¿Puede acabar un equipo goleado y que las crónicas digan que los dos equipos perdieron? Aunque parezca inverosímil, es posible. Y la valoración del 29-S es el mejor ejemplo de ello. Los medios de la derecha airean el fracaso de la huelga, pero eso ya se daba por descontado. Lo insólito es que medios que se reclaman progresistas afirmen que el 29-S han perdido tanto Zapatero como los sindicatos. ¿Cómo puede ser eso, cómo puede acabar un partido con la derrota de los dos equipos? ¿Quieren volvernos locos? ¿No será que los que más tienen que perder, si se aclaran los hechos, son Botín y los suyos?
El 29-S ha sido un triunfo rotundo tanto or el seguimiento de la huelga y la participación en las manifestaciones, como por las condiciones adversas en que ha tenido que desarrollarse. Podrá discutirse si el triunfo de las fuerzas populares ha sido por 4 a 0 o por 6 a 1. Pero lo que es incuestionable es que el pueblo ha ganado. Y que la victoria ha sido por goleada. Incluso aunque las cifras dadas por los sindicatos puedan estar sobrevaloradas, el éxito de la huelga ha sido rotundo e inapelable. Ha sido masiva y generalizada entre la clase obrera y ampliamente secundada por una parte importante del pueblo trabajador. Los hechos son tozudos Curiosamente, los mismos que insisten en el fracaso de la huelga se niegan a ofrecer ningún tipo de datos concretos, verificables, que den sustento a sus afirmaciones. Pero al día siguiente, el Wall Street Journal afirmaba que “gran parte de las zonas industriales y el transporte estuvieron paralizadas” y Le Monde titulaba “España al ralentí”. En la industria, el seguimiento de la huelga fue prácticamente total. Del 100% en la minería, del 80% en la industria química, por encima del 70% en el metal, el textil o la construcción, del 60% o más en el sector energético y la madera, del 71% en el resto de industrias manufactureras. El transporte permaneció prácticamente paralizado. Los grandes mercados de distribución alimentaria y la mayoría de los puertos pararon casi en su totalidad. En sectores cualitativos del sector público como Correos, enseñanza o sanidad, la huelga estuvo por encima del 50%. Excepto en Euskadi, donde la reaccionaria política de los sindicatos nacionalistas de dividir a la clase obrera les llevó a convocar una huelga general en junio y no ahora, el seguimiento en las comunidades autónomas fue ampliamente uniforme, desde los máximos de más de un 80% en Asturias, Cataluña, Galicia y La Mancha hasta el mínimo del 65% en Aragón. En sus crónicas, los mismos medios que niegan el éxito de la huelga se veían obligados a reconocer que el 29-S los hospitales, ambulatorios, mercados y colegios públicos de toda España permanecieron semivacíos, no por la inasistencia de los trabajadores a los servicios mínimos decretados, sino por la ausencia casi total de usuarios, de compradores o de niños. En muchas ciudades industriales (cinturón de Barcelona, Vigo, Puerto de Sagunto,…) la mayor parte del pequeño comercio permaneció cerrado durante todo el día. El diario El País recoge que en las manifestaciones del 29-S participó un 7% de la población, es decir, más de 3 millones de personas. Una movilización sin precedentes desde las multitudinarias manifestaciones contra la guerra de Irak. 48 horas después de la huelga se ha sabido que Red Eléctrica Española (REE) –empresa pública que centraliza los datos de consumo eléctrico, uno de los indicadores más fiables para valorar el seguimiento de la huelga– manipuló los datos del día 29, presentando una demanda prevista casi un 10% inferior a la del miércoles anterior, con el objetivo de que la caída de la demanda por la huelga pareciera menor. En la huelga general de 2002 contra el decretazo de Aznar, REE quitó de su página web la curva de consumo eléctrico para ocultar la incidencia de la huelga. En esta han manipulado los datos para ocultar que la caída ha sido superior a la de 2002. Si los datos son claros y concluyentes, ¿a qué toda esta ceremonia de la confusión lanzada desde y para la izquierda? Pese al embrollo en que quieren enredarnos, sus objetivos son diáfanos: puesto que el rotundo triunfo popular en la huelga es ya inamovible, de lo que se trata ahora es de confundir al personal, evitar que se conozca y se comprenda que lo que ha ocurrido