SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

2013: hacia la tormenta perfecta

El año que termina ha mostrado dos tendencias de signo opuesto en nuestro país. Una, en la economía una tímida mejora en algunos indicadores macroeconómicos. Dos, una continuación en nuestro deterioro institucional. Ocurre que mientras esa mejora económica es sólo posible, incluso hasta probable, que se consolide aunque lentísimamente, el deterioro institucional es seguro que aumentará y rápidamente si quienes gobiernan y quienes mandan (no son necesariamente lo mismo) no son capaces de enfrentarlo. Una y otra evolución están interrelacionadas en un doble sentido. La grave crisis económica ha dejado a la intemperie los fallos institucionales y esas carencias hacen muy difícil enfrentar seriamente y no sólo con recortes brutales esa crisis que es mucho más que económica y social. La manifestación de todo este proceso es el justificado aumento del sufrimiento y del malestar social, el abismo creciente entre ciudadanos y gobernantes y el deterioro de la ética colectiva. El año que termina ha sido un paso más en este camino.

¿Cabe pensar que la situación económica irá mejorando? Algunos indicadores de 2013 así parecen indicarlo aunque las incógnitas internas y externas son numerosas. Confiemos en un avance pero sin olvidar algunas cosas. El bienestar, medido en términos de riqueza y renta y su distribución por habitante, ha retrocedido más de media docena de años. La sociedad española hoy es más pobre y más injusta. La creciente desigualdad, pobreza y marginación es no sólo un problema de equidad y convivencia sino demás económico porque esa desigualdad dificulta la recuperación. La crisis y las medidas aplicadas, desde los fuertes recortes al estado del bienestar (pensiones a la cabeza) hasta el enorme desequilibrio causado a las relaciones laborales (mayores facilidades al despido, retroceso de la negociación colectiva y del sindicalismo) y la devaluación competitiva (léase rebaja de salarios), nos dejan una sociedad que soportará un paro altísimo durante muchos años y en la que hay muchos perdedores y unos pocos ganadores.

2013 ha mostrado de manera ya clara (para los que lo quieran ver que son cada vez más ciudadanos) el creciente deterioro y descrédito de las instituciones. Conviene recordar que eso que se llama las instituciones son algo instrumental y que lo decisivo son las personas que las establecen y que las utilizan. Una misma institución es benéfica o perversa, incluyente o excluyente, depende de quienes las usan, que pueden hacerlo en beneficio de la colectividad o en el suyo propio o de su grupo. Hoy está ya claro, aunque sólo admitido por unos pocos de los que forman el bloque hegemónico porque admitirlo sería ir contra sus propios intereses, que nuestra institucionalidad no funciona porque ha sido ocupada por esos intereses espúreos. Esto viene ocurriendo desde años atrás, lo que ocurre es que ahora lo ha sacado a la luz la crisis económica y sus brutales efectos sociales señalados. Ahí están desde la Corona ( no precisamente una muestra de “ejemplaridad y transparencia”) hasta un legislativo absolutamente vasallo de un gobierno cada vez más reaccionario pasando por un judicial colonizado en sus niveles más altos por los dos principales partidos con sus allegados así como organismo reguladores presuntamente neutrales colonizados por esos mismos. No es una relación exhaustiva, lamentablemente. Habrá que añadir por ejemplo los partidos mayoritarios y los nacionalistas, no un ejemplo de comportamiento transparente, democrático y honrado. Han formado además un verdadero Régimen sustentado y apoyado por élites empresariales, financieras y mediáticas, que integran ese bloque hegemónico que busca preservar a toda costa lo fundamental de lo que hay impidiendo la necesaria regeneración democrática. Estamos en una nueva Restauración.

Este año ha visto la eclosión de dos temas que venían de atrás y que, es de temer, serán centrales en 2014. Nos referimos a la corrupción y al secesionismo del nacionalismo catalán (no caigamos en la trampa tendida por ellos, el famoso “frame”, de hablar del secesionismo “catalán”, es del nacionalismo).No parece exagerado afirmar que una gran parte de nuestro destino como nación, como colectividad se juega ahí.

España ha retrocedido en las clasificaciones internacionales relativas a la percepción de corrupción. Basta echar un vistazo a los medios de nuestro país y externos para certificarlo así como a las encuestas del CIS que sitúan la corrupción política ya como el segundo problema. No es éste el lugar para examinar este asunto con detalle. Baste aquí insistir en la gravedad y urgencia del problema, en la importancia clave de la impunidad y en que el problema es judicial y, también y más importante, político. Son los partidos los que deben castigar a “sus” corruptos y aquí, véase por ejemplo el caso Bárcenas- Gürtel y Eres andaluces, el panorama es desolador. Esos casos y algunos otros como el Nóos van camino del sobreseimiento o decisiones que no son de recibo. Por su parte, los gestores expoliadores de Cajas de Ahorro disfrutan de jubilaciones obscenas salvo algunos casos en tribunales gracias a iniciativas de UPyD.

Sin duda que el secesionismo del nacionalismo catalán es el reto más importante que enfrenta nuestra deteriorada (y ese deterioro es un serio “hándicap” para enfrentarlo) democracia. Tampoco lo podemos analizar aquí con detalle. Es el resultado de un largo proceso, hoy agudizado por las penurias económicas como otras veces en nuestra historia, en el que se juntan el permanente victimismo mentiroso del nacionalismo catalán y la dejación de gobiernos de la nación desde los ochenta pensando que el insaciable apetito nacionalista se aplacaría con concesiones olvidando que esa insaciabilidad es la razón de ser de todo nacionalismo. Pedir y pedir y echar la culpa al otro.

Este año que empieza vamos a vivir y a ver muchas cosas. Unas, buenas y otras, malas. Claro que decir eso es una obviedad porque así es la vida de las personas y de las colectividades. El problema es cuántas alegrías y cuántas tristezas y cómo se repartan. El año que termina lo hace con malas realidades y peores augurios. La corrupción y la impunidad crecen de la mano. Y aunque no tenga lugar esa consulta por el denominado “derecho a decidir” (léase “autodeterminación”), el daño hecho a las relaciones personales e institucionales en Cataluña y con el resto de España tardará mucho en irse si es que se va. Otra de las miserias de ese nacionalismo que todo lo que toca lo envilece.

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