La situación humanitaria en Gaza se agrava al intensificarse la ofensiva.

300 niños muertos

Las cifras escritas con sangre que llegan desde la desdichada Palestina atraviesan el corazón de la opinión pública mundial. Desde que Israel comenzó, el pasado 27 de diciembre, su ataque genocida contra el millón y medio de hambrientos que habitan la franja de Gaza, han muerto más de 1000 personas y cerca de 5000 han resultado heridas. Pero los datos -los frí­os, los repugnantes datos de esta maldita guerra- llaman a gritar de horror si los miramos más de cerca. Alrededor de la mitad de las ví­ctimas mortales son mujeres y niños. Trescientos niños cuya vida ha sido despedazada por las bombas de Israel.

Estos son los números cada vez más emborronados de la muerte en Gaza. Nadie sabe con exactitud cuantos cueros hay bajo los escombros, cuantos cadáveres quedan en las zonas controladas por las tropas israelíes ni que ha pasado con los cientos de detenidos y desaparecidos a los que nadie he vuelto a ver. Nadie tampoco puede tener esperanzas sobre los miles de heridos graves que se hacinan en los colapsados hospitales, sin antibióticos, sin material quirúrgico. Las autoridades de Tel Aviv han insistido mil veces –con la esperanza goebbelsiana de que se transformen en certeza- que el objetivo de Israel es acabar con los terroristas de Hamás, y que están empeñados en que las “operaciones” no “dañen a la población civil”. Pero el aliento les huele a carroña y la piel de cordero está ensangrentada. En veinte días de masacre ininterrumpida, la maquina de muerte israelí ha bombardeado masivamente los núcleos urbanos más superpoblados del mundo, un trozo de tierra donde no existe un solo rincón seguro, donde no hay lugar que esté lo suficientemente lejos de una diana israelí. El Tsahal ha bombardeado barrios y campos de refugiados, mezquitas, plazas y mercados llenos de gente. No ha habido contemplaciones para reventar escuelas de la ONU atestadas de cientos de refugiados. Tampoco para disparar fuego de artillería contra hospitales -como hoy mismo contra el hospital Al Quds, donde permanecen atrapadas más de 400 personas entre heridos y personal sanitario-. Han hecho prisionero a todo un vecindario, a un centenar de hombres, mujeres y niños, los han encerrado en un edificio y lo han hecho volar horas después. Ayer dispararon a una anciana indefensa -.armada con una mortífera bandera blanca- que caminaba lentamente al frente de un batallón de familiares inermes que escapaban del ataque a su casa. Los servicios de emergencia han sido tiroteados, los convoyes humanitarios hechos mil pedazos. Los sepultados han sido dejados a su suerte en su mortaja de escombros, y los niños famélicos abrazados a sus madres inertes. No ha habido piedad, no ha habido compasión, sólo una fría, criminal –y cobarde- lógica militar. Israel ha reclutado un ejército forzoso de 90.000 desplazados de sus hogares, desarrapados de un pueblo desahuciado que han tenido que huir corriendo con lo puesto… a cualquier lugar dentro del gigantesco –pero al mismo tiempo minúsculo- campo de concentración en el que se ha transformado la franja. Nadie puede salir ni entrar en Gaza. En los anteriores conflictos, como en todas las guerras, grandes hileras de refugiados huían de las bombas y de la muerte. Gaza no puede huir del horror porque esta sellada, rodeada de una alambrada de fusiles afilados apuntando al corazón. Los engendros voladores de Israel han rescatado una vieja clase de muerte de las selvas de Vietnam, y los médicos –los heroicos médicos- de Gaza han visto las peores quemaduras de su vida. El fósforo blanco quema dentro y fuera de la piel, es absorbida por ésta y arrasa los órganos internos, matando más eficazmente su maldito hermano menor, el napalm. No han permitido el auxilio. La piedad, la solidaridad de millones de personas que han fletado toneladas de ayuda humanitaria, trailers de medicamentos, de alimentos para la apuñalada Gaza… ha sido bloqueada, detenida en fronteras impenetrables a la misericordia. Ayer mismo, el barco oportunamente llamado “Espíritu de la Humanidad” zarpó del puerto griego de Chipre para llegar a Gaza con miles de suministros médicos y de personal sanitario para socorrer a población malherida. A mitad de camino, cinco barcos de guerra –cinco- han interceptado a la embarcación, la han intimidándola, haciéndola casi volcar, y la han encañonado, amenazando hasta tres veces con abrir fuego, hasta hacerle desistir. Esto, y mucho, mucho más. Cuanta crueldad. Que obsceno y podrido manantial de muerte y odio han dejado para las próximas décadas, que herencia de rencor radioactivo para las próximas generaciones… para mayor gloria del Estado, del Imperio, de oscuros intereses de despachos bien iluminados en altas torres de cristal, donde habitan los hombres de entrañas de plomo malditos por los puños alzados de la humanidad.

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