Puestos a pedir para el próximo año parece razonable aspirar a que se vaya disipando la niebla, que aunque estos son tiempos líquidos e inciertos se pueden imaginar horizontes menos espesos tras años brumosos. Con menos brumas habrá espacio para un debate enjundioso que interese a los ciudadanos y que ayude a clarificar las opciones y a superar ese falso dilema entre austeridad y crecimiento que distrae y confunde en vez de aclarar. El nuevo año cursará con dilemas políticos y económicos que inclinarán la tendencia hacia una recuperación consistente o hacia más estancamiento y recesión; dilemas que no son nacionales aunque afectan a las naciones, más allá de su propio desempeño.
En Estados Unidos la recesión se acabó en 2009 y desde entonces pedalean para crecer, con desigual intensidad cada trimestre y con vacíos que no se llenan. Los japoneses llevan 25 años estancados y ni la austeridad ni los estímulos les sacan de esa foto fija. En Europa la recesión no se acaba, el crecimiento se retrasa y las políticas son demasiado confusas. El Banco Central Europeo y la Comisión Europea quieren estimular las expectativas, incentivar la actividad (consumo e inversión) con dinero abundante y barato y algunas políticas comunes, pero tropiezan con opiniones contrarias que hablan alemán y que anteponen la ortodoxia financiera a alegrías que pudieran resultar desestabilizadoras.
Los ortodoxos, que también son acreedores, pretenden que los deudores cuadren sus cuentas, obtengan déficit primario, asuman devaluaciones competitivas de rentas y beneficios sociales, antes de apostar decididamente por el crecimiento. Creen que ese es el único camino para recuperar sus inversiones en deuda soberana y para proteger su debilitada estabilidad.
En Europa el gran debate de 2015 va a ser el de los acreedores con los deudores y de estos con los primeros, porque será más paritario y complejo que hasta ahora, porque los deudores también reclaman voz y opinión y saben que no pueden ser marginados sin que los otros sufran daños severos. Hasta ahora han dominado los acreedores, pero puede no seguir ocurriendo, sobre todo, si los electores griegos componen una nueva mayoría decidida a adelantar acontecimientos y renegociar la deuda, conscientes de que en las actuales circunstancias no es asumible, aunque se puede ir ganando tiempo en espera de cambios en las expectativas y las posibilidades.
Durante lo que va de crisis, más en concreto desde 2010, cuando estalló la burbuja de la deuda soberana con la griega en primer plano, han sido los acreedores los que llevan la iniciativa, los que han impuesto políticas unívocas con ajustes (austeridad) que son condición previa al crecimiento, aunque este debe ser la fuente esencial para pagar la deuda. Y los deudores han acatado esas reglas a costa de gobiernos cada vez más débiles por el rechazo de sus electores.
Entretanto, los acreedores privados, sobre todo bancos y grandes inversores, se han ido desprendiendo de títulos de deuda soberana problemática para endosarla, en buena medida, a instituciones financieras internacionales, en concreto, a la famosa troika que hoy compone el núcleo acreedor. Ningún país europeo ha repudiado deuda, ni siquiera ha propuesto quitas o ha cruzado descuentos y precios a la baja en los mercados secundarios. De momento se mantiene el mantra de que la deuda «se honra», aunque en algunos casos se pueden negociar los calendarios y las condiciones.
Solo la pequeña Grecia (2% de la Unión Europea), que está en el centro del problema de la deuda en euros, ha conocido condonaciones de deudas privadas para hacer posible un complejo y aparatoso rescate global del país, amenazado de bancarrota desde 2011. El proceso de ajuste ha volatilizado más del 20% del PIB griego (en España e Italia la crisis mermó el PIB en torno al 7%) y aunque el déficit anual se reduce, la deuda global sigue creciendo hasta magnitudes insoportables. La deuda pública europea duplica el PIB y las amortizaciones solo son posibles con nuevos préstamos que estarán cada vez más condicionados.
La incógnita para 2015 es cómo se articulará la negociación de acreedores y deudores en una Europa sin crecimiento, con deuda pública acumulada que roza el 100% del PIB anual y déficits crónicos de los deudores frente a superávits primarios de los acreedores. Desde Berlín sostienen que no cambiará nada, que el camino está trazado. Pero desde el sur crecen las voces que proponen cambios de estrategia y objetivos.
Europa ha hecho un rápido e intenso recorrido para recomponer su sistema financiero aparentemente con éxito, una vez que han reforzado sus recursos propios y sus coeficientes de garantía. Pero ¿serían capaces esas entidades de soportar una revisión y recalificación de la deuda soberana que acumulan sus balances? El sistema financiero no está para nuevas sacudidas de desconfianza como las del verano de 2012; la magia del BCE que sirvió entonces para desactivar la tormenta agotó la munición en ese envite simplemente con la advertencia de que podía utilizarla; ahora, si las cosas se ponen feas, habrá que disparar de verdad y eso puede resultar más problemático. El BCE puede mucho, pero no todo.