitud de iniciativas privadas, y un alto grado de competencia. Y el tercero es la profunda contradicción esquizofrénica que recorre la historia de EEUU, la contradicción entre una tradición democrática y la voracidad del Imperio. Este enfrentamiento habría de resolverse traumáticamente con la Caza de Brujas de McCarthy. Paralelamente al proceso de encuadramiento del movimiento obrero se liquidan las bases de un cine que se mostraba incapaz de contener las diferentes manifestaciones artísticas que desnudaban las entrañas del capitalismo. Charles Chaplin, Billy Wilder, Orson Wells, John Ford, Stanley Kubrick, Sam Peckinpah, Fritz Lang, D. W. Griffith o Alfred Hitchcock representan algunos de tantos mitos que transformaron la pantalla en cuchillos de la realidad. Incluso Sergéi Eisenstein, Breltrol Bretch o Luis Buñuel emigraron a lo que sabían era el principal centro generador de arte en esos momentos. Se les recibió, claro, y otra cosa es que no pudieran ser digeridos. La castración de Hollywood fue definitiva. Y eso no significa que aún queden destellos de aquel cine clásico, de aquella forma de narrar y contar historias, películas que aún conservan ese aliento. Aún siendo casos individuales, como el de Eastwood o películas del cine independiente, como el Sundance Festival impulsado por Robert Reford, ese sustrato existe y no puede desaparecer. Debemos, pues, extraer dos conclusiones. Por una parte ser conscientes de lo que la humanidad se ha perdido tras la depuración practicada por el Imperio en sus propias entrañas; uno de los grandes centros culturales, sino el principal, de los últimos 150 años. Y por otra que cualquiera que quiera competir con Hollywood debe primero aprender de ellos. Una cosa es el dominio de las majors norteamericanas y otra es la calidad del buen cine, también del cine comercial, y la forma de contar historias que enganchan y conectan con millones de personas en todo el planeta. Empecinarse, por ejemplo, en que el buen cine es sólo el “cine de autor” significa el naufragio seguro. Crecen los enanos A mediados del 2008 uno de los principales ideólogos del Pentágono, Francis Fukuyama, planteaba cuál es el proceso al que estamos asistiendo en torno a la pérdida de hegemonía cultural norteamericana, en el cine y en las universidades. “Hollywood ya no es la única fuente de creatividad cultural en el planeta.” Aunque realmente la formación universitaria sea el aspecto principal, el tema que nos ocupa, el cine, es considerado por Fukuyama como la segunda pata del “poder blando” norteamericano. Cierto es que en muchos países de Asia nunca Hollywood ha conseguido penetrar como lo ha hecho en el resto del planeta o su presencia ha sido siempre insignificante, gracias a la impenetrabilidad de sus Estados, como en el caso de China, y a la gran distancia cultural. Pero en los último años el fenómeno ha crecido y coge carrerilla. En esto de nuevo actúan de forma cruzada dos elementos nodulares. Uno es la propia voluntad política de dotarse de producción propia nacional, y el otro es la capacidad del cine de conectar con el sentir popular o con contradicciones de valor universal (es decir, con el público). En el panorama actual, debemos ser realistas, tan solo la iniciativa tomada por China con “Acantilado Rojo” y “Ciudad de Vida y Muerte” pueden considerarse el germen de una competencia real a EEUU. Lo contrario sería absolutamente idealista. Precisamente es en el caso chino en el que pueden verse los tres elementos que, en síntesis, se extraen de estas líneas: voluntad política, aprender de los mejores para superarlos, y conectar con el público (lo cercano y lo universal). En este sentido, aunque en un sistema de contradicciones totalmente diferente (como comparar a una decrépita hiena radioactiva – Rusia – con una tortuga de acero – China -), está la polémica desatada en torno a “El éxodo” en el Festival de Cannes, la película de Nikita Mikhalkov que da otra lectura de la Segunda Guerra Mundial enfrentada a la visión norteamericana de “Salvar al soldado Ryan”. Aunque Rusia ya tiene bastante con recuperar algo de credibilidad en el “glacis soviético” y contrarrestar envites como los planteados por Radu Mihaileanu en “El Concierto”. Sin embargo dos son los ejemplos de cómo otros centros cinematográficos han abordado aspectos de esta triple relación permitiendo generar otro tipo de cine que compite aún solo regionalmente. Bollywood El primero es el indio, Bollywood. En 1926 la India ya era uno de los principales productores cinematográficos, pero hasta la independencia en el 47 no se alcanzó a despegar. El cine se integró entonces en un proyecto de construcción nacional, pasando a rodar en hindi todas las películas (en la India existen 844 lenguas diferentes) que hasta entonces se rodaban en las lenguas autóctonas (existían múltiples centros de producción en Bombay, Poona, Holapur, Calcuta, Madrásibal…) y que trataban temas ligados a su realidad inmediata, más “tribales”. Esto permitió que, por una parte, aún siendo la calidad técnica realmente secundaria en la mayoría de producciones (excepto en lo musical), haya sido suficiente para llegar a un quinto de la población mundial, tratando temas en las coordenadas de su realidad. Hasta hace poco la industria india no ha necesitado salir al extranjero para convertirse en una potencia. Y por otra parte le ha supuesto un titánico camino de crecimiento. Con un 80% de analfabetismo y siendo el hindi una lengua desconocida para una gran parte de la población, no servía de mucho utilizar los subtítulos. El Festival ImagineIndia de Madrid de este año ha sido un buen ejemplo de hasta donde han llegado y cuál es el cine que viene. Nollywood Algo parecido, pero diferente, ocurre con el cine nigeriano. Nollywood produce una media de más de mil películas al año. Sus orígenes se remontan a grupos de teatro locales que utilizaban la tecnología VHS como plataforma para llegar a su público. Cuando las películas no tenían éxito eran borradas y grabadas encima, de tal forma que las cintas siempre eran aprovechadas. Estas copias son vendidas en carritos por las calles a tres dólares y con un costo de producción de 0.42 céntimos de dólar cada una. En poco tiempo se pasó de una película a sesenta películas nigerianas en una misma semana. Los DVDs actualmente son grabados en veinticuatro plantas distribuidas a lo largo del país. La industria ha crecido sin ayuda del gobierno y ya proporciona un millón de puestos de trabajo. Hace tres años ocupaba páginas en The Economist, asombrados de ver como las producciones nigerianas se proyectan ya en toda África. La audiencia no se preocupa de que la calidad sea alta sino de las historias que cuentan. Lo que nos toca Como conclusión final sirvan los mismos ejes que se han venido tratando y que de mucho servirían integrados en nuestro propio cine. Hace falta voluntad política, aprender de los mejores y conectar con el público. De lo primero… nada, a excepción del discurso de Alex de la Iglesia en los Goya que representa a muchos de los profesionales del sector. De lo segundo y lo tercero… se intenta y ya hay películas en esta dirección (Celda 211, Rec, Fuga de Cerebros, Mentiras y Gordas, Planet 51…) pero no suficientes. Será por lo primero. La culpa de todo no lo tienen las majors norteamericanas.

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