el 29-S es una victoria por goleada. Porque comprender esto es adquirir conciencia de que cuando el pueblo se une, tiene una fuerza imbatible. ¿Pero quién es “el mercado”? El argumento supremo con el que se pretende certificar el supuesto fracaso de la huelga –y de cualquier otra movilización que pueda plantearse en el futuro– es que, pase lo que pase, ni gobierno ni sindicatos (no digamos ya el pueblo) tienen capacidad para modificar los planes de ajuste, rebaja salarial y recortes sociales porque son “los mercados” que financian la deuda española quienes los han impuesto. ¿Cómo que los mercados? ¿Qué cosa es o quiénes son esos “mercados” a cuya dictadura, dicen, estamos irremediablemente condenados? Los mercados de los que hablan no son otra cosa que sus dueños, es decir, los poseedores de la mayor parte del gran capital mundial, las oligarquías financieras más poderosas de planeta. No es una maquinaria impersonal, sino la implacable exigencia de las burguesías monopolistas más fuertes de mundo, encabezadas por Washington y Berlín, la que condena a las poblaciones de los países más dependientes, como el nuestro, a que veamos recortados, a través de distintas vías, un 25% de nuestros salarios y rentas. Son ellos, los centros imperialistas mundiales, los que se han lanzado a devorar una parte sustancial de nuestra riqueza mediante un plan de ajuste que asegure el pago de las deudas, aunque ello suponga degradar a extremos inauditos las condiciones de vida del 90% de la población. Son ellas, las grandes potencias, las que nos mantienen bajo estricta vigilancia, amenazando con condenar a España al infierno, para que no nos apartemos ni un milímetro de los planes diseñados por el FMI y la UE, es decir, por Washington y Berlín. Hablar de los mercados como el origen de los problemas no es más que lanzar una cortina de humo tras la que se esconden los verdaderos enemigos: las grandes potencias imperialistas y su proyecto de apoderarse de una parte sustancial de las rentas y salarios del 90% de la población y de la riqueza del país. Tener claridad y conciencia sobre esto, difundirla y extenderla entre el pueblo es condición indispensable para afrontar las siguientes etapas de la batalla. ¿Y ahora, qué? Para las fuerzas populares, el problema que se plantea ahora es cómo gestionar y hacia dónde dirigir todo el capital acumulado durante la huelga general. El rotundo triunfo del 29-S ha puesto sobre la mesa tres enseñanzas fundamentales en las que es prioritario persistir en esta próxima etapa, donde la reforma de las pensiones va a estar en el centro de la batalla política. En primer lugar, que la unidad es el arma más valiosa de la que disponemos. Sin ella estamos a merced de nuestros enemigos. Con ella, todo es posible. Cuando el pueblo se une para golpear sus proyectos, nuestros enemigos acusan el golpe. Si el 29-S ha podido ser un éxito es porque en distintos puntos y a distintos niveles se ha ido fraguando esta unidad. Desde la firme unidad mostrada por las bases de los sindicatos, que han empujado y presionado a sus dirigentes, llevándolos mucho mas lejos de los que inicialmente habían previsto, hasta la amplia unidad recogida en el segundo manifiesto, impulsado por nuestro partido, publicado en la prensa nacional, donde 120 secretarios generales (de rama, provinciales, regionales, locales,…) de todos los sindicatos se han unido no sólo en el llamamiento a la huelga, sino en exigir una alternativa para salir de la crisis desde los intereses de la mayoría de la población. En segundo lugar, que esta unidad hay que ampliarla todavía muchísimo más de lo que lo hemos hecho el 29-S, incluyendo en ella a sectores que no se han sumado a la huelga general contra la reforma laboral (autónomos, trabajadores del comercio o la hostelería, pequeños y medianos empresarios,…), pero que son especialmente sensibles al tema de la reforma de las pensiones, una medida rechazada abierta y sistemáticamente por más del 80% de la población. En tercer lugar, que la aceptación de un programa de redistribución de la riqueza, ahorro e inversión productiva es amplísima entre grandes sectores de la población. Y que eso nos obliga a redoblar los esfuerzos para difundir y extender una alternativa de este tipo y organizar a la gente en torno a ella.